Querido diario,
Hoy he leído una parte de todo lo que llevo escrito, de estas confidencias que te hago y de lo que siento o lo que me pasa y estoy contenta, más que de costumbre. Ya sabes que soy de buen ánimo y que no me gusta ni refunfuñar ni enfadarme. ¡Bien aprendí que no sirve de nada! Leyendo lo que te he confiado me pregunto asombrada que diría de mí esa niña que fui hace tantísimos años. De algo sí estaría orgullosa, me sigue gustando la poesía, me sigue gustando leer y doy gracias a Dios de poder hacerlo. Aquí, en la residencia no todos pueden y algunos se cansan a las dos líneas. Aquí hablamos por los codos, desgranamos recuerdos o callamos perdidos en ellos. Algunos tan perdidos que no salen de su mundo interior.
Yo todavía guardo en la memoria el poema que Juan me pidió que pusiera en su lápida, ese de Ferreriro:
Dicen,que la vida esuna estrella fugazzzzzque cruza el cieloen la noche.
Pero tú y yolo cruzamoscogidos de la manocomo dos enamorados.
No fuetan fugaznuestro pasoaunque fue muy oscurala nocheque nos tocó en suerte.
Vine aquí, a la residencia por voluntad propia, sin hijos que me sobrevivieran sin familia directa que se acuerde de mí. Aquí he creado la familia y los amigos desde que se fue Juan y naciste tú, mi diario escondido.
Pero te decía que estoy contenta, hace días que pienso mucho sobre la muerte y la vida, quizás por lo años una se va dando cuenta de la importancia de eso que antes se llamaba el bien morir. Vuelve a mi cada vez más insistente lo aprendido en la juventud. ¿Será verdad que existe un Dios que castiga si no cumples su ley? ¿Será posible un Dios del Antiguo Testamento despiadado y cruel? ¿No será todo amor y, por tanto, perdón? Pero si no hay castigo ¿vale todo? ¿Cuál es entonces la diferencia entre ser bueno y procurar el bien de los demás o solo el propio? Si la hay, ¿cuándo se peca y, sobre todo, cuánto vale una buena obra? ¿Valen todas lo mismo? ¿Tiene el diablo un pacto con Dios en el que el infierno solo es una sala de transición antes de ir al cielo? Y si es así, ¿qué es el cielo? No puede ser una eterna contemplación de Dios.
¿Es que realmente existe un dios? Lo sé, la ciencia no precisa de un dios para explicar el mundo, eso lo he oído y lo he leído. Pero aún así, las preguntas me bombardean la cabeza. He buscado quien me lo explique porque cada vez me obsesiona más. Hablarlo aquí cuando estamos juntos en la sala es poco útil y además es descorazonador y triste. Es un tema que se evita, provoca llanto o ira. Podría ir al Mosen, pero ya me aleccionaron bien las monjas.
Y por eso estoy contenta, porque hace tiempo que pienso en Lucía. Esa amiga tan íntima a la que le contaba todo, éramos más que hermanas. Tantos años juntas y luego se casó y se fue con el marido. Me importó, pero estaba con Juan y dolió menos. Y ahora me ha dicho que viene a verme. Después de tantos años. Y sabe lo que me preocupa y lo que casi no me deja dormir. ¡Tantos años y sigue sabiendo lo que me pasa! Qué buena amiga es. Con ella nunca tuve miedo y ahora tampoco.
Querido diario, también tú me has hecho compañía todos estos años, y te debo dar las gracias. Gracias. No te ofendas si te dejo, tengo que prepararme para cuando mañana venga Lucía. ¡Qué contenta estoy! Tengo muchas cosas que hacer y preparar para cuando venga. Me ha dicho que me lo contará todo y que haremos juntas el viaje. Estoy excitada y calmada a la vez, que Lucia me lleve con ella es un sueño que acaba con mi soledad y mi ansiedad.
Igual es su aniversario, ¿dónde apunté el día en que Lucía murió en el accidente?