¿Conocerme? No, gracias. No quiero hundirme en la desesperación.
(Anónimo)
Conocerse a sí mismo implica un camino de perfeccionamiento, de hacerse mejor y adquirir conocimiento sobre la propia naturaleza y limitaciones, pues no podemos desarrollar nuestra naturaleza si no sabemos cuál es.
(Ibrahim S. Lerak, Cuaderno de notas)
De las tareas más difíciles del hombre sobresalen la del conocerse, soportarse y colaborar con los demás.
(K., Notas dispersas)
En la reunión del círculo se había hablado ya hace unos años del famoso Nosce te ipsum, (en griego: γνῶθι σεαυτόν) conócete a ti mismo. Es un tema que suele resurgir en los encuentros y esta vez quisimos explicar, mejor dicho el ponente nos explicó, que es imposible conocerse a si mismo.
Lo que podemos conocer está limitado por la capacidad
de nuestro aparato cognoscitivo. Imaginamos el mundo a partir de nuestros
sentidos. Todo nuestro conocimiento depende en primer lugar de ellos. No
percibimos nada que no podamos oír, ver, sentir, degustar o palpar; no figurará
en nuestro mundo nada a lo que no podamos acceder por la vía de nuestros
sentidos. Incluso para podernos figurar las cosas más abstractas, estas se nos
deben ofrecer por medio de símbolos que seamos capaces de ver o leer.
Para disponer de una visión del mundo objetiva,
necesitaríamos un aparato sensorial que cubriera todo el espectro de las
percepciones sensoriales posibles: los ojos del águila, el olfato de los osos (que
les permite oler a kilómetros de distancia); el sistema sensorial de la línea
lateral en los peces, las facultades sismográficas de las serpientes, etc. Pero
lamentablemente no disponemos de estas características.
Nuestro mundo no es tal como lo vemos. Nos pasa como al pez que en el acuario
le dice a su hijo «El mundo, hijo mío, es una enorme caja llena de agua».
La pregunta entonces parece que debería ser ¿cuál es el
mundo real? Sin embargo, si vamos al origen del hombre, fue más importante contestar
a ¿qué es lo mejor para mi supervivencia y progreso? Lo que no reportase nada a
este fin tenía pocas posibilidades de desempeñar un papel importante en la vida
y en la evolución. Y la teoría dice que para sobrevivir el hombre, la evolución
ayudó creando un cerebro con distintas zonas.
Actualmente, se cree que el cerebro se divide en:
tronco cerebral (o tronco encefálico), diencéfalo, cerebelo y cerebro
propiamente dicho. El tronco encefálico constituye la mayor vía de comunicación
entre el cerebro anterior, la médula espinal y los nervios periféricos y
permite que las impresiones de los sentidos lleguen al cerebro. Controla varias
funciones como la regulación del ritmo cardíaco, la respiración, el metabolismo
y también reflejos, tales como el
pestañeo, la deglución y la tos.
El diencéfalo es una pequeña zona situada encima del
tronco cerebral. Su papel principal es el de intermediario y supervisor
emocional; percibe las impresiones de los sentidos y las transmite al cerebro.
Este sistema formado por nervios y hormonas controla el sueño y la vigilia,
nuestras sensaciones de dolor, la regulación de la temperatura corporal, pero
también nuestros impulsos, por ejemplo nuestra conducta sexual.
El cerebelo tiene una influencia determinante en
nuestra capacidad motriz y aprendizaje motor. Además del control de la
motricidad, también está relacionado con ciertas funciones cognoscitivas, como
el procesamiento del lenguaje, el comportamiento social y la memoria; todo
ello, sin embargo, a un nivel inconsciente.
El cerebro propiamente dicho se encuentra encima de
las otras tres zonas. Su tamaño es algo más del triple de las otras tres partes
del cerebro juntas. Puede dividirse en muchas regiones, entre las cuales cabe
distinguir las áreas sensoriales «más sencillas» y las áreas asociativas o
«superiores». Todas las grandes capacidades intelectuales dependen de la
actividad del córtex asociativo, aunque no exclusivamente de él.
La tomografía axial computarizada (TAC) y los
escáneres de resonancia magnética permiten observar con gran precisión los
procesos de nuestro cerebro. Si antes solo se podían mostrar procesos
eléctricos o químicos, las nuevas técnicas miden el flujo sanguíneo y ofrecen
imágenes de alta resolución. Gracias a estos avances, la investigación aspira a
desentrañar el sistema límbico, la principal sede de nuestras emociones y
sensaciones. La incógnita sigue siendo el por qué sentimos una
determinada cosa de un modo determinado. Las sensaciones y pasiones personales no pueden
explicarse en virtud de procesos neuroquímicos de índole general. Ni los
instrumentos ni las conversaciones con un psicólogo pueden acceder ni hacer
visible ese mundo vivencial. Una vez que le preguntaron a Louis Armstrong qué
era el jazz, respondió: «¡Si lo tienes que preguntar, es que jamás lo
comprenderás!». Las vivencias subjetivas son inaccesibles, incluso para la
investigación del cerebro. Si toco una pieza de jazz, el escáner de resonancia
magnética puede mostrar que en determinados centros emocionales de mi cerebro
aumenta el aporte sanguíneo, pero no explica ni qué es lo que siento ni por qué
siento eso.
Es lícito preguntarse
entonces si no estarán haciendo los
investigadores del cerebro, lo mismo que vienen intentando hacer los filósofos
en los últimos dos mil años: entender mediante el pensamiento el propio
pensamiento. Profundizar
en sí mismo por medio del pensamiento y en la medida de lo posible observarse
pensando fue un modo de conocerse, pero no aportó nada al proceso del
pensamiento en sí. Estudiar la mecánica de cómo se crea el pensamiento o como
se crean las emociones es una tarea que contesta al cómo, no al ¿por qué? ni
mucho menos al ¿qué es?
Conocerse no es saber describir
los mecanismos físicos que se producen cuando algo pasa en nuestro interior. Conocerse
es entender que origina un sentimiento y un pensamiento, aceptarlo, saber si es
modificable o no y actuar en consecuencia. Conocerse es saber que potencial
tenemos y que características son las nuestras, no las que reflejamos en la
sociedad ni las que desarrollamos por el empuje de nuestro entorno, aunque eso
también forma parte de nosotros mismos.
Somos el resultado de un cruce de
algoritmos. Uno es el genético, una carga importante, sin duda, pero no definitiva. Ahora sabemos que se pueden despertar y dormir genes, que
se pueden alterar en determinadas circunstancias sin intervenir médicamente en
ello. Otro es el social, la complejidad
y características sociales que nos llevan al proverbio árabe de “un hombre se
parece más a su tiempo que a sus padres”. Ambos crean junto con los
condicionantes sociales una mezcla que es lo que llamamos personalidad que nos hace únicos. Pero no tenemos la llave
del cómo funciona y por tanto no sabemos cómo prevenir una acción o alterarla.
Si esto es así no podremos conocernos de verdad.
Entonces ¿qué podemos hacer? La respuesta es aplicar medidas paliativas. Como si
fuera una enfermedad de origen desconocido: mientras investigamos evitamos el
dolor y eliminamos los síntomas. Es
decir intentemos que en el equilibrio entre la razón y la emoción actúe más la
razón como freno que como justificante de la acción. Esa racionalidad impuesta
previamente a la acción visceral nos dará la pista del porqué actuamos y al
analizar el cómo actuamos podremos tener un retrato robot de lo que somos
aunque no lleguemos nuca a conocernos. De la honestidad de nuestro análisis
depende la fidelidad del retrato al modelo. El peor enemigo para el análisis es
la autocomplacencia, que nos lleva a suavizar los trazos y a justificar las
imperfecciones.
No podemos conocernos íntimamente, pero si podemos y
debemos hacer el esfuerzo de crear el autorretrato lo más fiel posible y
estimular con acciones impuestas el disparo automático del algoritmo para
mejorar en lo personal y en lo social.
Nos dejó con la duda de si es posible conocerse o no, pero tras la discusión de la ponencia la verdad es que todos sabíamos algo más de nosotros mismos y de los demás.
Nos dejó con la duda de si es posible conocerse o no, pero tras la discusión de la ponencia la verdad es que todos sabíamos algo más de nosotros mismos y de los demás.
¿Cómo conocernos si no es por introspección? Cierto, saber como funciona no es saber porque funciona y porqué actúa, pero no tenemos otro modo ¿o sí?
ResponderEliminarGracias por e apunte Herminio:))
ResponderEliminarCierto, pero una observación sociológica también puede ayudar, creo.