domingo, 21 de abril de 2013

De las palabras


Si se articuló antes la palabra tonal que la escrita ¿no tendrá más valor conversar que leer?

Nunca es tiempo perdido sentarse simplemente a la vera a escuchar una conversación argumentada aunque poco aporta la observación silenciosa, lo importante de verdad es participar. Intercambiar. Opinar. Muchas veces en en restaurante se ven grupos, parejas calladas; será un mal menú, pero si es insulso, mayor motivo para no callar. ¿Hay algo peor que dos soledades conjuntas? ¿Dos personajes mudos que no se comentan sus pensamientos? No es sano. Cierto que el viejo dicho nos advierte que Dios nos dio el doble de orejas y de ojos que de boca, para escuchar y ver el doble de lo que hablamos; pero nos dio también la articulación de la palabra, sin la cual no habría comunicación efectiva.

Que la palabra escrita tardara en nacer es comprensible: era necesario inventariar y administrar las posesiones de los Dioses; claro que para ello debían existir posesiones, abundancia y continuidad en el tiempo de los mismos dioses y de la riqueza. Por eso tardó. Hasta entonces con la palabra bastaba, la que faculta el intercambio y el avance en todos los sentidos. En todo momento. Aunque no lo parezca.

Hace ya unos cientos de años que el hombre observa el firmamento. Hace cientos de años que ve como los planetas avanzan y retroceden luego, para volver a avanzar. No se explicaba el hombre el porqué. Elaboró teorías, muchas y variadas hasta que llegó a la real: es simple cuestión de óptica, de plano de visión. Así, hay retrocesos que no son tales sino meras ilusiones personales, aunque la ilusión sea colectiva. Lo mismo sucede con la palabra impresa que pareció ser el summum, luego vinieron tecnologías que cambiaron el soporte aunque siguiera siendo palabra impresa; el avance de la tecnología que ya expresaba Brecht en su Galileo: “El tiempo viejo ha pasado y estamos a una nueva época. Es como si la humanidad esperara algo desde un siglo. Las ciudades son estrechas igual que las cabezas. Supersticiones y peste. Pero el que las cosas hoy sean así no quiere decir que siempre lo serán. Todo se mueve amigo mío.”

Sin embargo la palabra impresa languidece en su mayoría, al avanzar se vuelve amarilla ciencia y si no es académica... simplemente se olvida. No hay pues, que perder el tiempo en lecturas que son ilustradores muertos. Hay que provocar, escuchar, inquirir y comentar. La verdad requiere dos personas al menos, el escrito ni matiza ni aclara, alumbra pero no proyecta luz. Ni tiene la calidez de la voz ni la mano del sentimiento. Pero no quiere esto decir que haya que sentarse a la mesa de un desconocido, por mucho que se le haya visto y observado en fugaces ocasiones. Máxime cuando llevan libros extraños, señal inequívoca de que o bien son mentes extrañas o bien los usan para llamar la atención. Como cebo de incautos. Es peligroso. A veces ocultan pasados tenebrosos; otras, vidas inicuas que no inocuas, o simple cansancio de vida. Estos son los más peligrosos, atraen a los buscadores para devorarlos y luego consumirles su energía y sus vivencias. Por eso es necesaria la palabra, para desenmascararlos a tiempo.

Los escritos son moldeadores de ansiedad, la palabra es dadora de ansiedad, pues urge por su inflexión y provoca por su entonación. Y la ansiedad es el espacio entre la imaginación y el logro, como decía el profeta.

1 comentario:

  1. La búsqueda implica diálogo. Contrastar las ideas, las observaciones, las deducciones, la visión general; es el modo de adquirir convencimiento propio. El diálogo puede ser con los dioses, con la materia, con las plantas, con los libros… pero solo cuando se hace con los hombres hay una respuesta clara, lo demás son interpretaciones. Ni siquiera la palabra escrita sirve, es muda y le falta la entonación, la sonoridad y no muestra bien la intencionalidad. Por ello la palabra hablada es siempre más importante que la escrita o la revelada, por mucho que la haya dictado algún dios.

    Aun así, para nosotros un pensador se expresa por escrito y se interpreta lo que se lee. No tenemos oradores que expresen sus pensamientos salvo en pequeños círculos de amigos o de gente de marcado interés por el tema (aunque internet sirve para la difusión no es lo mimo, ya que algo grabado carece de la viveza del momento y los giros y guiños quedan como algo escrito, congelados. De hecho al escuchar una conferencia grabada es casi como un audiolibro, solo que con la voz más real.)

    Como decía Sócrates “al igual que la pintura, a diferencia de la persona viva, la palabra escrita no puede responder a las preguntas y en este sentido está muerta.” La palabra hablada es “aquél discurso que unido al conocimiento se escribe en el alma del que aprende y la palabra escrita solo sería su imagen inerte.”

    No entra igual la palabra hablada que la palabra escrita. Una crea inquietud, la otra parece dar una certeza que suele tomarse como verdad solo por estar impresa. Una suscita el pensamiento y otra el recuerdo. Claro que hay quien lee y se plantea lo que lee… pero son los menos.

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