lunes, 10 de diciembre de 2018

Autoridad asesinada

Original: Gerhard Haderer


Cuando una multitud ejerce la autoridad, es más cruel que los tiranos.
(Platón)

El menosprecio de la autoridad es el principio de la revolución.
(Antonio Aparisi y Guijarro)

Es a través de la desobediencia y la rebelión que se ha hecho el progreso.
(Óscar Wilde)

Demasiada autoridad acaba en odio, demasiada tolerancia en desorden.
(Ibrahim S. Lrerak, Cuaderno de notas)

El club de los narizones celebró hace unos días una reunión a la antigua: con una cena abundante como manda la tradición en estas fiestas. Realmente fue un banquete y como no había protocolo a observar, la sobremesa se alargó igual que la lengua cuando la liberan el vino y otras bebidas espirituosas. El tema de esta tertulia vino provocado por las últimas manifestaciones callejeras con alborotos importantes y la falta de autoridad de quienes debían si no impedirlo al menos contenerlas. No fue una ponencia sobre el tema pero sí un intercambio de puntos de vista (bastante coincidentes) de los que el escriba secretario del club tomó nota y reproduce aquí aunque no en su totalidad por ser arte y parte del debate.

Los actuales desórdenes que emergen en nuestro país tienen su base en la destrucción del concepto de autoridad. En general, de todo tipo. Desde la autoridad de los profesores (quizás la primera que se nota y la más importante) hasta la autoridad de los padres y de las instituciones. Cuando se empodera a las masas en exceso el resultado es el desastre porque la masa no piensa, solo ataca movida por el impulso y la voz dominante. Es cierto que un exceso de severidad produce irritación y odio, pero un exceso de tolerancia debilita y hace de la autoridad solo una figura a combatir. Degradando la autoridad la convertimos en inferior y como el resentimiento de que nos domine un inferior es más fuerte cada vez, más explosiva es la respuesta. Automáticamente tenemos más derecho a imponer lo que nos parezca, siguiendo el soplo del viento social, independientemente de que cambie de hoy para mañana. 

La pregunta es ¿cómo se ha llegado al asesinato de la autoridad? ¿Cómo lo hemos permitido y cómo lo hemos alentado? Podemos mirar atrás y ver como hemos preparado lentamente el asesinato, aunque la pregunta de verdad es si es un asesinato premeditado o simplemente alguien ha usado la oportunidad de una autoridad débil para darle la puntilla y rematarla. 

Todos los pueblos tienen una tendencia al regodeo en chismes sobre los demás. Nos reímos de las desgracias ajenas, criticamos al prójimo, especialmente si son gente relevante en la sociedad, sin intentar saber la razón de sus actos; solo fotografiamos el instante y no nos preguntamos dónde está límite ni nos importa si lo sobrepasamos. Todo el mundo tiene derecho a saber todo de todo el mundo. Es la desaparición de la vida privada que se convierte en un espectáculo público al que todos estamos invitados. Alguno es divertido y anecdótico: que a Google (el espía de datos por excelencia) se le ofrezca como sede en Berlin la ex sede de la STASI (policía política de la RDA) es para sonreír; que en EE.UU. se gastaran cientos de millones de dólares para averiguar los detalles sobre la felación que una becaria le hizo a un presidente, que el mundo retuviera el aliento durante meses para saber si quedaban o no manchas en el vestido de Mónica Lewinsky es socialmente empobrecedor, pero una muestra de que rebajando la autoridad de alguien podemos juzgar a nuestra conveniencia y actuar en consecuencia como nos parezca. Nos tomamos la justicia por nuestra mano sin detenernos a pensar, ni antes ni después. Lo mismo pasó en el Reino Unido, arquetipo de de los ciudadanos reservados, cuando en 1992 el mundo consideró de vital interés saber la envidia que sentía el príncipe Carlos de Inglaterra por los támpax de su amante. Todo ello en aras de la democracia y la libertad de expresión. Lo importante no es si hay delito o pecado, lo importante en el fondo es el poder mostrar que gente relevante ha sido cazada, engañada, espiada y que nosotros, la plebe, podemos invadir su privacidad, airear su intimidad ... en el fondo tan parecida a la nuestra.

¿Cómo empezó esta deriva? Posiblemente en la televisión con programas recorte de momentos en los que la gente de a pie revelaba intimidades graciosas. Se autorizaba así el entrar en la vida de los demás. Siguió en los comercios y en las calles con las cámaras de seguridad y posteriormente al mundo digital. La ciudadanía aceptó la intrusión en la vida privada y colaboró con ella a través de las redes sociales. Se dió permiso a los periodistas a rebuscar en la basura de los famosos, a espiarles en su vida privada y cuanto más sensacionalista pudiera ser la noticia más valor tenía. Se crearon programas de tele-realidad en las que las 24 horas se espía a un grupo y a partir de ahí se crea el espectáculo de la polémica. Empezó la aceptación de que todos pueden (deben) saber todo de todos y que la libertad de expresión permite invadir la privacidad en cualquier momento. Lo fundamental no es la norma legal sino los ojos vigilantes de la masa sobre cada uno de los objetivos que podemos ser todos. El derecho a la privacidad choca con el derecho a la información y sale perdiendo. El honor es algo antiguo, inexistente, aunque se repare en los tribunales cada vez más raramente. El poder de la opinión de la masa (que no se sabe dirigida y manipulada) lincha moralmente, descuartiza con rabia y la sociedad se convierte en una sociedad más (banalmente) informada y más vulgar con el daño asociado de que (des)información y bajeza se parecen cada vez más y van de la mano. Cuando la tecnología aúna la opinión de las masas y la devaluación de la privacidad, el respeto al otro, a la autoridad, a lo que sea desaparece.

En un caldo de cultivo en el que la igualdad lo es por decreto, en el que uno se arroga el derecho a opinar sin saber de que se habla, se exterioriza la disconformidad con la propia vida y se alienta la necesidad de vivir el momento sin pensar en el futuro, todos se creen con derecho a discutir cualquier cosa y a imponer la emoción sobre la reflexión. Cuando con esto se ataca a un gobierno que se presenta como tolerante y cercano al pueblo el mejor modo de neutralizar la rebelión es simple: ponerse de parte de las masas. Hacer dejación de autoridad, decir que si a todo, parchear el momento sin mirar que consecuencias puede tener es un modo fácil de generar conformidad y contento. Si además no se alienta el trabajo serio en ninguno de los niveles sociales y se actúa sin criterio a medio ni largo plazo, está claro que cualquiera puede conculcar el principio de autoridad, puesto que basta un movimiento de las masas para dejar en mal lugar a cualquier estamento social. Basta con que un tabloide airee una noticia y sugiera una actuación para que se exija la inmediata anulación o cambio desde una ley hasta una costumbre por muy fundamentada que ésta esté. 

La guinda la ponen las instituciones de gobierno cuando sus resoluciones no sirven para casi nada (caso de la ONU) o se rectifican al poco o cuando se falta a las comisiones del parlamento y solo se asiste al circo de los plenarios y los chanchullos y comisiones están a la orden del día. ¿Quién puede creer en una autoridad que ni sabe imponerse ni tiene derecho a ser ejercida por quienes deben ser ejemplo moral? 

Tampoco hay que olvidar el daño que causa el pensamiento actual que empuja hacia la individualidad. "Tu lo vales" "No seas como los demás" "Sigue tu camino, no dejes que los otros influyan en ti" "Sé auténtico" ... todos esos consejos que sirven solo para consumir más, pensar menos y colaborar en nada. Si se impulsa el deseo de ser heterodoxo y anti-convencional ¿cómo se puede esperar que se acate una autoridad? Si alentamos la inconformidad alentamos también el desacato. Cuando el desacato lo hace quien debe dar ejemplo, la autoridad cae fulminantemente asesinada.



2 comentarios:

  1. Sin autoridad solo hay libertinaje, no libertad, dispersión, no unión. Sin autoridad se unen solo intereses, no voluntades.

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    1. Sin autoridad solo vive el caos. Aunar voluntades siempre va de la mano de los intereses particulares, no de los generales por desgracia.
      Gracias por el apunte :))

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