La libertad existe solo en la tierra de los sueños.
(Friedrich Schiller)
Nada es más difícil y por tanto más querido que la capacidad de decidir.
(Napoleón Bonaparte)
El mayor enemigo de la libertad es el hedonismo.
(Ibrahim S. Lerak, Cuaderno de notas)
En la última reunión del círculo se abordó el tema de la predestinación y de la libertad por consecuente. Un tema casi eterno el de la libertad, pero que tras la conferencia del ponente se vio de otro modo. Esto fue lo que nos contó:
-- Seguir el dictado de las emociones puede que sea producto de la necesidad de sobrevivir del hombre. Ya en el cerebro límbico aparece la supervivencia como primer fin y las emociones en cierto modo nos alertan para poder seguir con vida. Lo que no es antiguo y quizá tampoco natural es creer en la libertad humana. Durante miles de años se aceptaba que era el más fuerte quien decía lo que estaba bien o mal; posteriormente fue la religión la que marcó las reglas divinas de obligado cumplimiento, tanto si eran con recomendaciones de guerra (Deuteronomio 20) como si eran de paz (Lucas 6:29). Solo en los últimos siglos el origen de la autoridad ha pasado de las deidades celestiales a los humanos de carne y hueso y ahora pasa de las personas a la Inteligencia Artificial (IA), o algoritmos como se llama a lo que parece que es la ley que rige nuestras acciones individuales analizadas por la tecnología informática asociada a los medios de comunicación.
El análisis de
los macrodatos no deja en buen lugar a la impredecibilidad que se debería
derivar de una libertad de pensamiento y acción. El libre albedrío se convierte
en una idea romántica, una ilusión de un tiempo en el que no sabíamos nada de
nosotros mismos. La ciencia va mostrando que en realidad emociones y
sentimientos han pasado a ser simples reacciones químicas usadas para
sobrevivir y reproducirnos. Las emociones no se basan en la intuición, en la
inspiración ni en la libertad, son solo cálculos de supervivencia. No nos damos
cuenta de ello porque el cálculo es tan rápido y realizado por el subconsciente,
que creemos que nace de nosotros sin estar prefijado por vivencias y
experiencias anteriores. Nuestras fobias y filias parecen resultado racional
del libre albedrío. Pero solo lo parecen. El miedo aparece cuando el cálculo
indica probabilidad de muerte; los sentimientos de atracción sexual cuando los
algoritmos bioquímicos muestran un apareamiento o una vinculación deseada; la
indignación o remordimiento e incluso el perdón son mecanismos de estabilidad
de grupo. Las emociones no son lo opuesto a la racionalidad: encarnan la
racionalidad evolutiva.
Antes era
razonable creer en el libre albedrío, porque el razonamiento se creía que
estaba formado por causas internas, invisibles e impredecibles desde fuera. Sin
embargo, la información derivada del uso de los algoritmos informáticos que
cruzan los datos de nuestros hábitos, acciones y opiniones públicas (en redes
sociales o intervenciones en cualquier medio público o informático) sustituyen
mejor a las emociones dando una mayor exactitud y precisión en lo que nos
conviene. Donde mejor se ve es en medicina. Son las máquinas las que dictaminan
nuestro estado, nuestra evolución y el tratamiento a seguir. No es ciencia
ficción avanzada pensar en un chequeo diario en casa y un cambio automático en
la alimentación o en la rutina semanal para mejorar nuestro estado.
Pero justo por esto
es probable que estemos enfermos siempre, porque siempre hay algo que puede
mejorar en algún lugar del cuerpo. Antes si no notábamos dolor o no padecíamos
una discapacidad visible nos considerábamos sanos. En breve, los sensores
biométricos (subcutáneos o no), con algoritmos de macrodatos podrán
diagnosticar y tratar enfermedades mucho antes de que generen dolor o produzcan
discapacidad. Como resultado, siempre estaremos en un pre-tratamiento de alguna
enfermedad y siguiendo una recomendación algorítmica. Si nos negamos, quizá
nuestro seguro sanitario quede invalidado, o nuestro jefe nos despida: ¿por qué
habrían de pagar ellos el precio de nuestra testarudez?
Lo que ya ocurre en
medicina sucede cada vez más en más ámbitos. Los factores clave son el sensor
biométrico que convierte procesos biológicos en información electrónica que los
ordenadores almacenan y analizan, y la información que generamos al usar un
ordenador. Pensemos en los relojes modernos que miden incluso el ritmo cardíaco,
que requieren una aplicación que almacena los datos en la red. La información
está disponible voluntariamente e invita a que alguien la recopile y la use.
Con suficientes
datos y capacidad de análisis, el procesamiento de datos puede acceder a todos
nuestros deseos, decisiones, opiniones y extraer conclusiones y obligaciones. Estos
algoritmos saben con exactitud quiénes somos. La mayoría de la gente no nos
conocemos muy bien a nosotros mismos, pero los ordenadores pueden anticipar lo
que nos interesa y corregir nuestros errores. No hace mucho escribí un correo
electrónico en el que mencionaba un archivo adjunto. Al enviarlo no me olvidé
de incluir el archivo porque Windows me abrió una ventana en la que me decía
que no había adjuntado el archivo que mencionaba en el texto y me preguntaba si
era queriendo o era un error. Sin respuesta no se podía enviar el correo.
Mientras navegamos
por la web o leemos noticias o miramos las novedades en una red social los
algoritmos lo supervisan y analizan; las cookies le dirán a la empresa
anunciante que si quiere vendernos algún producto, será mejor que en los
anuncios utilice al chico descamisado o a una chica sin blusa o a un elefante
rosa en función de quien vea el anuncio, aunque sea de pasada. Ya hoy nos
cuestionamos si esto no se debe hacer abiertamente y nos interesa compartir la
información a fin de obtener productos y recomendaciones adaptados a nuestras
necesidades y gustos personales y, al final, para hacer que el algoritmo decida
por nosotros. Es más cómodo, estamos en la cultura de la facilidad, del no
esfuerzo, en la sociedad gaseosa, un paso más allá de la liquida. Un grupo de
amigos que chatea a menudo y se intercambia información sea desde el móvil o desde
el ordenador recibe sugerencias que se acomodan a todos. Una especie de mínimo
común múltiplo para el grupo. Cuando se propone una actividad alguien sugiere
lo que ha visto anunciado y casi todos están de acuerdo pues les suena. Es una
manipulación, sí, pero hasta cierto punto deseada ya que no es necesario pensar
ni decidir ni discutir. Llega a ser tan inconsciente que parece que la decisión
la haya hecho el grupo.
Pero el algoritmo
va incluso mucho más allá. Ya hay programas capaces de detectar las emociones en
base al movimiento de nuestros ojos y músculos faciales. Nuestra imagen no solo
sirve de contraseña, da más información. Analizando los momentos de alegría y
lo que la rodea el programa aprende lo que nos hace reír, lo que nos entristece
y lo que nos aburre. Lo sabe todo… y lo predice todo. Sin que lo sepamos nos
encamina a decidir lo que queremos cuando en realidad no decidimos, sino que
optamos por lo fácil que nos da una satisfacción inmediata. Y lo peor es que no
se equivoca o no se equivoca tanto como haríamos nosotros si actuáramos libres
de influencias.
Nuestros sensores
biométricos dan información de nuestro ritmo cardíaco, nuestra tensión
sanguínea y nuestra actividad cerebral. Mientras vemos una película, por
ejemplo, el algoritmo puede advertir qué escena nos causa una determinada
emoción por mínima que sea su demostración. Incluso si la risa es falsa, pues cuando
uno se obliga a reír emplea circuitos cerebrales y músculos distintos que
cuando nos reímos porque algo nos parece realmente divertido. Las personas no
suelen detectar la diferencia. Pero un sensor biométrico o una cámara sí.
Recordemos que los micrófonos y las cámaras de los ordenadores tienen nuestro
permiso para despertarse cuando quieran y usar nuestros datos.
Todo lo que
hacemos deja rastro y quienquiera que posea la información adecuada conoce nuestro
tipo de personalidad y cómo pulsar nuestros botones emocionales. Tampoco es
ciencia ficción lejana imaginar la escena de alguien que consulta a Google las
decisiones importantes que debe tomar como qué estudiar, dónde trabajar y con
quién casarse. El algoritmo no tiene que ser perfecto. Solo necesita ser, mejor
que nosotros. Y eso no es muy difícil, porque la mayoría de las personas cometemos
terribles equivocaciones en las decisiones más importantes de nuestra vida. La
memoria es siempre infiel pero el programa recuerda todo. Para vivir más
fácilmente y sin esfuerzo fiarse del algoritmo es la mejor alternativa.
En las últimas
décadas, millones de personas hemos confiado al algoritmo de Google la búsqueda de
información relevante y fidedigna. Hoy en día, la «verdad» viene definida por
los primeros resultados de la búsqueda de Google. Esto ha ido ocurriendo
también con las capacidades físicas, como el espacio para orientarse y navegar.
La gente pide a Google que la guíe y si el teléfono inteligente falla, se
encuentra completamente perdida.
Cuando queramos
saber que carrera estudiar se lo preguntaremos a Google y Google podrá decirnos
que perderemos el tiempo en la Facultad de Física o en la academia de ballet, que
lo nuestro es la psicología o la ebanistería. Si la IA decide mejor que
nosotros las carreras e incluso las relaciones, nuestro concepto de la
humanidad y de la vida tendrá que cambiar. Estamos acostumbrados a pensar en la
existencia como una sucesión de toma de decisiones. En ello radica la grandeza
del hombre. Vemos al individuo como un agente autónomo que no para de tomar
decisiones sobre el mundo. Las obras de arte (ya sean las obras de teatro de
Shakespeare, las novelas de Jane Austen o las comedias de Hollywood) suelen
centrarse en que el o la protagonista ha de tomar alguna decisión
particularmente crucial. ¿Ser o no ser? ¿Hacer caso a mi mujer y matar al rey
Duncan, o hacer caso a mi conciencia y perdonarlo? ¿Casarme con el señor
Collins o con el señor Darcy? Las teologías cristiana y musulmana se centran de
manera parecida en el drama de la toma de decisiones y aducen que la salvación
o la condena eterna depende de haber sabido tomar la decisión correcta.
¿Qué pasa con
esta forma de entender la vida si cada vez confiamos más en la IA para que tome
las decisiones por nosotros? Una vez que
empecemos a contar con la IA para decidir qué estudiar, dónde trabajar y con
quién casarnos, la vida dejará de ser una sucesión de toma de decisiones. Imaginemos
a Anna Karenina sacando su teléfono inteligente y preguntándole al algoritmo de
Facebook si debe seguir casada con Karenin o fugarse con el conde Vronsky. O
imaginemos a Hamlet o Macbeth con todas las decisiones cruciales tomadas por el
algoritmo de Google. Llevarían una vida
mucho más confortable, pero ¿qué tipo de vida sería exactamente? ¿Tenemos
modelos para dar sentido a una existencia de este tipo? ¿Es la que realmente queremos?
Cuando la
autoridad se transfiera totalmente a los algoritmos, quizá ya no veamos el
mundo como individuos autónomos que se esfuerzan para tomar las decisiones
correctas. Seremos (ya lo somos) minúsculos chips dentro de un gigantesco
sistema de procesamiento de datos que nadie entiende en realidad. A medida que
gobiernos y empresas puedan acceder a nuestro sistema operativo y descifrarnos,
en algunos países y en determinadas situaciones, quizá a la gente no se le dé
ninguna opción y se vea obligada a obedecer las decisiones de los algoritmos de
macrodatos.
¿Ciencia ficción?
Ya sufrimos el bombardeo de publicidad y propaganda dirigidos con mucha precisión
que nos lleva a gastar y actuar de un modo teledirigido (influencia en varios
productos, pero también en elecciones como se ha visto en los EE.UU.) Nuestras
opiniones y emociones resultan tan fáciles de identificar y manipular que ya nos
fiamos de los algoritmos y pedimos directamente que elijan por nosotros la ruta
a seguir en nuestra vida. La libertad, el libre albedrío, no es más que una
entelequia.
Se alargó la tertulia tras escuchar que la libertad si alguna vez existió iba a ser cada vez más menguante. Separar religión y cultura heredada de la idea abstracta no es fácil, pero eso sí, todos pudimos opinar libremente... o al menos eso creímos con permiso del algoritmo.
Se alargó la tertulia tras escuchar que la libertad si alguna vez existió iba a ser cada vez más menguante. Separar religión y cultura heredada de la idea abstracta no es fácil, pero eso sí, todos pudimos opinar libremente... o al menos eso creímos con permiso del algoritmo.
¿Recuerdas la canción de Sandy Shaw Marionetas en la cuerda? Pues eso somos, meras marionetas que mueven las emociones ... que mueven otros detrás de la cortina negra. Recuerda que los algoritmos se retocan para afinarlos... en lo que queremos que sean.
ResponderEliminar¿Qué defensa tenemos?
Свобода - это мечта:)
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