jueves, 21 de marzo de 2019

En defensa de la mediocridad ¿o no?



Se admira a los carneros donde faltan los toros. 
(Proverbio Fulani)

Mentes fuertes discuten ideas, las mentes promedio discuten eventos, las mentes débiles discuten sobre la gente.
(Sócrates) 

Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.

(Mt 5,3 Sermón de la montaña)

El que se contenta con su dorada mediocridad, no padece la intranquilidad de un techo que se desmorona, ni habita palacios que provocan la envidia.
(Horacio)



A la reunión del círculo suelen asistir de un modo regular casi el mismo número de personas, aunque no siempre las mismas. Los asistentes vienen  con ganas de debate y suelen ser gente con un amplio abanico de intereses, lo que les diferencia en cierto modo de lo que podríamos llamar la masa. Ni los temas ni las reuniones son elitistas, pero no llegan a suscitar un gran interés en la mayoría de la gente; al menos no el suficiente como para desplazarse y participar en un debate abierto y libre. Precisamente este hecho provocó un comentario acerca de quienes son considerados mediocres por no involucrarse o tener unos intereses definidos. De ahí que se solicitara una ponencia en defensa de la mediocridad. El resumen de esa ponencia es lo que sigue:

--- La verdad es que la sociedad últimamente nos exige ser el mejor en todo. Hay una presión inmensa por tener que destacar y los modelos son gente que ha llegado al éxito económico. Admiramos a los triunfadores como Bill Gates, a los superhéroes como Superman o mejor incluso Batman que además es millonario, guapo y atlético. No es algo nuevo, el hombre necesita espejos de virtud y perfección para parecerse a ellos. La guía, la norma, no solo es necesaria en la educación también lo es a lo largo de toda la vida. Romanos y griegos tenían semidioses y humanos que luchaban contra los dioses y en cada cultura existen mitos parecidos. Todos destacaron y son modelos a seguir, pero la mayoría no somos capaces de inventar el camino y necesitamos seguir gregariamente al líder.

En la Tierra vivimos actualmente unos 7.500 millones de personas y es evidente que no todos podemos destacar ni siquiera en algo. La pregunta es si debemos destacar o incluso si es necesario que lo intentemos. Si nos comparamos nosotros con el 1% de la población mundial que posee la mitad de la riqueza total, veremos que en el mejor de los casos somos unos mediocres, si es que llegamos a ello pues la mayor parte de lo que hagamos no tendrá importancia alguna tras nuestra muerte.

Esto nos lleva a pensar que quizás esta cultura del sé más, ten más, haz más no sirve realmente de mucho; posiblemente un “sé menos y más mediocre” nos llevaría a vivir mejor.  Hoy en día, si nos gusta correr, ya no es suficiente con dar un par de vueltas a la manzana: ahora hay que entrenar para los maratones. Si nos gusta pintar, hay que ir a una academia y buscar que exhiban las obras en una galería, o al menos tener una cantidad importante de seguidores en las redes sociales en las que se muestran. Más vale hacerlo todo bien porque si no es así, no somos nadie. Hemos perdido la conformidad de tener un talento modesto, a hacer algo por el simple hecho de que lo disfrutamos y no porque lo hacemos bien. Es lógico que en el trabajo tengamos que realizarlo todo lo mejor posible, pero el ocio ha caído en la misma presión por la excelencia que el trabajo. Hay que ser profesional y el mejor en todo. La opción es clara: o el éxito o la denostada mediocridad de la masa.

Los requerimientos de la excelencia están en guerra con la libertad. Hacer únicamente aquello en lo que sobresalimos es quedar atrapados en una jaula cuyos barrotes no están hechos de acero, sino de nuestros propios prejuicios. Sobre todo en el caso de las actividades físicas, la mayoría de nosotros solo somos verdaderamente muy buenos en aquello que hemos comenzado a practicar en la adolescencia o nos matamos practicando cada semana. Hay que dedicar tiempo y energía y  la mayoría tenemos poco tiempo y una energía limitada que dosificamos con cuentagotas. Pocos somos excepcionales en más de una cosa, si es que lo somos. Batman no existe y muchos grandes hombres sufren también grandes limitaciones personales. No se trata de  ser  mediocre como objetivo en la vida, sino de aceptar que ser mediocre no es malo, aunque te hayas esforzado en ser súper.

Podríamos pensar entonces si la mediocridad no es mejor que la excelencia. La historia está llena de gente anónima que consiguieron cambios e hicieron posible que nuestra civilización avanzara. Por otra parte, la aristocracia del intelecto, no siempre es un modelo moral a imitar. Es habitual encontrar en esa clase mucha soberbia y envidia. La clave para una buena vida no es que importen muchas cosas; es que importen menos, para que en realidad importe lo que es verdadero, inmediato y transcendente sin necesidad de ser alguien destacado en ello. Por mucho que nos lo diga la sociedad, no tenemos que ser extraordinarios, basta con que seamos fielmente lo que queremos ser, que tengamos inquietudes y que intentemos seguirlas.

Tenemos la necesidad impuesta de sobresalir. Lo impone la sociedad bajo el lema de sé alguien, no te dejes llevar por la masa. Tenemos acceso a más información que nunca en el pasado, pero no hemos aumentado nuestra capacidad de atención ni nuestra disponibilidad de tiempo a un ritmo equivalente. Cierto que hay gente extraordinaria (y lo contrario) como se vería en una campana de Gauss; pero lo normal es que estemos en el medio, en la parte que no destaca, en la mediocridad. Se nos lleva a creer que lo excepcional debe ser la nueva normalidad, pero pocos somos excepcionales. No se han resuelto de forma general nuestras dudas básicas de la vida ni la supervivencia. No somos punta de lanza y tampoco hace falta que lo seamos. La obsesión por destacar puede ser insana y llevar a matanzas solo por ser alguien o cualquier otro rasgo psicótico. No tenemos que probar constantemente que somos únicos, ni lo somos ni realmente es útil para nuestra vida. Por mucho que lo digan los libros de autoayuda o guías espirituales no estamos destinados a ser especiales. Podemos serlo, pero no está en los genes. Ni lo somos ni estamos destinados a ello. Además en un mundo de gente súper, si lo fuéramos todos, seríamos otra vez medianía, pura mediocridad.

Ser mediocre es el insulto actual, la demostración del fracaso. Lo peor es eso, ser masa, mediocre, el hombre del traje gris que no se diferencia en nada de los que le rodean. Olvidamos que aunque fuéramos excepcionales no lo seríamos por mucho tiempo: también los records se baten antes o después. Es importante aceptarlo porque en el caso contrario solo nos queda la autocompasión y el disgusto con una sociedad que está compuesta de gente que no destaca y no vale nada. Es un insulto ser mediocre porque nos condena ante nosotros mismos a no conseguir nada, a no tener capacidad de sobresalir, cuando en realidad no hay razón alguna que nos obligue a ser Batman o Superman o Bill Gates. De hecho es un error pensar que los exitosos, los excepcionales lo son porque se sienten así. Lo son porque se obsesionan con la mejora, porque se creen mediocres y tienen que mejorar. No deja de ser una ironía sobre la ambición. Si queremos ser mejores, más que los demás… siempre tendremos una sensación de fracaso. El cacareado “todos podemos ser extraordinarios y alcanzar el éxito” sirve para calmar al ego, para hacernos sentir bien pero no es más que un placebo para no desesperarnos.

Tenemos que aceptar que durante toda nuestra vida seremos medianías, mediocres en la mayoría de cosas que hagamos o emprendamos. Si lo aceptamos nos liberamos de la presión y podemos dedicar la energía para ser lo que queremos ser sin ser juzgados por los demás ni por nosotros mismos. Disfrutar de lo cotidiano es un placer aunque nos cueste aceptarlo al principio Un buen viajero no tiene planes fijos y no tiene intención de llegar. El camino es la recompensa, no la meta. Ser los primeros nos calma, ser del montón puede llenarnos si no dormimos en el camino.

En general, no es tan importante lo que logramos sino la persona en quien nos hemos convertido mientras perseguimos la meta. A lo largo del camino podemos ganar personas valiosas, podemos crecer y ampliar nuestra mente o, al contrario, podemos perder a gente que amamos, olvidar nuestros valores y convertirnos en personas más rígidas y encerradas en sí. Por eso, mientras perseguimos una meta, no debemos perder de vista el camino y, sobre todo, no olvidar disfrutarlo.

Aceptar ser mediocre no es conformarse con ello. Es muy diferente saber las propias limitaciones y actuar en consecuencia que ser uno más de entre los miles. Hay un libro que ilustra bien quien es el hombre que no destaca: El hombre del traje gris, que fotografía a la sociedad norteamericana de los cincuenta. En ella casi todos los hombres de clase media-alta llevan vidas similares: viven en urbanizaciones a las afueras de las ciudades, van cada día a trabajar en tren, visten trajes de corte parecido y, al llegar la noche, se relajan con la copa que les ha preparado su mujer. Se supone que no se puede pedir más a la vida. Como Tom Rath, que también parece tenerlo todo: una bonita casa, tres hijos, una mujer que le quiere y un sueldo razonable. Si alguien les pregunta, ellos contestan sin dudar: “Estamos muy bien. No tenemos problemas”. Y parece cierto: Tom es un hombre apuesto casado con Betsy, una mujer guapa y de fuerte personalidad, tienen tres niños adorables, una casa de varias plantas, un trabajo agradable que les reporta un buen sueldo; ellos se quieren, y cada vez que Tom regresa del trabajo ella le espera con una copa de Martini en la mano y un beso en los labios. Pero también es cierto que no pasan mucho tiempo juntos. Tom, todas las mañanas, se pone su traje de franela gris, coge su maletín, toma el tren que lo deja en el centro de Nueva York y realiza su trabajo hasta muy tarde, como miles de estadounidenses, que llegan agotados a sus casas donde permanecen junto a sus familias muy poco tiempo antes de acostarse temprano. Con los años la pareja ha aprendido a hacer el amor sin pasión. Han aprendido a no pelearse, porque no hay nada que les interese lo suficiente para meterse en peleas. Solo saben ser sensatos y responsables, se muestran alegres por el bien de los niños. Y Tom no sabe hacer otra cosa que trabajar día y noche y preocuparse tan sólo por el trabajo.

Una vida maravillosa, ¿no es cierto? Hay preocupaciones perentorias: tener una casa más grande, un coche nuevo, viajes a Florida en invierno y un buen seguro de vida. Desde luego, un hombre con tres hijos no tiene derecho a decir que el dinero no le importa. Tom es un hombre gris, un hombre que todos los días viste un traje de franela gris, como tantos otros padres de familia que se conforman con abandonar sus sueños por tal de mantener una vida dentro de la más estricta normalidad. Y él, cada vez que se enfrenta a una situación novedosa, se dice: “En realidad no importa. No pierdo nada. Será interesante ver lo que sucede”, convencido de que, si no sucede nada, tampoco eso cambiará su vida.

El conformismo es una medicina con la que nos automedicamos para cuidar de nuestra propia salud mental y ser simplemente el hombre del traje gris que se empeña en ser mejor, aunque no sepa en qué consiste esa mejoría, fuera de la adquisición de nuevos objetos o la espera del descanso del fin de semana.

La provocación que quería el ponente estaba clara ¿ser mediocre es bueno? ¿es malo? ¿nos vuelve masa? La discusión fue larga y si hubo una coincidencia general fue que a la próxima reunión se evitaría ir de gris. 


6 comentarios:

  1. La empresa en la que todos son jefes se arruina. Sin medianías o mediocres no se avanza. También son necesarios los bombos en la orquesta.

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  2. Los extraordinarios en los puestos clave en una empresa, resto los mediocres y espabilados. En la vida hay un test para saber si puedes incitar a alguien a cambiar y evolucionar. Si es fiel seguidor de Tele 5, ¡¡ no hace falta que lo intentes !!

    Gracias por el apunte Herminio :))

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  3. Es positivo alentar y motivar...pero qué ocurre cuando se han puesto expectativas demasiado altas en un niño por ejemplo? el nivel de autoexigencia puede ser tan alto que puede llevar a generar decepción con uno mismo, frustración, insatisfacción e incluso ansiedad.
    Quizás la clave estaría en aprender a asumir los reveses, no como una derrota, sino como una alternativa y una oportunidad de reinventarnos a nosotros mismos.
    Felicidades por el post. Muy interesante

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  4. Gracias por el apunte, Sombra :))

    Son dos las acciones a realizar: Enseñar que el fracaso es parte del aprendizaje es una. Importante porque en la vida no hay nada que no conlleve algo positivo y negativo a la vez. La segunda es que la educación prevea esto y el educador tenga recursos para convertir lo aprendido a través del fracaso en reflexión de futuro.

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  5. Estoy de acuerdo
    El docente tiene que aprovechar las situaciones que se dan en el aula (y fuera de ella como excursiones, etc)para enseñar a gestionar bien el fracaso, porque la vida ahí fuera será mucho más dura
    Nada más común, los lloros de algunos alumnos cuando se entregan notas de exámenes, aún con notas que podríamos valorar como altas (pero no lo suficiente para algunos cuyas expectativas puestas en ellos son demasiado altas) .Grácias albardan

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  6. O simplemente porque creían que sin trabajar también se pasa de curso.

    Gracias por el apunte Sombra :))

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