Se admira a los carneros donde faltan los toros.
(Proverbio Fulani)
Mentes fuertes discuten ideas, las mentes promedio discuten eventos, las mentes débiles discuten sobre la gente.
(Sócrates)
Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.
(Mt 5,3 Sermón de la montaña)
El que se contenta con su dorada mediocridad, no padece la intranquilidad de un techo que se desmorona, ni habita palacios que provocan la envidia.
(Horacio)
A
la reunión del círculo suelen asistir de un modo regular casi el mismo número
de personas, aunque no siempre las mismas. Los asistentes vienen con ganas de debate y suelen ser gente con un
amplio abanico de intereses, lo que les diferencia en cierto modo de lo que
podríamos llamar la masa. Ni los temas ni las reuniones son elitistas, pero no llegan
a suscitar un gran interés en la mayoría de la gente; al menos no el suficiente
como para desplazarse y participar en un debate abierto y libre. Precisamente
este hecho provocó un comentario acerca de quienes son considerados mediocres
por no involucrarse o tener unos intereses definidos. De ahí que se solicitara
una ponencia en defensa de la mediocridad. El resumen de esa ponencia es lo que
sigue:
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La verdad es que la
sociedad últimamente nos exige ser el mejor en todo. Hay una presión
inmensa por tener que destacar y los modelos son gente que ha llegado al éxito
económico. Admiramos a los triunfadores como Bill Gates, a los superhéroes como
Superman o mejor incluso Batman que además es millonario, guapo y atlético. No
es algo nuevo, el hombre necesita espejos de virtud y perfección para parecerse
a ellos. La guía, la norma, no solo es necesaria en la educación también lo es
a lo largo de toda la vida. Romanos y griegos tenían semidioses y humanos que
luchaban contra los dioses y en cada cultura existen mitos parecidos. Todos destacaron
y son modelos a seguir, pero la mayoría no somos capaces de inventar el camino y
necesitamos seguir gregariamente al líder.
En
la Tierra vivimos actualmente unos 7.500 millones de personas y es evidente que
no todos podemos destacar ni siquiera en algo. La pregunta es si debemos
destacar o incluso si es necesario que lo intentemos. Si nos comparamos
nosotros con el 1% de la población mundial que posee la mitad de la riqueza
total, veremos que en el mejor de los casos somos unos mediocres, si es que
llegamos a ello pues la mayor parte de lo que hagamos no tendrá importancia
alguna tras nuestra muerte.
Esto
nos lleva a pensar que quizás esta cultura del sé más, ten más, haz más no sirve
realmente de mucho; posiblemente un “sé menos y más mediocre” nos llevaría a
vivir mejor. Hoy en día, si nos
gusta correr, ya no es suficiente con dar un par de vueltas a la manzana: ahora
hay que entrenar para los maratones. Si nos gusta pintar, hay que ir a una
academia y buscar que exhiban las obras en una galería, o al menos tener una
cantidad importante de seguidores en las redes sociales en las que se muestran.
Más vale hacerlo todo bien porque si no es así, no somos nadie. Hemos perdido la
conformidad de tener un talento modesto, a hacer algo por el simple hecho de
que lo disfrutamos y no porque lo hacemos bien. Es lógico que en el
trabajo tengamos que realizarlo todo lo mejor posible, pero el ocio ha caído en
la misma presión por la excelencia que el trabajo. Hay que ser profesional y el
mejor en todo. La opción es clara: o el éxito o la denostada mediocridad de la
masa.
Los
requerimientos de la excelencia están en guerra con la libertad. Hacer únicamente
aquello en lo que sobresalimos es quedar atrapados en una jaula cuyos barrotes
no están hechos de acero, sino de nuestros propios prejuicios. Sobre
todo en el caso de las actividades físicas, la mayoría de nosotros solo somos
verdaderamente muy buenos en aquello que hemos comenzado a practicar en la adolescencia
o nos matamos practicando cada semana. Hay que dedicar tiempo y energía y la mayoría tenemos poco tiempo y una energía
limitada que dosificamos con cuentagotas. Pocos somos excepcionales en más de
una cosa, si es que lo somos. Batman no existe y muchos grandes hombres sufren
también grandes limitaciones personales. No se trata de
ser mediocre como objetivo en la
vida, sino de aceptar que ser mediocre no es malo, aunque te hayas esforzado en
ser súper.
Podríamos
pensar entonces si la mediocridad no es mejor que la excelencia. La historia
está llena de gente anónima que consiguieron cambios e hicieron posible que nuestra
civilización avanzara. Por otra parte, la aristocracia del intelecto, no siempre
es un modelo moral a imitar. Es habitual encontrar en esa clase mucha soberbia
y envidia. La
clave para una buena vida no es que importen muchas cosas; es que importen
menos, para que en realidad importe lo que es verdadero, inmediato y transcendente
sin necesidad de ser alguien destacado en ello. Por mucho que nos lo
diga la sociedad, no tenemos que ser extraordinarios, basta con que seamos
fielmente lo que queremos ser, que tengamos inquietudes y que intentemos
seguirlas.
Tenemos
la necesidad impuesta de sobresalir. Lo impone la sociedad bajo el lema de sé alguien, no te dejes llevar por la masa.
Tenemos acceso a más información que nunca en el pasado, pero no hemos
aumentado nuestra capacidad de atención ni nuestra disponibilidad de tiempo a
un ritmo equivalente. Cierto que hay gente extraordinaria (y lo contrario) como
se vería en una campana de Gauss; pero lo normal es que estemos en el medio, en
la parte que no destaca, en la mediocridad. Se nos lleva a creer que lo
excepcional debe ser la nueva normalidad, pero pocos somos excepcionales. No se han
resuelto de forma general nuestras dudas básicas de la vida ni la
supervivencia. No somos punta de lanza y tampoco hace falta que lo seamos.
La obsesión por destacar puede ser insana y llevar a matanzas solo por ser
alguien o cualquier otro rasgo psicótico. No tenemos que probar constantemente
que somos únicos, ni lo somos ni realmente es útil para nuestra vida. Por mucho
que lo digan los libros de autoayuda o guías espirituales no estamos destinados
a ser especiales. Podemos serlo, pero no está en los genes. Ni lo somos ni
estamos destinados a ello. Además en un mundo de gente súper, si lo fuéramos
todos, seríamos otra vez medianía, pura mediocridad.
Ser
mediocre es el insulto actual, la demostración del fracaso. Lo peor es eso, ser
masa, mediocre, el hombre del traje gris que no se diferencia en nada de los que
le rodean. Olvidamos que aunque fuéramos excepcionales no lo seríamos por mucho
tiempo: también los records se baten antes o después. Es importante aceptarlo
porque en el caso contrario solo nos queda la autocompasión y el disgusto con
una sociedad que está compuesta de gente que no destaca y no vale nada. Es un insulto
ser mediocre porque nos condena ante nosotros mismos a no conseguir nada, a no
tener capacidad de sobresalir, cuando en realidad no hay razón alguna que nos
obligue a ser Batman o Superman o Bill Gates. De hecho es un error
pensar que los exitosos, los excepcionales lo son porque se sienten así. Lo son
porque se obsesionan con la mejora, porque se creen mediocres y tienen que
mejorar. No deja de ser una ironía sobre la ambición. Si queremos ser mejores,
más que los demás… siempre tendremos una sensación de fracaso. El cacareado
“todos podemos ser extraordinarios y alcanzar el éxito” sirve para calmar al
ego, para hacernos sentir bien pero no es más que un placebo para no
desesperarnos.
Tenemos
que aceptar que durante toda nuestra vida seremos medianías, mediocres en la
mayoría de cosas que hagamos o emprendamos. Si lo aceptamos nos liberamos de la presión y podemos
dedicar la energía para ser lo que queremos ser sin ser juzgados por los demás
ni por nosotros mismos. Disfrutar de lo cotidiano es un placer aunque nos
cueste aceptarlo al principio Un buen viajero no tiene planes fijos y no tiene
intención de llegar. El camino es la recompensa, no la meta. Ser los primeros
nos calma, ser del montón puede llenarnos si no dormimos en el camino.
En
general, no
es tan importante lo que logramos sino la persona en quien nos hemos convertido
mientras perseguimos la meta. A lo largo del camino podemos ganar
personas valiosas, podemos crecer y ampliar nuestra mente o, al contrario,
podemos perder a gente que amamos, olvidar nuestros valores y convertirnos en
personas más rígidas y encerradas en sí. Por eso, mientras perseguimos una
meta, no debemos perder de vista el camino y, sobre todo, no olvidar
disfrutarlo.
Aceptar
ser mediocre no es conformarse con ello. Es muy diferente saber las propias
limitaciones y actuar en consecuencia que ser uno más de entre los miles. Hay
un libro que ilustra bien quien es el hombre que no destaca: El hombre
del traje gris, que fotografía a la sociedad
norteamericana de los cincuenta. En ella casi todos los hombres de clase
media-alta llevan vidas similares: viven en urbanizaciones a las afueras de las
ciudades, van cada día a trabajar en tren, visten trajes de corte parecido y,
al llegar la noche, se relajan con la copa que les ha preparado su mujer. Se
supone que no se puede pedir más a la vida. Como Tom Rath, que también parece
tenerlo todo: una bonita casa, tres hijos, una mujer que le quiere y un sueldo
razonable. Si alguien les
pregunta, ellos contestan sin dudar: “Estamos muy bien. No tenemos problemas”.
Y parece cierto: Tom es un hombre apuesto casado con Betsy, una mujer guapa y
de fuerte personalidad, tienen tres niños adorables, una casa de varias
plantas, un trabajo agradable que les reporta un buen sueldo; ellos se quieren,
y cada vez que Tom regresa del trabajo ella le espera con una copa de Martini
en la mano y un beso en los labios. Pero también es cierto que no pasan mucho
tiempo juntos. Tom, todas las mañanas, se pone su traje de franela gris, coge
su maletín, toma el tren que lo deja en el centro de Nueva York y realiza su
trabajo hasta muy tarde, como miles de estadounidenses, que llegan agotados a
sus casas donde permanecen junto a sus familias muy poco tiempo antes de
acostarse temprano. Con los años la pareja ha aprendido a hacer el amor sin
pasión. Han aprendido a no pelearse, porque no hay nada que les interese lo
suficiente para meterse en peleas. Solo saben ser sensatos y responsables, se
muestran alegres por el bien de los niños. Y Tom no sabe hacer otra cosa que
trabajar día y noche y preocuparse tan sólo por el trabajo.
Una
vida maravillosa, ¿no es cierto? Hay preocupaciones perentorias: tener una casa
más grande, un coche nuevo, viajes a Florida en invierno y un buen seguro de
vida. Desde luego, un hombre con tres hijos no tiene derecho a decir que el
dinero no le importa. Tom es un hombre gris, un hombre que todos los días viste
un traje de franela gris, como tantos otros padres de familia que se conforman
con abandonar sus sueños por tal de mantener una vida dentro de la más estricta
normalidad. Y él, cada vez que se enfrenta a una situación novedosa, se dice:
“En realidad no importa. No pierdo nada. Será interesante ver lo que sucede”,
convencido de que, si no sucede nada, tampoco eso cambiará su vida.
El
conformismo es una medicina con la que nos automedicamos para cuidar de nuestra
propia salud mental y ser simplemente el hombre del traje gris que se empeña en
ser mejor, aunque no sepa en qué consiste esa mejoría, fuera de la adquisición
de nuevos objetos o la espera del descanso del fin de semana.
La
provocación que quería el ponente estaba clara ¿ser mediocre es bueno? ¿es
malo? ¿nos vuelve masa? La discusión fue larga y si hubo una coincidencia
general fue que a la próxima reunión se evitaría ir de gris.
La empresa en la que todos son jefes se arruina. Sin medianías o mediocres no se avanza. También son necesarios los bombos en la orquesta.
ResponderEliminarLos extraordinarios en los puestos clave en una empresa, resto los mediocres y espabilados. En la vida hay un test para saber si puedes incitar a alguien a cambiar y evolucionar. Si es fiel seguidor de Tele 5, ¡¡ no hace falta que lo intentes !!
ResponderEliminarGracias por el apunte Herminio :))
Es positivo alentar y motivar...pero qué ocurre cuando se han puesto expectativas demasiado altas en un niño por ejemplo? el nivel de autoexigencia puede ser tan alto que puede llevar a generar decepción con uno mismo, frustración, insatisfacción e incluso ansiedad.
ResponderEliminarQuizás la clave estaría en aprender a asumir los reveses, no como una derrota, sino como una alternativa y una oportunidad de reinventarnos a nosotros mismos.
Felicidades por el post. Muy interesante
Gracias por el apunte, Sombra :))
ResponderEliminarSon dos las acciones a realizar: Enseñar que el fracaso es parte del aprendizaje es una. Importante porque en la vida no hay nada que no conlleve algo positivo y negativo a la vez. La segunda es que la educación prevea esto y el educador tenga recursos para convertir lo aprendido a través del fracaso en reflexión de futuro.
Estoy de acuerdo
ResponderEliminarEl docente tiene que aprovechar las situaciones que se dan en el aula (y fuera de ella como excursiones, etc)para enseñar a gestionar bien el fracaso, porque la vida ahí fuera será mucho más dura
Nada más común, los lloros de algunos alumnos cuando se entregan notas de exámenes, aún con notas que podríamos valorar como altas (pero no lo suficiente para algunos cuyas expectativas puestas en ellos son demasiado altas) .Grácias albardan
O simplemente porque creían que sin trabajar también se pasa de curso.
ResponderEliminarGracias por el apunte Sombra :))