martes, 8 de abril de 2025

 

LA ENCRUCIJADA



 

Dos caminos se abrían en un bosque amarillo,

y triste por no poder caminar por los dos,

y por ser solo un viajero, un largo rato

me detuve, y puse la vista en uno de ellos

hasta donde al torcer se perdía en la maleza.


Entonces tomé el otro, imparcialmente,

Y habiendo tenido quizás la elección acertada,

Pues era tupido y requería uso;

Aunque en cuanto a lo que vi allí

Hubiera elegido cualquiera de los dos.


 y ambos por igual los cubría esa mañana

una capa de hojas que nadie había pisado.

¡Ah! ¡El primero lo dejé mejor para otro día!

Aunque tal y como un paso aventura el siguiente,

dudé si alguna vez volvería a aquel lugar.


Seguramente esto lo diré entre suspiros

en algún momento dentro de años y años

dos caminos se abrían en un bosque, elegí…

elegí el menos transitado de ambos,

Y eso supuso toda la diferencia.



En este poema -el camino no tomado- Robert Frost parece referirse más a la inevitabilidad y la irreversibilidad de las elecciones que la vida nos impone a cada uno. No es posible tomar ambos caminos, porque la vida es única, y no podemos volver al punto de partida para intentar recorrer el segundo camino, ya que, en lo desconocido representado por el espeso bosque, cada camino conduce a otros caminos y a otras bifurcaciones, formando el laberinto de nuestras peregrinaciones.

 

El mensaje de Frost es mucho más complejo y ambiguo de lo que parece a primera vista. No dice que el camino elegido sea el mejor camino, simplemente sugiere que cada elección en cada encrucijada de la existencia marca la diferencia. Sin embargo, permanece el pesar por lo que hemos perdido, por lo que el segundo camino podría haber revelado si solo lo hubiéramos elegido. No es casualidad que el énfasis se coloque en «el camino no tomado», no en el camino que realmente tomamos. El segundo camino y lo que podríamos haber encontrado al recorrerlo forman parte del ámbito de lo posible, y como tal solo puede ser anhelado, no vivido.

 

Representa lo que podría haber sido y no fue, un universo paralelo que pertenece al dominio de la imaginación y al que se refiere el aleteo de la mariposa. No es de extrañar que el poeta concluya: “Seguramente esto lo diré entre suspiros en algún momento dentro de años y años".

 

Estamos llegando a una bifurcación y, como en el poema de Frost, dos caminos se abrirán ante nosotros. El primero, más amplio, pero más oscuro, continuará el camino al precipicio que llevamos una década transitando. La senda del scroll infinito, el consumo de contenido inconsciente y la sobre estimulación constante.

 

Empezamos ilusionados por la novedad y la promesa de una mayor conexión social. Coleccionábamos amigos en Facebook y olvidábamos a aquellos pocos a quienes llamaríamos si tuviésemos un problema. Cenábamos con el móvil en la mesa, incapaces de mantener una conversación mientras reclamaban nuestra atención en realidades paralelas. «¡riiiing! ¡riiiing!». Teníamos que saber qué decía ese mensaje. Podía ser importante. Nunca lo era. Luego las redes sociales pasaron a convertirse en plataformas de contenido. Envidiábamos vidas ajenas, discutíamos con cuentas anónimas y veíamos vídeos de recetas que sabíamos que nunca intentaríamos hacer.

 

Ya no hay novedad, ya no hay engaño. El modelo de negocio está claro, podemos llamarlo “La economía de la atención” —de nuestra atención.  Es rentable y las empresas tecnológicas seguirán invirtiendo millones para que las mentes más brillantes del planeta diseñen sistemas con los que mantenernos enganchados a la pantalla y, así, seguir bombardeándonos con publicidad hipersegmentada. En este camino la gente cada vez está más conectada pero más sola. Cada vez está más estimulada, pero siente menos. Cada vez tiene más acceso a información, pero está más desinformada. Cada vez es más alta, pero con la cabeza más gacha.

En unos años estaremos sentados en el sofá con las gafas inteligentes, amueblando áticos virtuales pagados con bitcoin y dejando que la IA nos alimente de contenido basura, concebido y curado a nuestra medida. ¿Ya es tarde?

Quizás no.

 

Se oyen rumores. La gente está cansada. Está despertando. Se empieza a preguntar, gradualmente, cómo hemos podido llegar a este punto. Cómo hemos prostituido nuestra privacidad a cambio de, ¿qué? ¿Ego? ¿Dopamina? ¿Dónde está el tiempo robado? La gente está abriendo los ojos. Está decidida a tomar de nuevo el control sobre la tecnología. Decidida a desconectar y vivir más offline.


Decidida a elegir el segundo camino. El más estrecho. El menos transitado. La gente empieza a entender que no hay resolución de pantalla capaz de reproducir una puesta de sol en vivo. Que la aprobación que necesitas es la tuya propia. Que un viaje se vive más intensamente cuando lo compartes con quien está a tu lado y no con la gente que lo verá después filtrado y en fragmentos cuidadosamente seleccionados para aumentar tu valor social. Que eres bello sin filtros. Que eres bella sin filtros. Que recordarás con más lucidez ese café con un amigo que una hora de pódcast sobre crecimiento personal. Que mil palabras noveladas valen más que una imagen digital. Que no hay ningún “me gusta” que llene un abrazo.


Ojalá seamos capaces de tomar el segundo camino y de recuperar el control. Dejar el teléfono inteligente (último modelo a ser posible) al lugar que le corresponde: una herramienta para mejorar nuestra vida, no para absorberla.


De tanto repetir el final (elegí el menos transitado de ambos, y eso supuso toda la diferencia) se ha convertido en una llamada a la valentía, a romper con lo convencional y apartarse de los caminos conocidos y frecuentados para abrir nuestra propia senda.  Y yo no estoy conforme con ello. Siempre he pensado que el verdadero mensaje de este poema se esconde en la arbitrariedad de la decisión tomada, nota que creo que queda más patente en la versión original, que presenta ambos caminos como idénticos.  

Todos nos enfrentamos diariamente a la toma de decisiones y compartimos el deseo, plasmado en el poema, de conocer, antes de decidir, todo lo posible sobre los distintos caminos entre los que nos debatimos. También estamos acostumbrados a la sensación de que todas las opciones ofrecen similares ventajas (y desventajas) y a la familiaridad de la angustia ante la certeza de que no tendremos ocasión de volver a esa misma encrucijada una vez tomemos la dirección elegida. Pero, sobre todo, todos hemos experimentado las dudas ante el posible arrepentimiento futuro y por eso necesitamos reafirmar nuestra elección. Entonces, los motivos que utilizamos para decidir se difuminan hasta carecer de importancia y volverse insignificantes. La perspectiva del tiempo nos hace dulcificar el recuerdo de las incertidumbres de la vida. Porque de otra forma, vivir nos ahogaría.

 

Two roads diverged in a yellow wood,
And sorry I could not travel both
And be one traveller, long I stood
And looked down one as far as I could
To where it bent in the undergrowth.

Then took the other, as just as fair,
And having perhaps the better claim,
Because it was grassy and wanted wear;
Though as for that the passing there
Had worn them really about the same.

And both that morning equally lay   
In leaves no step had trodden black.
Oh, I kept the first for another day!
Yet knowing how way leads on to way,
I doubted if I should ever come back.

I shall be telling this with a sigh
Somewhere ages and ages hence:
Two roads diverged in a wood, and I–
I took the one less travelled by,
And that has made all the difference.