jueves, 18 de abril de 2013

En el restaurante





La cara es el espejo del alma. Eso dicen. ¿Y que pasa con las situaciones que observamos?

Está sentado, leyendo un libro que el camarero mira con mal disimulada curiosidad. Es evidente que no se atreve a preguntar, hay algo que no le cuadra. El caballero es español, sin duda. El libro no está escrito en un alfabeto tradicional que haría más fácil averiguar el idioma o el tema. El comensal se adentra sesudamente en el texto. No es para menos: el tema es arduo y promete mucho: “la libertad del espíritu”, muy diferente a su reverso, el espíritu de la libertad. Mala traducción para una obra titulada en realidad “Willensfreiheit” que trata de eso, de la libertad del hombre, ¿determinismo? ¿indeterminismo? ¿Qué opinaban los antiguos? ¿Y los modernos?

Sonríe el caballero ante el azoramiento del camarero curioso. El libro está escrito en un alfabeto extraño para muchos: en alemán gótico. Es un libro algo vetusto, edición de 1932 y en la Alemania de la época, el gótico era la escritura habitual. Sonríe además el lector al darse cuenta de que el vino que le han presentado y dado a catar es muy diferente del que se ha llevado a la mesa vecina. ¿Será la cara? ¿La pinta en general? ¿Cómo determinan el vino a proponer? Ahora el azorado es el lector, ¿se lo pregunta al camarero o no?

La realidad es que estos pensamientos le alejan del menú pobre de hotel que ha pedido y le llevan a pensar en otros restaurantes. Sonríe y mira al plato sin verlo; recuerda otros. El camarero aprovecha para ganarse la propina y preguntar si todo está correcto. Recibe un asentimiento automático, como se suele dar cuando quien lo hace piensa que no  y no se atreve a decirlo o simplemente piensa en otras cosas.

Así es,  el lector ha abandonado el libro y se recrea en algunos platos especiales que ha gustado en su vida; los hay de todo tipo y de diversos sabores. Le lleva su pensamiento, de la mano del recuerdo, a un restaurante coqueto, pequeño, de agradables aromas y repasa mentalmente el menú elegido.  Evoca para sí los sabores de cada plato e imagina al chef es su preparación: las dudas de un ingrediente u otro, más de una especia, más de otra, o más consistencia... dudas que imagina iniciales, pero que sabe fueron resueltas magistralmente.

No obstante, el comensal despierta de su estado absorto y busca en su bolsillo un papel para anotar. Es de los antiguos, de los que usan pluma con la excusa de que así su letra resulta más legible. En realidad es un snobismo más, diferenciador  y de un pretendido toque de elegancia. Inútil como tantos otros detalles, pero que configuran en sí la personalidad. Anota: B12 ver composición de vitaminas.

En efecto, sorprendido, inquieto y preocupado el comensal se da cuenta de que ha olvidado algo. El sabor de las Rilletes.  ¡¿Cómo es posible?! Sin duda estaban en el menú. ¿O sólo lo imaginó? Toma el menú que quedó sobre la mesa y lo relee. Si, claramente aparece como Entrée. Mucho se teme que el chef se despistó y lo hubiera apartado para servirlo y que al estar listo el plato de resistencia olvidara traerlo; (en este punto, el comensal sonríe más abiertamente, los franceses son capaces de cambiar o inventar nombres como los italianos formas). El caso es que no recuerda haber probado aquel entrante por mucho que se esfuerza.

Vuelve a su libro, que acaba rápido y se da cuenta, una vez más,  de lo poco original que es.  Creencias y pensamientos son, en realidad, comunes a todos los humanos pues de un modo u otro todos intentan justificar posiciones personales ante hechos incontrolables.

1 comentario:

  1. "todos intentan justificar posiciones personales ante hechos incontrolables", una realidad que enseña nuestra necesidad de controlar lo que nos rodea y no quedar mal con nosotros mismos. Estoy de acuerdo contigo Albardán.

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