Debemos reclamar, en nombre de la tolerancia, el derecho a no
tolerar a los intolerantes.
(Karl Popper)
Un verdadero liberal se distingue no tanto por lo que defiende
sino por el talante con que lo defiende: la tolerancia antidogmática, la
búsqueda del consenso, el diálogo como esencia democrática.
(Bertrand Russell)
Si no hubiera diferencias no habría progreso ni pensamiento individual.
(Ibrahim S. Lerak, Cuaderno de notas)
La reunión del círculo del mes pasado se vio influenciada por la campaña electoral y por las actitudes radicales de algunos partidos, por ello el tema del ponente se dedicó a la tolerancia, un tema ya tratado de puntillas anteriormente que necesitaba una revisión. Esto es lo que nos contó el orador:
La
sociedad tiene un desmedido afán de unidad. La obsesión por la unidad es una
constante en la historia. El hombre usa y necesita al grupo y se sabe fuerte en
él y con él. El temor a
romper el grupo y por tanto dar pie a la debilidad nos hace desconfiar de lo
nuevo, sean personas o ideas. Lo diverso puede ser dañino. Nuestro primer impulso
y muchas veces el segundo es odiar a todos los que no piensan o actúan como
nosotros, como decía Jules Lemaiître. Y sin embargo vivimos en un tiempo en el
que se exaltan las diferencias, ésas que en la realidad diaria se toleran mal.
Precisamente
la tolerancia se define como: respeto o
consideración hacia las opiniones o prácticas de los demás, aunque sean
diferentes a las nuestras. Es una manera de decir que aceptamos, aunque sea
a regañadientes, ese principio que proclama la igualdad de todos. La tolerancia
y la intolerancia dejan ver el desprecio y el rechazo que nos producen los
otros. Cuando reprimimos el rechazo, toleramos lo que nos incomoda. La
tolerancia siempre implica una cierta falta de respeto, como decir "tolero tus
creencias absurdas y tus actos sin sentido". Con la tolerancia como con el perdón
nos situamos un poco por encima del otro: concedemos y quien concede está un
peldaño por encima. Con ello justificamos nuestra magnanimidad, aunque en
realidad la tolerancia debe ser una expresión de la moral mínima exigible a un
ser humano, una moral que pone freno al egoísmo que impide ver al otro con la compasión
de sentir lo que el otro siente y tratar de entender su forma de vivir y
comportarse.
No
es lo mismo perdonar que tolerar. El perdón se ejerce sobre algo que nos
incomoda o daña y la tolerancia es un respeto a una diversidad. Ser tolerante
no es una virtud, es una necesidad y precisa ser aprendida durante la
educación. Sin tolerancia no hay progreso porque sin tolerancia no hay
diversidad y la diversidad estimula y crea las bases del progreso.
La
dificultad de aceptar al otro como es, es transversal. Kant la llamó la sociabilidad insociable del ser humano:
somos sociables y no somos sociables, necesitamos a los demás y al mismo tiempo
los detestamos por mil distintas razones, muy a menudo vergonzantes. Pocas
veces lo que provoca intolerancia es razonable y lo grave es que trasciende el
nivel individual y entra en la vida colectiva. La historia occidental está
llena de ejemplos de rechazo: a gitanos, judíos, negros, árabes, homosexuales, enfermos,
discapacitados… etc. Con demasiada frecuencia despojamos al otro de su dignidad
humana.
Son
cuatro las razones básicas de la intolerancia: el miedo, la diferencia de
creencias y opiniones, las diferencias económicas y las diferencias físicas. La
primera es el miedo, un poco la razón madre de las otras tres. Es la incertidumbre
de lo que puede pasar, de perder lo que tenemos, de retroceder y perder valor,
posición e incluso la vida. Fuera de la zona conocida, del ámbito que dominamos,
estamos perdidos y no sabemos si podemos contar con el grupo. Domina la supervivencia
y la reacción visceral, la emoción. Lo que no controlo puede ser mortal y por
tanto es negativo.
Las
diferencias ideológicas y las de carácter religioso pueden ser causa de
intolerancia. Ambas son básicamente visiones privadas, emocionales más que
racionales y contra las emociones no hay arma de razonamiento que valga. Es el
sí… pero...Las diferencias ideológicas admiten un cierto punto de compromiso y
razón puesto que ante un objetivo común pueden entenderse diversos caminos que,
si bien no se comparten, al menos se aceptan. La fe no tiene razonamiento, toda
ella es subjetiva. Es un tema personal y visceral. Ambos, la religión y la
ideología los son. En el mejor de los casos lo son por convicción propia y no
por imposición de una autoridad externa. En los casos extremos se da la
intolerancia total para asegurarse de que solo las propias creencias son
válidas. Discutirlas es abrir la puerta al fracaso personal y cuando la vida se
lleva por boca de ganso la cerrazón es la mejor arma.
Al
grupo de diferencias económicas pertenecen todas las diferencias sociales y
culturales. Nos situamos en un plano que se resume en la convicción de que yo
valgo más que el otro porque somos de territorios y culturas diferentes y la
mía es mejor. Esa jerarquía se establece al imponer el criterio material: lo
mío es mejor, me hace trabajar menos y yo lo tengo y tú no. Claro que no se
expresa así. Las diferencias son rechazadas con argumentos más utilitarios: mostrando que la presencia del otro afecta desfavorablemente a las formas de
vida o a las costumbres. Al inmigrante o al gitano no se les tolera porque su
presencia significa pobreza, desorden, marginación, inseguridad e incluso
muestra una injusticia por resolver o tapar y provoca el miedo a la
redistribución social: a mi pobreza, sea cual sea mi nivel. ¿La prueba? Fácil:
al gitano o árabe rico, no se le margina. Se aparta al desposeído porque su presencia
no agrada. Nos justificamos diciendo que no se está discriminando al
extranjero, sino al que viene a echar más leña al fuego de la crisis económica,
que solo puede traernos más miseria y contribuye al aumento de la delincuencia.
No rechazamos al otro, solo pretendemos preservar puro y limpio lo que es nuestro.
Y por ello cuanto más alejados mejor… salvo si tienen dinero por si son
generosos con nosotros y “nos cae algo”.
Es entonces cuando nos acordamos del Talmud y decimos aquello de sé flexible como un junco, no tieso como un
ciprés.
El
grupo de las diferencias físicas o psicológicas es el de las anormalidades. Se
rechaza a los diferentes al amparo de doctrinas religiosas y de la incomodidad
ante algo que no es uniforme y plantea problemas o puede plantearlos. Una
persona con tres brazos me puede vencer, un cojo puede retrasarme en la huida y
en el mejor de los casos serme molesto el verlo porque me obliga a replantear
la sociedad: subvierte lo aceptado y establecido como normal y bueno. La intolerancia
es conservadora del confort que cuesta abandonar, se tolera mal o se tolera
poco a los minusválidos, a los enfermos de SIDA, a los disminuidos psíquicos.
Es más llevadero tenerlos encerrados en lugares exclusivos para ellos o
tenerlos escondidos. Como dice Foucault, la sociedad decide qué debe ser normal
y excluye a quien no encaja en la norma.
Ninguna
de estas cuatro razones puede ser calificada como justa y aceptable. El prejuicio
es un punto de vista no razonado; no puede ser el origen de un juicio de valor
con pretensión de universalidad. Dar valor al bienestar económico no es un
prejuicio. El bienestar económico es un bien tanto para el que lo tiene como
para el que no lo tiene a su alcance. Por eso para que esté al alcance de
todos, la justicia manda repartir y distribuir, no acumular en pocas manos unos
bienes que son, en realidad, comunes y de derecho para todos. La fraternidad es
la única posibilidad para combatir y mejorar la situación. No hay tolerancia
sin espíritu previo de fraternidad.
La
práctica de la tolerancia es el respeto a la libertad de cada cual a ser como
quiera ser. La lucha contra los prejuicios es un problema de educación y de
cultura, la exclusión de los más débiles, es un problema de sensibilidad
pública, también de educación, así como de políticas concretas que impulsen la apertura
de las conciencias. Una sociedad tolerante permite y canaliza la diversidad,
pero no debe alentarla. El fomento de las diferencias atomiza y destruye, hay
por tanto un límite a la tolerancia en el que ésta deja de ser algo positivo y
pasa a ser un derecho adquirido que sirve para reclamar mayor capacidad de
diferenciación. Los derechos adquiridos son egoístas, ambiciosos, envidiosos e incluso
violentos. Como tal es positiva. Pero no se puede ser infinitamente tolerante
ni con la gente ni con los hechos, aunque esto produzca ciertas cuestiones
difíciles de resolver.
Decía
Thomas Mann que la tolerancia es un
crimen cuando lo que se tolera es la maldad. Flaco favor nos haríamos si,
como dice Fernando Savater toleramos la antropofagia como una especialidad
culinaria que no compartimos pero que habría que respetar, o aceptamos paradigmas
que pretenden ser verdades absolutas solo para no quebrantar el principio de respeto
al otro. ¿Son tolerables todas las doctrinas y opiniones, cualquiera sea su
naturaleza e intención, incluso a costa de que vayan claramente contra los
derechos humanos y el progreso de la humanidad?
La
tolerancia como condición necesaria para la socialización no contempla
complicidades silenciosas hacía todo tipo de doctrina. No se trata del
"todo está bien" por el que llegamos al "nada está
mal". A contrario sensu se
perfecciona en el respeto de todos por los valores humanos y va de la mano con
el combate activo contra el mal.
Hay
una tolerancia positiva y una negativa consistente en la ausencia de ideas,
principios y opiniones por comodidad o simplemente por indiferencia, que acaba
siendo la negación de la ética y de la fraternidad. Stuart Mill, dijo que las
creencias debían ser vivas y no muertas, creencias que debían ser defendidas
porque eran vulnerables a los ataques de otros. Una creencia está muerta cuando
jamás se cuestiona ni necesita ser discutida. Pero está viva si hay que luchar para
mantenerla en pie contra otras creencias y opiniones. Hay que darse cuenta de
la validez relativa de las propias creencias y sin embargo defenderlas sin
titubeos. Eso no es dogmatismo, es tener convicciones.
Los
límites de la tolerancia deben estar, ante todo, en los derechos humanos. Si
tolerar al otro es saber respetar su dignidad y reconocerlo como a un igual, no
merece ser tolerado el que, a su vez, no sabe respetar esa dignidad. Es
intolerante el terrorista, el criminal, el dictador, el fanático que no repara
en medios para conseguir lo que se propone, aun cuando esos medios sean las vidas
de otras personas. El intolerante convierte al otro en un medio para sus fines.
Las ideas reaccionarias, solo son tolerables, mientras solo sean ideas. No lo
son cuando quieren imponerse a quien no las comparte mediante la
violencia y la fuerza. En tal caso, violan el derecho fundamental a la
libertad de creencias y de expresión.
El objeto de la tolerancia no son las diferencias que ofenden
la dignidad humana. Pero hay casos de duda, algunos sencillos y otros menos. Tolerar
la ignorancia (por ejemplo) es darle alas y parece obvio que este tipo de
tolerancia no es positivo. ¿Si estamos de acuerdo en ello tenemos que luchar
por eliminar la ignorancia? La respuesta suele ser afirmativa. Entonces ¿dónde
está el límite? ¿Qué hay que combatir y qué no? Se podría decir que se ha de
ser tolerante siempre que esta tolerancia no afecte a quien la ejerce y no vaya
contra sus reglas. Pero no es tan fácil. Cuando hay culturas diferentes y una
de ellas tiene tradiciones que parecen aberrantes a la otra ¿hay que
intervenir? ¿Podemos cerrar los ojos ante lo que nos parece un mal diciendo que
somos tolerantes? ¿Dónde está el límite? ¿Hasta qué punto una práctica como la clitoridectomía,
que desde nuestra concepción de los derechos individuales es una grave
mutilación de las mujeres, debe ser tolerada cuando la practican otros que
tienen sus razones para aceptarla?
Si
el límite de la tolerancia ya no es el propio daño personal, físico o
moral, sino el ir en contra de lo establecido por una norma generalmente
aceptada ¿quién establece el límite? ¿La mayoría? pero la mayoría, la masa
siempre descarta el cambio, la pluralidad porque esto desestabiliza y merma la
supuesta certeza de que se actúa bien. La respuesta es que los derechos
universales son el límite, y cuando la interpretación de los mismos aplicada al
caso que se juzga, admite discrepancias, la única vía de solución es el
diálogo. Combatir la intolerancia de los otros por la fuerza, es una
contradicción y solo crea fanatismo y venganza. No es lícito cerrar los ojos y
tratar de ignorar los conflictos, tampoco atajarlo a costa de nuestros
principios fundamentales. La tolerancia solo se puede ejercer dentro del mismo
tipo de cultura. Cuando dos culturas chocan, hay que buscar entendimientos y
tender puentes, que no es lo mismo que tolerancia, es respeto. El intercambio
cultural tiende a homogeneizar y enriquecer, pero no da frutos inmediatos.
La discusión fue larga y con muchos ejemplos y dudas pero todos fueron tolerantes y aceptaron la diversidad de opiniones. Nadie se empecinó en su propias ideas y es que tolerancia y generosidad van de la mano.
¿Debemos ser tolerantes con los intolerantes? Actualmente hay un retorno a una extrema derecha que habla sin tapujos de "yihaidismo de género", de derogar la ley contra la violencia machista, de sacar el aborto de la sanidad pública así como de fomentar "la familia natural" No, mi querido albardan. No puedo ser intolerante con la intolerancia.
ResponderEliminar"Se podría decir que se ha de ser tolerante siempre que esta tolerancia no afecte a quien la ejerce y no vaya contra sus reglas". Hay límites para la tolerancia, cierto.
EliminarGracias por el apunte :))