¿Quién me puso aquí? ¿Por orden de quién este lugar y este tiempo me han sido destinados?
--- El Hombre mirando al cielo
--- Marion Woodman
La espiritualidad es lo que da sentido a la vida y permite que no nos suicidemos al entrar en uso de razón.
---Ibrahim S. Lerak, Cuaderno de notas.
Hacía tiempo que no se reunía el club de narizones. Varios sucesos coincidentes en tiempo hicieron imposible la reunión mensual; pero todo llega y eso incluye la reanudación de las reuniones. En esta ocasión durante el tiempo de preparación se hablaba de que el club, con tanto humo, desaparecía y era un fantasma del mas allá. Nada extraño que el primer tema de la renovada sesión fuera sobre la espiritualidad. Y esto es lo que contó el ponente, muy real a tenor de su volumen (con perdón😊).
--- Una
de dos: o Dios existe y entonces nada tiene importancia o Dios no existe y
entonces nada tiene importancia. Una visión que también podemos ver como todo
lo contario: que todo es importante, aunque Dios exista o no. Sin un Quién o un
Qué creador, no habría esperanza para el Hombre y mucho menos espiritualidad. Podemos
vivir sin un Dios, pero no sin esperanza que es la creadora de la
espiritualidad.
Aunque
asociamos espiritualidad a religión, no por no seguir una fe se deja de ser
espiritual. La RAE define vida espiritual como el “modo de vivir ajustado a
ejercicios de perfección y aprovechamiento del espíritu”, por lo que, se puede
tener vida espiritual sin pertenecer a religión alguna. Un ejemplo lo tenemos
en que muchos dicen regirse por unos valores morales cristianos, pero no estar
de acuerdo con la iglesia como institución. Es algo habitual y especialmente en
las naciones más desarrolladas. Se mantienen los valores espirituales, pero
quitándoles todo revestimiento religioso y convirtiéndolos así en valores
laicos. Son los mismos, pero han perdido su carácter de obligación y admiten
una mayor permisividad cuando no se siguen, e incluso un cambio sin necesidad
de grandes justificaciones.
La
Humanidad ha pasado por varias etapas, la primera la de supervivencia y luego
las de descubrimiento del entorno, dominio del mismo, interacción con él y finalmente
inclusión en el mismo. Las primeras fases son las de los mitos y dominio de la
religión sobre el Hombre. A medida que se estabiliza su situación y avanza la
ciencia, la importancia de la figura de Dios se va difuminando hasta
convertirse en solo una posibilidad en lugar de una necesidad. La ciencia (o la
técnica como su derivado útil) avanza a un ritmo muy superior a lo que la
religión puede explicar y aceptar, puesto que la religión se basa en dogmas
inamovibles e interpretaciones de textos que no dejan mucho margen de
acercamiento al conocimiento.
Frente
a ello, el Hombre opta por una espiritualidad cuyo fundamento se encuentra en él
mismo y pone su mirada en la trascendencia de los actos humanos con acento
ecológico, biológico, etc., perseverando en el propio ser y plantea un
agnosticismo espiritual sin culto ni tradición, pero basado la moral judeo-cristiana.
Respeta las creencias en Dios, pero da un paso al lado y se sitúa al margen.
Surge
así un cierto culto a la naturaleza y al arte (no los explica la ciencia); sólo
el arte y la erudición dan indicios de esperanza de una vida más alta. Como dijo N. Bobbio: Né ateo né agnostico, ma lontano
dalla Chiesa. “No
me considero ni ateo ni agnóstico. Como hombre de razón que soy, sé que me
encuentro inmerso en un misterio que la razón no alcanza a penetrar hasta el
fondo y que las religiones interpretan de varios modos.” Lo espiritual
trasciende y sobrepasa el dominio cristiano e incluso de lo religioso porque
esta nueva dimensión, es tan inherente al hombre como su corporeidad y
sociabilidad. No deja de ser nuestra experiencia temporal de la eternidad.
La
religión está basada en una fe ligada al más allá y sigue aferrada a una
arquitectura compleja de rituales y estamentos que velan su sentido espiritual
porque corta cualquier camino individual que no se adapte al dogma. La
espiritualidad sin Dios en cambio, avanza hacia el mundo y llega a fusionarse
con él en su búsqueda de sentido. Es una forma diferente de creer, opuesta a la
religión y en cierto modo hecha a la medida, claramente derivada de la crisis
religiosa que acaba con los credos y con las instituciones. La pregunta es, si
es válida o no esta nueva forma de espiritualidad, que puede verse como un
simple situarse en una zona de confort y eludir una responsabilidad o
conciencia de grupo. No olvidemos la frase de Dostoievsky: “Si Dios ha muerto,
el hombre cree que todo está permitido.” Y para nosotros el Dios de la religión
tradicional, si no está muerto, agoniza.
Pasamos
de una creencia basada en un texto religioso fundamental a una experiencia
individual (con un barniz de orientalismo) en la que se comparte el destino no
ya con los hombres sino con la naturaleza o incluso el cosmos. En otras
palabras, hemos diseminado lo religioso en una sociedad con mil rostros y
manifestaciones. Contraponemos al dios explícito con un dios implícito que se
esconde o aparece de incognito en multiplicidad de formas, dando lugar a una
especie de panteísmo. Hoy gana la espiritualidad de la existencia, del mundo,
de la vida en concreto en el presente. No se acepta un dogma del porqué de la
humanidad y se busca una respuesta individual al significado del hombre y de la
naturaleza.
Estamos
ante una ruptura entre Evangelio y cultura que presenta una duda de veracidad.
Al hombre de la sociedad moderna, que vive en la alienación consumista o que
vegeta en la mediocridad y se atiborra de tranquilizantes, el yoga y el zen le
renuevan su energía espiritual con una disciplina que es más un placebo
espiritual que una búsqueda real. La espiritualidad sin Dios pasa a ser en este
sentido un objeto más de consumo. Pero esto no impide pensar que hay una
semilla de espiritualidad llena de sentido, pues no todos están buscando
simplemente la tranquilidad del yo, o prácticas meramente evasivas de un mundo
complejo y cambiante.
Esta
espiritualidad se basa en vivir con conciencia el presente, conforme a la
naturaleza, sin promesas de un futuro reino sino en la simplicidad del vivir,
porque de eso se trata todo esto. No es el orientalismo ni el pietismo lo que
mueve esta espiritualidad, ni encierra ella misma un misterio o un secreto por
desvelar. El misterio está en que no hay misterio. Naturaleza, eternidad, presente,
sencillez; se habla de una vida, que es la misma, reconocida y asumida como
tal. No hay promesas, no hay esperanzas, sólo una vida que transita en la
realidad, éste es el camino espiritual individual sin Dios. No hay paradigma,
sólo hay vivir, sólo hay existir. Es simplemente ser, vivir la realidad lo que
hace esta nueva configuración. Hemos pasado de preguntar quién es Dios a buscar
qué es Dios.
El
misterio de la vida nos inquieta y buscamos en otras culturas (orientales
especialmente) ideas o concordancias con un nuevo lenguaje que signifique una
visión diferente; pero en realidad este lenguaje es una sustitución de términos,
puesto que al decir karma, dharma o nirvana se busca su correspondiente
lingüístico equivalente; usando la metáfora del evangelio, se tiene vino viejo
en odres nuevos. Usamos la copa nueva para un vino abierto hace mucho rato y
cuyo aroma ya no impresiona.
Se
habla del absoluto pero el referente no es Dios, se habla de silencio, pero el
referente no es la meditación ni la oración sino la experiencia del misterio. En
esta espiritualidad, algunos de los contextos más frecuentes son la naturaleza,
el amor carnal, el nacimiento de un niño, el arte, el conocimiento científico,
la poesía, la creatividad o la belleza como fuente de inspiración. Es decir, la
misma experiencia anterior de asombro y de vivencia están ahí presentes. La
misma naturaleza y no la divina o quizá otra naturaleza son las que llaman la
atención. El arte, la poesía, el esfuerzo creativo, son todos estos elementos
que componen como una novedad lo que ya es y ya está, lo que no necesita
fundamento y ni explicación puesto que la existencia humana está sembrada de
síntomas de trascendencia y la apertura a ésta es un elemento constitutivo del ser
humano que no puede abandonar y desde una perspectiva atea no se puede
renunciar; no hay necesidad de apostatar.
La
novedad está en que esta manera de buscar conocimiento (lo que viene llamándose
ahora “la verdad”) ya no está avalada por un discurso oficial ni tampoco por
una búsqueda egoísta de una meta más allá, simplemente busca reafirmarse sin
necesidad de negar o de rechazar. Trata de rescatar del hombre aquello que lo lleva
a producir o a hacer de demiurgo que usa, manipula, proyecta y transforma… -e
ir mucho más allá puesto que ser hombre significa también saber contemplar la
realidad, escuchar el misterio de las cosas, encontrar la unidad con la
naturaleza y consigo mismo. En realidad, esta espiritualidad atea lleva en sí,
indirectamente, la marca del mismo Dios que rechaza puesto que no se es ateo de
cualquier Dios sino de uno en particular. Lo que se abandona, en el fondo, es
la idea de un dios conocido; cristianismo, islam, judaísmo presentan una idea concreta
de Dios y por tanto cuando se decide no seguir los principios dictados por un
Dios no es algo etéreo o abstracto sino el Dios concreto de una tradición donde
se cimienta aquella increencia.
No
se vive una religión dependiendo el país o familia en la que se ha nacido y
tampoco se llega a una misma conclusión siendo ateo, pues hay varios caminos
que precisamente consideramos personales. Así, aparece el peligro de que
creamos o querramos creer (no hay ya ataduras dogmáticas) precisamente aquello
que más anhelamos y por ende construyamos una creencia que se corresponde tan
intensamente con nuestros deseos más intensos que parece pensada precisamente
para eso. La espiritualidad sin Dios podría ser solo el resultado de una
corriente de conveniencia social.
También
puede ser más naturalista que humanista, de la inmanencia más que de la
trascendencia, de la fusión más que del encuentro, del silencio más que de la
palabra, de la sabiduría más que de la santidad, de la meditación más que de la
oración, en fin, de la éntasis, más que del éxtasis. Lo importante no es creer
o no creer en Dios. Lo importante es no traicionar el impulso que tenemos de
pensar, juzgar y amar; lo importante es el espíritu, que no tiene por dueño a
una religión y excede cualquier fe, cualquier dogma y es abrirse al otro y a lo
universal, esa parte de exigencia de libertad, que cualquier creencia supone y
que ninguna contiene.
La
particularidad es que no hay una comunidad, no se proponen seguidores, no se intenta
sustituir una tradición por otra bajo la misma estructura puesto que sería una
religión. Ya no asociamos infinito, absoluto e inmensidad a la divinidad. La
espiritualidad laica no asocia estos conceptos trascendentes a un Dios
personal. No sólo busca una nueva autenticidad de vida, sino el abandono de
esquemas y de perspectivas antiguas; impulsa la llamada a la verificación, la
invitación a movilizar las conciencias, la negación de cuanto está estancado o
está esclerotizado.
Esta
espiritualidad depende más de la experiencia que del pensamiento, pero si bien
poseemos alguna idea del infinito, no tenemos en cambio ninguna experiencia de
él. Tenemos experiencia de lo desconocido (el saber que no sabemos) que forma
parte de la espiritualidad (y es el misterio). Esta inmensidad, ese Todo es
asociado con la Naturaleza. En esta espiritualidad atea reconvertimos el
concepto de la fragilidad humana frente al mundo; el reconocimiento de la
propia pequeñez frente a la inmensidad se convierte en advertencia para no caer
en la tentación de poner al yo en vez de Dios. Con ello realzamos su misticismo
pues oponemos la pequeñez del mundo frente a la grandeza del ego. Se trata de
la contemplación de la inmensidad, que vuelve ridículo al ego: hace que mi
egocentrismo, sea algo menos fuerte, algo menos opresivo, hasta el punto de que
a veces parece anularlo por un momento. No es la experiencia del éxtasis, hacia
afuera, sino de la éntasis, desde un adentro que no es el yo, sino que es la
inmensidad dentro de mí que me sobrepasa, el sentimiento oceánico de
Freud. Es un sentimiento de unión indisoluble con el gran Todo y de pertenencia
a lo universal… una fase primitiva del sentimiento del yo.
Claro
que… quien se siente uno con el todo, no tiene necesidad de otra cosa. ¿De un Dios?
¿Para qué? Con el universo es suficiente. ¿De una Iglesia? Es inútil. Basta con
el mundo. ¿De una fe? ¿Para qué? La experiencia es suficiente. Es la
introducción a una sabiduría, no a una ciencia, no a un conocimiento (que
siempre lo es por aproximación) y a una verdad. La limitación de la ciencia y
de la mente, se traslada al ámbito de la sabiduría, de la síntesis, de la
certeza frente a lo dado y no de la imposición de la razón a una mirada que se
da sobre el objeto. Como en la religión tradicional, la razón pierde frente al
sentimiento. No podemos ser dueños del océano o de un paisaje, ni abarcarlo y
sin embargo somos el amanecer y el sol y al ser uno lo poseemos. Es la idea de
la plenitud, plenitud simplemente, por el hecho de no extrañar o sentir deseo
por lo que se tiene y solo quedarse en el agradecimiento, en lo que está, en
amar aquello que hay. Es la experiencia de quien sabe que vivir no consiste en
poseer. Se trata de comprender que todo sucede tal como sucede en el único
mundo real actual. La idea es vivir el silencio sin
proselitismo, sin vanidad porque se trata de un discurso sin pretensiones de
verdad. Es la vivencia de una libertad como aceptación y como vínculo con lo
real.
Esta
espiritualidad sin Dios es hija del tiempo que vivimos, como lo fue la religión
anteriormente. Son dos caminos paralelos con una misma meta a la que no llegan
y ambos han de prescindir de la razón en un momento u otro.
El humo de la sala era una mezcla del de las cabezas pensantes dispuestas a intervenir y el de la máquina de café que invitaba a un debate largo y nada espiritual como así fue.
Como bien vd dice, querido albardan, actualmente hay quien adopta un Dios a su medida, cómodo, que acepta y disculpa nuestros errores y que se enerva ante la injusticia. Todo sin obligación de ir a la iglesia ni seguir sus rituales, puede incluso que sin necesidad de rezar. Mucho más lejos queda la Iglesia como institución para estas personas.
ResponderEliminar¿Pero qué camino elegir? Hay una intersección de valores que podríamos llamar cristianos, tanto en unos como en otros. Pero quizás lo que los distingue más bien sería el cómo enfrentarse a la muerte. ¿Tiene el cristiano en el último momento, la tranquilidad de espíritu por una clara creencia de una vida más allá de ésta? La espiritualidad en la última etapa de la vida tiene importancia, porque favorece la capacidad del ser humano en elevarse a la trascendencia como forma de superar o mitigar el sufrimiento espiritual. Pienso que cuando llega ésta, el ser humano entra en disonancia, pudiendo ser el sufrimiento espiritual tan perturbador como el físico y, a veces, menos tolerable. ¿O todo se reduce para unos y otros, independientemente de las creencias, en encontrar en ese momento el equilibrio emocional, físico y espiritual para enfrentarnos a ella?
Toda la vida he aprendido a nadar y a estar en el agua. Nuca he saltado desde un trampolín de 10 metros de altura. Mi hermano no sabe nadar y cuando nos toca a ambos saltar desde el trampolín de 10 metros de altura... temblamos los dos igual. Uno con más confianza que el otro, pero temblamos igual. Cambia la sonrisa, no el miedo.
ResponderEliminarGracias por el apunte anónimo :))