jueves, 18 de junio de 2020

Entre el líquido y la espuma (2): El hombre liviano




Se gobierna mejor una sociedad que vive en el instante, que una que piensa en el futuro.
(Principio político universal y siempre actual)

¿Se vive mejor sin pensar? ¿Tiene sentido la vida sin participar y sin preguntar?
(Ibrahim S. Lerak, Cuaderno de notas)

La bola de Newton se mueve cuando recibe un impulso, el resto del tiempo permanece quieta.
(Física experimental) 


La reunión del club de narizones tuvo lugar con todas las precauciones posibles tras el confinamiento por pandemia. Una de las características de estar reuniones es que, a veces, se le pide a un ponente que desarrolle más un tema previo. Esto es lo que pasó en esta reunión, no era cuestión de hacer de agoreros por la cororavirus-19 o de ponerse a juzgar sin que hubiera un tiempo de reflexión. Fue precisamente la reflexión del tema acerca de la sociedad gaseosa (Entre el líquido y la espuma, 19-10-2018) la que quedó en la mente de muchos de los participantes: Lo que antes era, ahora es solo imagen y momento y todo se ha vuelto más precario, instantáneo, se escapa si no es novedoso y se vuelve con frecuencia una agotadora persecución tras la nada. Hoy vivimos una modernidad gaseosa en la que lo que agrada, lo que se busca y lo que vende es lo fácil, lo que no sea consistente y no implique nada más allá que el momento preciso. Se le pidió al ponente que tratara este tema otra vez y esto es lo que nos contó: 

La sociedad gaseosa solo es posible si existe un determinado tipo de hombre: El hombre liviano. Un hombre que no pesa, que flota entre las cosas sin anclarse a ninguna que no sea su propio placer inmediato. Es un hedonista y materialista con dos claros objetivos a conseguir a cualquier precio: el éxito y el propio placer. Por tanto sus intereses son dos: dinero y consumo inmediato e indiscriminado. Un hombre ecléctico, básicamente infeliz si no alcanza sus metas con la rapidez que a él le parece adecuada y, en el fondo, indiferente por saturación de la oferta de productos y de información. Este tipo de hombre -hoy mayoría en número en la sociedad occidental- hace de la permisividad su nuevo código ético que va desde la tolerancia ilimitada a la revolución sin finalidad, o mejor dicho, sin convencimiento firme duradero. Es carne de cañón para la sociedad que busca unos ciudadanos anquilosados a la ignorancia y a la vida fácil. 

El hombre liviano está bien informado, de hecho sobreinformado, pero en un ámbito reducido de temas, que son los que interesa a la sociedad que se promuevan por aquello de que pensar mucho en un tema agota las posibilidades de pensar en otros más lejanos y que exigen un esfuerzo de búsqueda de datos. Este hombre o mujer, ser humano en definitiva tiene escasa educación humana, está muy entregado al pragmatismo y cree a pie juntillas en bastantes tópicos. Le interesa todo... pero a nivel superficial. Se queda con los titulares sin leer el artículo o lo lee en diagonal. No es capaz de hacer la síntesis de lo que percibe y esto le lleva en realidad a convertirse en un ser trivial, frívolo, ligero "light", que acepta todo por conveniencia y no por criterio propio reflexionado. El hombre liviano es etéreo, volátil en sus opiniones, banal en sus actos y pensamientos y permisivo por ende en la sociedad. Conoce bien su tema profesional, en ello es un experto (busca el éxito y lo trabaja), pero en el resto carece de ideas claras, aunque las defiende con vehemencia, pues ha de parecer que sabe de lo que habla. En definitiva es un hombre superficial, permisivo y egoísta. Tanto es así que cree que por el mero hecho de amar ya se le debe un reconocimiento. Confunde el amor con la satisfacción de placeres. De ahí las numerosas rupturas de parejas... pero ése es otro tema para otro coloquio.

Ganar mucho dinero es su símbolo de éxito. Pasarlo bien a costa de lo que sea es su código ético. Reducirlo todo a titulares es su sistema de información. La ética permisiva sustituye a la moral por lo que todo es relativo y las reglas pasan a ser subjetivas. La libertad está en el consumo y el éxito social, aparte del dinero, está en el número de famosos que se conocen. La voluntad existe para avanzar en la profesión... al precio que sea y  esta voluntad no está educada. Esto es el breviario del hombre liviano.

No es un problema en sí, salvo que queramos mantener unos valores morales que nos parecen correctos y no me refiero a los valores religiosos sino a los de la sociedad racional en la que el hombre es algo más que una máquina sin cerebro para pasar el tiempo. Tenemos la posibilidad y la obligación humana de desarrollar una ética laica en la que cada uno de lo mejor de si mismo para el conjunto de la humanidad. Claro que esto requiere voluntad y esfuerzo, sin ellos no pasaremos de ser una ceniza llevada por el viento que mueve un Eolo en provecho propio. 

La voluntad necesita ser educada y requiere del esfuerzo y persistencia. El orden y la disciplina ayudan a lograr el cambio. La elección de si queremos ser hombres livianos u hombres con criterio propio es personal e intransferible. Pero si optamos por ser algo más que una mota de polvo al viento, el camino es largo: cuesta una vida. El premio es saber, conocer y conocerse.  La lucha es contra la ignorancia y contra las limitaciones propia y de los demás. Si vale la pena o no es un juicio personal. ¿Queremos ser pompas de jabón o preferimos ser entes pensantes y autónomos?


Como siempre la discusión fue larga, pero quedó claro que la opinión vertida no se la llevó el viento coma una mota de polvo o ceniza y que había voluntad de debate y complemento de información.



2 comentarios:

  1. Vivimos en la era de la tecnología. No obstante, yo me atrevería a decir que vivimos en la era de la inmediatez. Todo se acelera, lo queremos al instante y todo. La sociedad se está llenando de adictos al corto plazo, a la recompensa inmediata.
    Sin embargo, creo que no somos realmente conscientes de que esta cultura de la inmediatez nos lleva a la estupidez más absoluta. El tiempo que se “pierde” entregándonos con pasión a todo lo que hacemos, con esmero, tiene una recompensa. Quién no dedica ese tiempo y salta de una motivación a otra, lo único que obtiene es la insatisfacción, el hacer por hacer, convirtiendo todo cuanto le rodea y toca carente de valor.

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    1. La tecnología acerca las distancias y el tiempo. La inmediatez, el presente, incluso el momento es lo que cuenta. A ello hay que sumar el lo quiero y lo merezco. Totalmente de acuerdo con lo de crear adictos a la recompensa inmediata. Igual que cuando se amaestra a los perros. Recompensa por lo hecho, ya mismo.
      Si, a la estupidez y al autismo. Ni esfuerzo ni compañía y el resultado es que la culpa siempre es del otro. Creamos depresión crónica y agresividad. O, con ayuda del panem et circenses... ovejas dóciles de cerebros vacíos.

      Gracias por el apunte ...anónimo
      :))

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