domingo, 31 de marzo de 2019

De los valores personales




Puedo ser lo que quiera ser, pero una vez decidido o me atengo a las consecuencias o lo cambio. Llorar por mis equivocaciones está bien si reacciono; si no es el caso, mejor enloquezco y la gente tendrá razón al decir "perdónale porque no sabe lo que se hace".
(Ibrahim S. Lerak, Cuaderno de notas)

Procura ser hombre de valores y no hombre de éxito.
(Albert Einstein)

Mantén positivos tus valores, porque tus valores se convierten en tu destino.
(Mahatma Ghandi)



Un vulgar catarro retrasó la ponencia de la reunión del círculo, pero en la vida todo llega y también el orador con su provocación enmascarada tras la aparente disertación acerca de los valores. Como ya suele ser habitual, el conferenciante empezó con un par de afirmaciones para captar la atención y luego desarrollar el tema.

à Tener éxito en la vida es menos importante que definir lo que es el éxito
à No podemos hablar de mejora personal sin hablar de valores

Que el éxito depende de lo que hayamos definido como tal es evidente y ya fue objeto de una controvertida presentación anterior, por lo que no me extenderé ahora en ello, pero hemos de tenerlo en cuenta. (Se refiere el orador a la ponencia “Medir la felicidad” del 2 de octubre del 2018)

Que no podemos hablar de crecimiento personal sin definir anteriormente los valores parece evidente, aunque para muchos no lo es. No basta con ser mejor persona si no definimos antes lo que entendemos por ello. Tenemos que saber hacia dónde vamos antes que nada. Sin meta no hay camino. Si no sabemos qué es ser mejor, mal vamos. Parece lógico y sin embargo muchos creen que lo importante es simplemente ser feliz, encontrarse bien física y mentalmente todo el tiempo, sin darse cuenta de que el modo de llegar a ello o los valores que lo sustentan pueden ser dañinos. No importa más lo que buscamos que el en que se basa lo que buscamos y el cómo llegamos a ello. Si lo que quiero es estar en el nirvana y para ello me drogo, bueno… daño mi cuerpo y mi mente aunque lo consiga. No sirve el camino ni el valor que sustenta mi meta.

Hablando de valores hay que distinguir entre lo que son y el porqué son. ¿Cuál es la razón por la que algo es importante? ¿Qué consecuencias tiene para nosotros y para los demás? ¿Se pueden cambiar? ¿Cómo? Preguntas habituales pero no fáciles o de una sola respuesta.

¿Cuáles son nuestros valores personales? La vida consiste en la constante evaluación entre dos o más opciones y una continua toma de decisiones.  En todo momento decidimos algo, incluso inconscientemente: lo que hacemos, lo que es importante, en que focalizamos la energía y la acción. Por ejemplo, ahora estamos en un debate que es más importante que atender una llamada (espero que tengáis todos el teléfono apagado J) y nos comportamos conforme a la valoración realizada. Nuestros valores se reflejan en el comportamiento que elegimos. Esto es muy importante, porque todos tenemos algo que creemos y decimos que para nosotros tiene valor pero no lo refrendamos con nuestras acciones. No es algo nuevo ya consta en la Biblia (Mateo7:16) donde reza “por sus hechos los conoceréis”. Las acciones no mienten; por mucho que digamos que nos importa el tema de los refugiados, si nuestro interés se centra en ver las noticias por la televisión está claro que solo lo queremos creer. Es lo que nos pasa, declaramos valores que no tenemos para quedar bien con nosotros mismos y no ver la realidad de lo que nos interesa, que suele ser bastante prosaico. En otras palabras, nos mentimos a nosotros mismos y la discrepancia entre los que somos y lo que decimos ser nos suele crear problemas.

Los valores son una extensión nuestra, nos definen. Cando pasa algo bueno a alguien a quien apreciamos nos sentimos bien. Al revés también, cuando pasa algo malo a quien no apreciamos también nos sentimos bien. Hace muchos años cuando murió un dictador en España hubo quien lo celebró con cava, igual que si les hubiera tocado la lotería a ellos o a un familiar. Cuando hay una desconexión entre nuestros valores –hago una cosa y digo otra- nuestras creencias e ideas no conectan con nuestras acciones y emociones. Como no somos tontos, nos damos cuenta de ello y nos crea un estado de insatisfacción personal y social difícil de solucionar en la práctica. Del mismo modo que valoramos algo lo hacemos con nosotros mismos, podemos valorarnos en positivo o al contrario despreciarnos hasta llegar a destruirnos.

Hay dolores que dan placer, sin ser sádico ni masoquista. Por ejemplo una herida que pica. Rascamos  y nos da placer. Lo hacemos a sabiendas de que retrasa la cura de la herida y de que la puede hacer mayor o más grave y, aun así,  lo hacemos. Ocurre lo mismo con la insatisfacción personal, hay un oscuro punto de placer en autodestruirnos. Es como el castigo que nos merecemos por ser inferiores y que nos lleva a través de las drogas o de la violencia a redimirnos acabando en la autodestrucción. Solo que en realidad no somos plenamente conscientes de ello y acusamos a la sociedad más que a nosotros mismos. Esto se da en quienes se desprecian a sí mismos, aunque no todos lo hacen. Otros se quieren quizás porque se dan cuenta de los motivos del problema o simplemente porque quieren ser como los demás. Quererse está bien, pero no es suficiente, si lo fuera solo nos miraríamos inmersos en un narcisismo que haría invisibles a los demás y a todo lo demás. Cierto es que necesitamos valorarnos, pero también necesitamos algo “por encima de nosotros” (sea un Dios, la naturaleza, la ciencia, un tótem) para darle sentido a la vida. Porque si somos lo que más valemos la vida carecería de sentido y sería imposible ser feliz.

Cuando nos damos cuenta de que no somos lo que decimos y estamos hartos de ello, cuando la rutina se nos come porque no haya que nos incite a seguir, nada que valga la pena, es cuando llega el tiempo de los cambios. Tomamos un tiempo sabático para pensar y hacer un viaje al monasterio de…, visitar a los lamas, ir a un lugar remoto… y en definitiva redefinirnos y encontrar nuevos valores. Nuestra identidad (eso que entendemos como el “yo”) es la suma de todo lo que valoramos y de lo que depreciamos. Estar solos es un modo de escapar para revisar valores. No todos nos damos cuenta, los que no somos conscientes continuamos en el bando de los despotricadores de la sociedad y convencidos de ser el objeto de todas las injusticias del mundo. Darse cuenta de la presión exterior que nos lleva por un camino que no nos gusta o ser consciente del divorcio entre nuestras palabras y hechos y escapar del día a día nos permite ver en perspectiva y decidir si queremos continuar o no en la dirección trazada. Al ser los valores que tomamos los cuestionamos y priorizamos. Es como los deseos de cada fin de año para el siguiente, pero de verdad. Decidimos un cambio que luego implementamos, si es que tenemos la fuerza y la convicción para ello y volvemos con nuevos valores.

Los valores nos definen y por ello definen nuestras prioridades que se traducen en nuestros actos, palabras y decisiones. La pregunta que se plantea entonces es ¿hay valores mejores que otros y que nos convierten en mejores personas? De eso se trata ¿no?, de ser mejores y definir lo que es mejor.

Hay valores positivos / sanos y valores negativos / perniciosos, que son los contrapuestos. Los positivos son controlables, constructivos y basados en la evidencia, sus contrarios, los negativos son incontrolables, destructivos y basados en las emociones.

Si valoramos lo que está fuera de nuestro control lo que haremos es tirar la toalla y dejarnos llevar. Un buen ejemplo es el dinero. Podemos controlar una parte, pero no el ciclo económico que depende de la tecnología y de poderes fuera del acceso a nosotros los mortales. Por ejemplo, si lo que valoramos es tener dinero y hay una crisis mundial o una serie de accidentes  o enfermedades que nos llevan al hospital largo tiempo perderemos el sentido de la vida y estaremos abocados a considerar la autodestrucción tal como lo hemos visto antes. Lo que no podemos controlar es negativo, frente a una creatividad o una ética que son positivos precisamente porque podemos dominarlos y actuar en consecuencia con un plan de vida. Necesitamos valores controlables, no que nos controlen a nosotros o dejaremos de ser personas para ser marionetas o eternos insatisfechos.  Entonces, ¿qué tipo de valores son positivos? Lo son aquellos que incluyen la honestidad, creatividad, fraternidad, respeto, curiosidad, caridad, humildad… todo lo que implique a los demás y una autovaloración moderada. Análogamente serían negativos valores basados en la desconsideración frente a los demás, dominar por placer y no por liderazgo, ser centro de atención constante, provocar por provocar sin nada detrás.

Parece un axioma decir que los valores positivos son constructivos, es lógico que valoremos lo que no nos daña ni a nosotros ni a los demás, pero ¿nos acordamos del placer de rascar la herida? Mucho gimnasio daña por mucho que nos guste tener un cuerpo escultural; tomar éxtasis nos hace ser más emocionales, pero si lo tomamos cada día arruina la psique. Tener relaciones esporádicas puede revitalizar el ego, pero puede ser un modo de evitar la intimidad o la madurez emocional. No hablamos de cantidad o frecuencia, sino de valor centrado en ello. Querer ser un Casanova como valor es negativo. Pudiera verse como el reverso de la medalla y difuminarse el valor en sí mismo; por ello es menos importante el valor per se que el por qué lo valoramos. Valorar las artes marciales para defenderse uno mismo y a los demás es positivo; si es para atacar a los demás es negativo. Los valores cuentan solo en función de su intencionalidad.

Basarnos en nuestras emociones puede considerarse muy natural, muy auténtico pero no deja de ser algo altamente dependiente del momento y de la circunstancia y pude llegar a ser muy dañino por cuanto nos expone a una realidad que no queremos o no podemos ver cuando manda la emoción ya solo algo más de lo habitual. Parece demostrado que las decisiones las tomamos a bote pronto basadas en la emoción más que en la información y racionalidad. Uno de los problemas asociados es que la emoción lleva al placer / solución / bienestar inmediato más que al medio / largo plazo con lo que al final acabamos mal. Quien vive basado en la emoción acaba encontrándose en una rueda sin fin en la que cada vez se necesita más y más. La única manera de parar es decidir que hay algo más valioso que  nuestros sentimientos, sea objetivo, causa, persona, objeto por lo que valga la pena sufrir ocasionalmente.

Esa causa / objetivo es lo que puede resumirse en el sentido de la vida y encontrarlo es una de las tareas más difíciles que hay. Conocido, nuestra salud y bienestar aumentarán y por tanto la felicidad. Pero esta meta, este valor definitivo no puede ni debe escogerse en base a sentimientos solo. Necesita imperativamente de la razón y la ponderación, hay que encontrar las evidencias que lo soportan y basarse en ellas. De lo contrario nos pasaremos la vida en busca de un espejismo y seremos unos desgraciados que maldicen a la sociedad mientras se rascan la herida.


Quedaba una parte de la ponencia aún (“Cómo reinventarse a si mismo”) pero la audiencia quería intervenir y se decidió dejarlo para una segunda parte de la presentación. Fueros valiosas las aportaciones individuales y ver el abanico de valores individuales que siempre irisados de matices se basan en unos pocos derivados de la sociedad a la que pertenecemos, o que la crean y por eso coinciden; pero eso es tema de otro debate.





jueves, 21 de marzo de 2019

En defensa de la mediocridad ¿o no?



Se admira a los carneros donde faltan los toros. 
(Proverbio Fulani)

Mentes fuertes discuten ideas, las mentes promedio discuten eventos, las mentes débiles discuten sobre la gente.
(Sócrates) 

Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.

(Mt 5,3 Sermón de la montaña)

El que se contenta con su dorada mediocridad, no padece la intranquilidad de un techo que se desmorona, ni habita palacios que provocan la envidia.
(Horacio)



A la reunión del círculo suelen asistir de un modo regular casi el mismo número de personas, aunque no siempre las mismas. Los asistentes vienen  con ganas de debate y suelen ser gente con un amplio abanico de intereses, lo que les diferencia en cierto modo de lo que podríamos llamar la masa. Ni los temas ni las reuniones son elitistas, pero no llegan a suscitar un gran interés en la mayoría de la gente; al menos no el suficiente como para desplazarse y participar en un debate abierto y libre. Precisamente este hecho provocó un comentario acerca de quienes son considerados mediocres por no involucrarse o tener unos intereses definidos. De ahí que se solicitara una ponencia en defensa de la mediocridad. El resumen de esa ponencia es lo que sigue:

--- La verdad es que la sociedad últimamente nos exige ser el mejor en todo. Hay una presión inmensa por tener que destacar y los modelos son gente que ha llegado al éxito económico. Admiramos a los triunfadores como Bill Gates, a los superhéroes como Superman o mejor incluso Batman que además es millonario, guapo y atlético. No es algo nuevo, el hombre necesita espejos de virtud y perfección para parecerse a ellos. La guía, la norma, no solo es necesaria en la educación también lo es a lo largo de toda la vida. Romanos y griegos tenían semidioses y humanos que luchaban contra los dioses y en cada cultura existen mitos parecidos. Todos destacaron y son modelos a seguir, pero la mayoría no somos capaces de inventar el camino y necesitamos seguir gregariamente al líder.

En la Tierra vivimos actualmente unos 7.500 millones de personas y es evidente que no todos podemos destacar ni siquiera en algo. La pregunta es si debemos destacar o incluso si es necesario que lo intentemos. Si nos comparamos nosotros con el 1% de la población mundial que posee la mitad de la riqueza total, veremos que en el mejor de los casos somos unos mediocres, si es que llegamos a ello pues la mayor parte de lo que hagamos no tendrá importancia alguna tras nuestra muerte.

Esto nos lleva a pensar que quizás esta cultura del sé más, ten más, haz más no sirve realmente de mucho; posiblemente un “sé menos y más mediocre” nos llevaría a vivir mejor.  Hoy en día, si nos gusta correr, ya no es suficiente con dar un par de vueltas a la manzana: ahora hay que entrenar para los maratones. Si nos gusta pintar, hay que ir a una academia y buscar que exhiban las obras en una galería, o al menos tener una cantidad importante de seguidores en las redes sociales en las que se muestran. Más vale hacerlo todo bien porque si no es así, no somos nadie. Hemos perdido la conformidad de tener un talento modesto, a hacer algo por el simple hecho de que lo disfrutamos y no porque lo hacemos bien. Es lógico que en el trabajo tengamos que realizarlo todo lo mejor posible, pero el ocio ha caído en la misma presión por la excelencia que el trabajo. Hay que ser profesional y el mejor en todo. La opción es clara: o el éxito o la denostada mediocridad de la masa.

Los requerimientos de la excelencia están en guerra con la libertad. Hacer únicamente aquello en lo que sobresalimos es quedar atrapados en una jaula cuyos barrotes no están hechos de acero, sino de nuestros propios prejuicios. Sobre todo en el caso de las actividades físicas, la mayoría de nosotros solo somos verdaderamente muy buenos en aquello que hemos comenzado a practicar en la adolescencia o nos matamos practicando cada semana. Hay que dedicar tiempo y energía y  la mayoría tenemos poco tiempo y una energía limitada que dosificamos con cuentagotas. Pocos somos excepcionales en más de una cosa, si es que lo somos. Batman no existe y muchos grandes hombres sufren también grandes limitaciones personales. No se trata de  ser  mediocre como objetivo en la vida, sino de aceptar que ser mediocre no es malo, aunque te hayas esforzado en ser súper.

Podríamos pensar entonces si la mediocridad no es mejor que la excelencia. La historia está llena de gente anónima que consiguieron cambios e hicieron posible que nuestra civilización avanzara. Por otra parte, la aristocracia del intelecto, no siempre es un modelo moral a imitar. Es habitual encontrar en esa clase mucha soberbia y envidia. La clave para una buena vida no es que importen muchas cosas; es que importen menos, para que en realidad importe lo que es verdadero, inmediato y transcendente sin necesidad de ser alguien destacado en ello. Por mucho que nos lo diga la sociedad, no tenemos que ser extraordinarios, basta con que seamos fielmente lo que queremos ser, que tengamos inquietudes y que intentemos seguirlas.

Tenemos la necesidad impuesta de sobresalir. Lo impone la sociedad bajo el lema de sé alguien, no te dejes llevar por la masa. Tenemos acceso a más información que nunca en el pasado, pero no hemos aumentado nuestra capacidad de atención ni nuestra disponibilidad de tiempo a un ritmo equivalente. Cierto que hay gente extraordinaria (y lo contrario) como se vería en una campana de Gauss; pero lo normal es que estemos en el medio, en la parte que no destaca, en la mediocridad. Se nos lleva a creer que lo excepcional debe ser la nueva normalidad, pero pocos somos excepcionales. No se han resuelto de forma general nuestras dudas básicas de la vida ni la supervivencia. No somos punta de lanza y tampoco hace falta que lo seamos. La obsesión por destacar puede ser insana y llevar a matanzas solo por ser alguien o cualquier otro rasgo psicótico. No tenemos que probar constantemente que somos únicos, ni lo somos ni realmente es útil para nuestra vida. Por mucho que lo digan los libros de autoayuda o guías espirituales no estamos destinados a ser especiales. Podemos serlo, pero no está en los genes. Ni lo somos ni estamos destinados a ello. Además en un mundo de gente súper, si lo fuéramos todos, seríamos otra vez medianía, pura mediocridad.

Ser mediocre es el insulto actual, la demostración del fracaso. Lo peor es eso, ser masa, mediocre, el hombre del traje gris que no se diferencia en nada de los que le rodean. Olvidamos que aunque fuéramos excepcionales no lo seríamos por mucho tiempo: también los records se baten antes o después. Es importante aceptarlo porque en el caso contrario solo nos queda la autocompasión y el disgusto con una sociedad que está compuesta de gente que no destaca y no vale nada. Es un insulto ser mediocre porque nos condena ante nosotros mismos a no conseguir nada, a no tener capacidad de sobresalir, cuando en realidad no hay razón alguna que nos obligue a ser Batman o Superman o Bill Gates. De hecho es un error pensar que los exitosos, los excepcionales lo son porque se sienten así. Lo son porque se obsesionan con la mejora, porque se creen mediocres y tienen que mejorar. No deja de ser una ironía sobre la ambición. Si queremos ser mejores, más que los demás… siempre tendremos una sensación de fracaso. El cacareado “todos podemos ser extraordinarios y alcanzar el éxito” sirve para calmar al ego, para hacernos sentir bien pero no es más que un placebo para no desesperarnos.

Tenemos que aceptar que durante toda nuestra vida seremos medianías, mediocres en la mayoría de cosas que hagamos o emprendamos. Si lo aceptamos nos liberamos de la presión y podemos dedicar la energía para ser lo que queremos ser sin ser juzgados por los demás ni por nosotros mismos. Disfrutar de lo cotidiano es un placer aunque nos cueste aceptarlo al principio Un buen viajero no tiene planes fijos y no tiene intención de llegar. El camino es la recompensa, no la meta. Ser los primeros nos calma, ser del montón puede llenarnos si no dormimos en el camino.

En general, no es tan importante lo que logramos sino la persona en quien nos hemos convertido mientras perseguimos la meta. A lo largo del camino podemos ganar personas valiosas, podemos crecer y ampliar nuestra mente o, al contrario, podemos perder a gente que amamos, olvidar nuestros valores y convertirnos en personas más rígidas y encerradas en sí. Por eso, mientras perseguimos una meta, no debemos perder de vista el camino y, sobre todo, no olvidar disfrutarlo.

Aceptar ser mediocre no es conformarse con ello. Es muy diferente saber las propias limitaciones y actuar en consecuencia que ser uno más de entre los miles. Hay un libro que ilustra bien quien es el hombre que no destaca: El hombre del traje gris, que fotografía a la sociedad norteamericana de los cincuenta. En ella casi todos los hombres de clase media-alta llevan vidas similares: viven en urbanizaciones a las afueras de las ciudades, van cada día a trabajar en tren, visten trajes de corte parecido y, al llegar la noche, se relajan con la copa que les ha preparado su mujer. Se supone que no se puede pedir más a la vida. Como Tom Rath, que también parece tenerlo todo: una bonita casa, tres hijos, una mujer que le quiere y un sueldo razonable. Si alguien les pregunta, ellos contestan sin dudar: “Estamos muy bien. No tenemos problemas”. Y parece cierto: Tom es un hombre apuesto casado con Betsy, una mujer guapa y de fuerte personalidad, tienen tres niños adorables, una casa de varias plantas, un trabajo agradable que les reporta un buen sueldo; ellos se quieren, y cada vez que Tom regresa del trabajo ella le espera con una copa de Martini en la mano y un beso en los labios. Pero también es cierto que no pasan mucho tiempo juntos. Tom, todas las mañanas, se pone su traje de franela gris, coge su maletín, toma el tren que lo deja en el centro de Nueva York y realiza su trabajo hasta muy tarde, como miles de estadounidenses, que llegan agotados a sus casas donde permanecen junto a sus familias muy poco tiempo antes de acostarse temprano. Con los años la pareja ha aprendido a hacer el amor sin pasión. Han aprendido a no pelearse, porque no hay nada que les interese lo suficiente para meterse en peleas. Solo saben ser sensatos y responsables, se muestran alegres por el bien de los niños. Y Tom no sabe hacer otra cosa que trabajar día y noche y preocuparse tan sólo por el trabajo.

Una vida maravillosa, ¿no es cierto? Hay preocupaciones perentorias: tener una casa más grande, un coche nuevo, viajes a Florida en invierno y un buen seguro de vida. Desde luego, un hombre con tres hijos no tiene derecho a decir que el dinero no le importa. Tom es un hombre gris, un hombre que todos los días viste un traje de franela gris, como tantos otros padres de familia que se conforman con abandonar sus sueños por tal de mantener una vida dentro de la más estricta normalidad. Y él, cada vez que se enfrenta a una situación novedosa, se dice: “En realidad no importa. No pierdo nada. Será interesante ver lo que sucede”, convencido de que, si no sucede nada, tampoco eso cambiará su vida.

El conformismo es una medicina con la que nos automedicamos para cuidar de nuestra propia salud mental y ser simplemente el hombre del traje gris que se empeña en ser mejor, aunque no sepa en qué consiste esa mejoría, fuera de la adquisición de nuevos objetos o la espera del descanso del fin de semana.

La provocación que quería el ponente estaba clara ¿ser mediocre es bueno? ¿es malo? ¿nos vuelve masa? La discusión fue larga y si hubo una coincidencia general fue que a la próxima reunión se evitaría ir de gris. 


lunes, 11 de marzo de 2019

Li Fu (2)



(del cuaderno de notas de Ibrahim. S. Lerak)


Se sabe por la crónica de Wei Li (el Gran Redactor de la Enciclopedia del Saber que encargó el justo y sabio emperador del centro del mundo, Li Fu el Buscador) que a las palabras resumen del saber sobre el sentido de la vida que le comunicó en su lecho de muerte al emperador: “nacieron, sufrieron y murieron” éste le preguntó si todas las vidas eran iguales y si había gobernado para todos por igual.

Cuenta Wei Li que tuvo tiempo de explicar al Emperador de Arriba que en esencia todas las vidas son iguales, que todas tienen cuatro etapas y que es la persona quien individualmente decide recorrerlas o no. La crónica no aclara el sentido de la vida pero si las cuatro etapas que la conforman. Wei las denominó adoctrinamiento o educación, autodescubrimiento y autoafirmación, compromiso e implicación y herencia o legado.

Aparece la crónica entre documentos de la dinastía Han por lo que se cree que Li Fu es una corrupción de Liu Xun, más conocido por Han Xandi, pero no se ha contrastado la veracidad de esta afirmación. Bien pudiera ser que Wei Li inventara un nombre para no herir sensibilidades en su época o que incluso su crónica sea una falsificación.

La primera etapa es la educación o adoctrinamiento. Nacemos indefensos y carecemos de todo, lo que es una suerte para la sociedad que nos adoctrina en lo que es necesario para ella y por tanto bueno para nosotros. De ser como los animales y nacer con conocimientos básicos la sociedad no podría evolucionar. Cada época tiene unos valores que se han de enseñar desde el momento del nacimiento y que no son los mismos según el momento histórico ni el lugar de nacimiento. Es tan real que hasta el papel de los dioses cambia según el periodo considerado. En esta etapa se transmite lo que permite una estabilidad social y se recortan las divergencias. Se premia el mimetismo y se castiga la diferencia. Se habla de terribles castigos a quien no acepte el dogma establecido y grandes premios a quien lo abraza. Por ello en la infancia, copiamos, aceptamos y anulamos nuestra curiosidad. El fin esencial de esta etapa es integrarnos en lo que se supone es lo mejor para que todo siga medido y controlado; poder ser una buena oveja en el rebaño sin demasiada curiosidad y luego ser adultos conformistas que viven “dentro del orden social”. La idea es que los adultos de la comunidad nos animen y censuren al tomar decisiones propias… para mantener el bien social. Esta censura limita nuestra autonomía y nos convierte en muchos casos en meros camaleones sociales que buscan aprecio y reconocimiento imitando “lo que está bien”. Esta etapa dura hasta el final de la adolescencia y para algunos toda la vida o hasta que se dan de bruces con la realidad de una sociedad imperfecta y en evolución. Se castiga el pensamiento personal, individual discrepante y el que haya valores personales fuera de los admitidos socialmente. En la crónica de Wei Li se alude a esta etapa como la del eunuco.

La segunda etapa es el autodescubrimiento y la autoafirmación. Si en la primera etapa lo importante es la inclusión en la sociedad, en esta la esencia es aprender lo que nos hace diferentes del resto. Es cuando hemos de aprender para actuar a pesar del adoctrinamiento de la primera etapa si lo creemos necesario. Es el desarrollo de la personalidad propia a través del método de prueba y error y del empecinamiento. Es la era de la comunicación universal entendida como absorción de la información sin importar de donde venga. Es el autodescubrimiento de límites (que no se conocen) y la lucha por los ideales. Cada uno vive esta etapa de un modo diferente. No hay dos iguales en el mundo y no hay dos reacciones 100% iguales ante un suceso. La lucha con lo aprendido en la primera etapa es constante. La validación o no de los conceptos que nos han imbuido marca el rumbo de la vida posterior. Esta etapa dura hasta que topamos con nuestras limitaciones, que existen se diga lo que se diga y se anime a lo que se anime en la actualidad. No se es bueno en todo ni se debe ser. Hay que aceptar las limitaciones y sacarles partido. Lo que sí se debe es saber cuales son y reconocerlas. Cuanto antes, mejor o lucharemos contra un fantasma y perderemos nuestro potencial.

Identificar y reconocer las limitaciones es importante para no perder el tiempo en la vida. Hay que elegir lo que se hace y sueña y el como; pero no solo porque podamos hacer algo significa que tengamos que hacerlo. Hay que pensar en el coste de la oportunidad y definir prioridades. No podemos (ni debemos) tener todo o intentarlo todo. Pensar y actuar, pero pensar, por dura que sea la conclusión. Quienes creen que no tienen limitaciones o no las aceptan suelen quedarse en esta etapa. No evolucionan y no aportan a la sociedad lo que pueden y deben, pues es el conjunto de aportaciones lo que mueve a la sociedad y justifica al individuo.

Desgraciadamente quien se queda en esta etapa suele ser negativo, achacar al destino el que no avance y creen que los dioses les tienen manía a pesar de sus grandes esfuerzos; que son unos iluminados e incomprendidos, cuando en realidad lo que les falta es determinación. Son los eternos adolescentes que buscan y no encuentran. En general esta etapa empieza al final de la adolescencia y dura hasta el tiempo del pleno potencial (alrededor de los 30-35 años). En la crónica se alude también a eta etapa como el rugido de la fiera.

La tercera etapa es el compromiso o implicación. Conocidas las limitaciones solo queda lo que es importante para la persona y es el momento de actuar y cambiar el mundo. Sabiendo lo que se sabe y lo que no se puede saber o desarrollar. Es el momento del compromiso y la implicación real. El momento de vencer la pereza y la comodidad de no gastar energía amparándose en lo aprendido en la primera etapa y cerrando los ojos y los sentidos a lo vivido en la segunda. Sin duda la tercera etapa es la de la consolidación, la de liberarse de cadenas reconocidas y ansias irrealizables. Es el momento de aportar y dar, de asignarse una misión real y posible.

Esta etapa es la realización personal, libre y valiente. Es la construcción del edificio que se deja en herencia, edificio material o espiritual. Es lo que conforma la memoria que se deja y lo que se aporta al mundo. No hay edad establecida en la que acaba la etapa, pero siempre se debe a la combinación de dos hechos íntimamente ligados: la sensación de que ya no queda nada por hacer / aportar y la sensación de que se es demasiado viejo para entender al mundo y es mejor contar memorias a los nietos. Quienes quedan presos en esta etapa son aquellos que no pueden detener su ambición y su constante deseo de tener más. Suelen ser un impedimento para que la sociedad avance. En la crónica se alude a esta etapa también como caza y muerte.

La cuarta etapa es la herencia o legado. Se llega a esta etapa tras más de media vida considerando lo que es importante y tiene sentido. Cuando se mira atrás se ve lo realizado (y lo por hacer aún) pero ya no se tiene la fuerza ni el empuje para avanzar más. En esta etapa lo importante no es ni crear ni conseguir, es hacer lo necesario para que lo conseguido, lo construido, trascienda la propia muerte. Sea a través de familia, entorno, discípulos y amigos lo conseguido ha de ser incorporado a la vida de los demás, sean valores, creencias, bienes materiales o espirituales.

Esta etapa es importante porque en realidad justifica la vida y nos prepara para la muerte dándonos una respuesta final a la eterna pregunta sobre su sentido y, por tanto, la aceptación de la muerte con una sonrisa. No es de extrañar que en la crónica se aluda también a esta etapa como la del patriarca.

La crónica de Wei Li va más allá de establecer unas etapas en la vida. Wei establece que el desarrollo ordenado a través de las etapas nos proporciona una sensación de orden y felicidad que en sí misma es motora y nos hace avanzar. En realidad, la primera etapa es horrible pues somos totalmente dependientes de los demás y nunca estamos seguros de acertar con nuestra actuación. Huimos de ella hacia la segunda, en la que nos autoencontramos, pero en la que seguimos siendo dependientes de los factores externos que nos han sido marcados como factores de felicidad: dinero, victorias, conquistas, notoriedad… Algo más controlable que la aprobación de los demás, pero aún impredecible. En ella dependemos de menos gente, pero aún hay dependencia, por lo que avanzamos hacia la tercera etapa en la que es la persona quien (casi) decide en todo y lucha contra las propias limitaciones y la de los demás. Acabada la lucha empieza la cuarta etapa. En cada una  la felicidad pasa paulatinamente a basarse en aspectos propios más que en los externos, que siempre son inciertos y cambiantes.

Las etapas -dice la crónica- no son reemplazables ni aisladas, sino que fluyen la una a la otra. En cada una se reasignan prioridades y amistades ya que en cada etapa necesitamos un entorno afín a nuestras intereses y prioridades. Juzgamos y actuamos por proyección personal hacia nuestro entorno en consonancia con lo que para nosotros tiene valor en ese momento. Si no estamos alineados con los demás o no los entendemos o los consideramos retrógrados. Aunque Wei habla de un fluir entre etapas señala que no es necesariamente siempre suave. Muchas veces son aspectos negativos e incluso traumáticos los que nos fuerzan a pasar de una a otra. De no existir algo que nos fuerce al cambio, las etapas son más largas y mayor es el peligro de quedarse en una de ellas sin avanzar.

Lo inesperado, si no es positivo, nos obliga a replantearnos nuestra posición y la búsqueda de la felicidad que es lo que en definitiva queremos en la vida. Cuando estamos incómodos en una etapa nos movemos a la otra, Cuando nos cansamos de obedecer pasamos de la primera a la segunda. Cuando nos cansamos de buscar pasamos de la segunda a la tercera y cuando nos cansamos de intentar y realizar pasamos de la tercera a la cuarta. Cuando no vemos que más podemos legar de nuestra experiencia, abandonamos y desaparecemos.

Acaba la crónica Wei Li revelando que calmó a Li Fu diciéndole que era un buen emperador y que su legado le sobreviviría. No sabía Wei que aunque creyera en ello mintió al emperador. La sociedad avanza y se transforma con cada uno de los legados que recibe. De ahí la importancia de la primera etapa en cada sociedad. El punto de partida no determina el punto de llegada, pero si el como se llega y a costa de que.



martes, 5 de marzo de 2019

Vivir en el siglo XXII



Nuestra juventud gusta del lujo y es mal educada, no hace caso a las autoridades y no tiene el menor respeto por los de mayor edad. Ellos no se ponen de pie cuando una persona anciana entra. Responden a sus padres y son simplemente malos.
(Sócrates)

Esta juventud está malograda hasta el fondo del corazón. Los jóvenes son malhechores y ociosos. Ellos jamás serán como la juventud de antes. La juventud de hoy no será capaz de mantener nuestra cultura.
(Escrito en un vaso de arcilla -de hace más de 4000 años- descubierto en las ruinas de Babilonia)

Una persona se parece más a su tiempo que a su abuelo.
(Proverbio árabe)

¿Para qué habrá servido mi vida si no transmito a mis nietos lo que he aprendido en ella?
(Ibrahim S. Lerak, Cuaderno de notas)


El tema de la reunión del círculo surgió de un comentario hecho por uno de los asistentes en una intervención anterior. Dijo que él era del siglo XX, sus hijos del XXI y sus nietos del XXII. Imaginar el siglo y planear una educación para ese tiempo era el difícil eje sobre el que se le pidió al ponente que discurriera su provocación al debate. En síntesis esto es lo que nos contó: 

Lo primero que se nos ocurre al hablar del siglo XXII es que está muy lejos y que no tenemos ni idea de como será. La primera afirmación es falsa. La segunda es cierta, tanto que nos quedamos cortos pues será muy diferente a lo que imaginamos y en especial será consecuencia de lo que hagamos ahora. Estamos en el 2019, a 82 años del 2101. Cualquier persona "occidental" nacida hoy tiene enormes posibilidades de vivir el cambio de centuria y entrar en el siglo XXII. Hijos y nietos nacidos hoy. No está tan lejos. Eso sí, hay cosas que no cambiarán: no entenderemos a los hijos y nietos que lo vivan. Si Hesíodo decía: "Ya no tengo ninguna esperanza en el futuro de nuestro país si la juventud de hoy toma mañana el poder, porque esa juventud es insoportable, desenfrenada, simplemente horrible" y un sacerdote del año 2000 a.C. añadía "Nuestro mundo llegó a su punto crítico. Los hijos ya no escuchan a sus padres. El fin del mundo no puede estar muy lejos", los padres y abuelos de ahora y de entonces seguirán pensando lo mismo. 

Dejad que haga dos simples predicciones que casi son realidades a pequeña escala. Primera predicción: No habrá talleres de coches. Segunda: Los modelos de industria serán totalmente diferentes por técnica o por concepto. Un motor de gasolina /diésel tiene unas 20.000 piezas individuales. Un motor eléctrico tiene 20. Los automóviles eléctricos se venden con garantía de por vida y solo lleva 20 minutos retirarlo y reemplazarlo. Airbnb es, actualmente, la mayor compañía hotelera del mundo, sin ser propietaria de ningún establecimiento. Para ello cambió el modelo operativo tradicional. En 1998 Kodak tenía 170.000 empleados y vendió el 85% de todo el papel fotográfico mundial. En unos años el modelo de negocio desapareció tragado por la técnica de los teléfonos inteligentes y ordenadores. ¿Habrá granjas de órganos para sustituir los accidentados? ¿Se seleccionarán genéticamente los hijos? ¿El modelo social se basará en la familia? y si es así ¿en qué modelo de familia? ¿Se delegará la educación a las escuelas? ¿Existirán los colegios como son actualmente? Todo depende de lo que hagamos nosotros hoy. El futuro lo creamos ahora, a cada momento, en cada segundo con cada una de nuestras acciones y reacciones, algo que solemos olvidar por empecinarnos en vivir en el presente. Tanto individualmente como socialmente.

Si nos centramos en la educación, la respuesta al modelo actual de colegio es negativa. No hace tanto tiempo que se creía que la tierra era plana y el centro del universo. Decir en aquella época que no es así era herejía punible. Nos pasará lo mismo, en unos (pocos) años nadie creerá que la escuela deba ser un lugar en el que se enseñe a todos los alumnos de la misma forma donde se les estandariza, un lugar cerrado donde se imparten conocimientos de amarilla ciencia y cultura; un lugar donde se instruye a todos por igual con horarios rígidos e inflexibles. Seguimos viendo la educación como una explicación del mundo, de su funcionamiento y propiedades. No vemos ni propósito ni ubicación de la humanidad. Aprendemos a usar y a memorizar -cada vez menos, eso sí- pero seguimos con ideas educativas de hace décadas como si el mundo social y por tanto lo que se necesita para vivir fuera lo mismo. Educamos a la juventud para un mundo que no existe y la única alternativa que vemos es decir... sé tu sin que nada ni nadie te influencie. Así podrás sobrevivir si el resto no sirve. La realidad social está lejos de la educación, no estamos preparando a los jóvenes a vivir SU mundo; no nos debe extrañar el continuado fracaso en la enseñanza. Sin excusas ni ambages debemos cambiar el modelo educativo. Hay que cambiar no solo el modo de enseñar, sino también el de aprender y el que hay que aprender. 

En un mundo que cambia tan rápidamente el modelo de sociedad y en el que la información se transmite a una rapidez poco antes impensable, la escuela no debe limitarse a transmitir conocimiento, es imprescindible que también lo cree y lo comparta. Además debe dotar a los alumnos de las herramientas que les permitan aprender por sí mismos y durante toda su vida para adaptarse a los retos que ahora nos son desconocidos pero propios del futuro. Cuando la sociedad es gaseosa y la información líquida es fundamental el pensamiento crítico. Hay que saber cosas, pero sobre todo hay que saber que hacer con ellas y diferenciar lo real de lo falso sin dejarse influenciar por los millones de trampas que intentan apartarnos del pensar, del no ser ciegos y aceptar ideas para hablar por boca de ganso. Hay que saber discernir y priorizar la información. Éste punto es verdaderamente fundamental para la educación de los ciudadanos del s. XXII. Hay estudios universitarios que muestran como inconscientemente creemos en estereotipos que la sociedad nos ha imbuido, como que lo caro es mejor, que lo que se anuncia como bueno lo es realmente, que las masas aunque estén instrumentalizadas tienen razón, entre otras ideas que no son propias y si aceptadas más o menos "alegremente".

Se necesitará saber tratar la frustración y la resiliencia, no ya para gestionar las emociones sino también para que los conocimientos adquiridos sean relevantes y significativos. Para ello habrá que estimular la tolerancia en todos sus aspectos, la social, la de pensamiento y la fraterna. Disminuir el valor del ego y potenciar el trabajo colaborativo. Eliminar las confrontaciones de  egos y crear colaboraciones para un fin común, hacia una meta con aportaciones individuales necesarias para ello pero dentro del grupo. Podemos ser competentes sin ser necesariamente competitivos. La competitividad no es en sí misma negativa, pero si la educación se basa exclusivamente en ella no posibilita ni la cooperación ni la solidaridad, dos valores que serán seguramente fundamentales en el s. XXII.

Para encontrar sentido a la vida será imprescindible desarrollar la fraternidad. Durante la historia de la humanidad la lucha indiscriminada en pro de la supervivencia individual o del clan no ha conseguido nada y todos los avances se han realizado en épocas de paz o de trabajo grupal. Lo que ya hoy es un hecho, en el futuro será algo básico... pero hay que educar en ello. Pensar solos no crea modelo y sin modelo no vamos a ninguna parte.

Todo lo que sean implantes, chips de salud o mentales son maneras de tener una vida más tranquila pero no más llena. Sin comunicación, colaboración y  creatividad no puede haber ilusión y la ilusión es el motor para vivir la vida, sin ella no existe el futuro.

La conferencia trató muchos aspectos futuribles de como podría ser o no el siglo XXII, pero si algo quedó claro fue que sin adecuar el sistema de educación y tener ya una visión de lo que queremos que sea, será un siglo de mucha oscuridad en lugar de luces.