jueves, 2 de mayo de 2013

Tirar o no la toalla







Toynbee sugería la posibilidad de que el hombre alcanza la civilización, no como resultado de unos dones superiores desde el punto de vista biológico o del entorno geográfico, sino como una respuesta al reto planteado por una situación especialmente difícil. Esto le animaría a realizar un esfuerzo nuevo. 
Cita casos como los mayas, cuya civilización nació por el reto planteado por un bosque tropical y un inhóspito altiplano; Ceilán, en medio de una isla seca cuna de la civilización índica; Nueva Inglaterra, zona desolada y estéril dio pié a gran parte de los EEUU....; las zonas de vida fácil (léase África) no evolucionan.

Con ello se opone a la tesis de Spengler de la decadencia de Occidente entendida como una morfología: vida de la cultura  mandada por un destino que la hace crecer, florecer y morir indefectiblemente.

Lo cierto es que la posición de Toynbee, parece más atractiva. Es agradable pensar que si avanzamos es por habernos estrujado las meninges buscando la solución a una serie de retos que nos plantea el entorno y ahí es donde está la trampa saducea.

Según Toynbee el reto es una situación difícil, pero los ejemplos que pone son de entorno, que es lo que niega al principio. Posiblemente porque lo que realmente está buscando es una motivación y mientras Spengler cree en el destino, Toynbee acabará creyendo en la religión. Sea uno u otro, ciertamente el entorno condiciona la reacción y obliga a una superación si es hostil y es proclive a una vida acomodativa si el sustento es fácil.

Lo mismo pasa con la mente, la que tiene que trabajar por estar necesitada de ello para que el individuo sobreviva reaccionará creando y la que simplemente pueda seguir el camino marcado, se acomodará y embotará más fácilmente. Es evidente que esto es una opción personal y que no es extensible pues siempre hay de todo, aunque sí hay una línea de tendencia general.

Por suerte dentro de una misma familia, las cosas se ven diferentemente (conflicto generacional por ejemplo) lo que permite que una parte sea creativa  y la otra no. Así, la incertidumbre laboral, emocional.... obligará a desarrollar y asumir retos a los jóvenes mientras que los mayores tenderán a ser más conservadores y dejarse llevar aferrándose a sus creencias. Significa esto que dentro de un mismo entorno el destino sí existe al alcanzar un nivel de satisfacción de necesidades y la libertad mientras éstas no se consigan. Pero ¡ah maravilla! esto se puede empaquetar como un organismo que nace, crece y muere inexorablemente repitiéndose sin cesar........... mito del eterno retorno aprehendido de la naturaleza y base de la filosofía de Spengler.

Una vuelta más de tornillo nos llevaría empero a un avance en los retos que se superan cada vez,  ya que tanto la palabra escrita como los mismos logros permanecen y aumentan, por lo que estaríamos ante una espiral evolutiva y no ante un círculo o involución. Ergo, el destino no existe.

Ante todo ello el sofista sonríe y piensa que igualmente se podría argumentar lo contrario... todo es cuestión de saber dónde se quiere llegar. Porque desde un principio, la posición filosófica del individuo condiciona sus logros y es sólo su aceptación o no de su realidad circundante la que le impulsa a avanzar o dejarse llevar, sin involucrar para nada a la civilización o a la cultura en la que está inmerso.

Siempre son los mutantes  quienes marcan las tendencias, sean aberraciones o logros. Depende de si pierden o si ganan y se les conoce como fracasados o genios.

En realidad lo mismo nos pasa cuando en el camino de la vida creemos que es necesario hacer un alto para evadirse y  recapacitar. Es el momento en el que lo que flaquea es el convencimiento de que los valores aceptados mantienen su importancia y peso. De alguna manera esos valores son nuestra realidad circundante que aceptamos o no. Si los aceptamos o los sustituimos, avanzamos; si no los aceptamos o dudamos de ellos restándoles valores, es cuando nos dejamos llevar; un modo elegante de tirar la toalla, pero en definitiva un abandono.

Todos sabemos que hay que levantar el vuelo reiteradamente, con paradas que no deben ser demasiado largas si queremos realmente avanzar. En cada parada hay que volver a colocar los hitos en su sitio y darles el valor que en ese momento tienen; podemos cambiar su ubicación espacio-temporal, su valor e incluso sustituirlos o ponerlos  boca abajo, pero no podemos permitirnos el lujo de quitarlos y no poner nada en su lugar. Mientras lo hacemos el desánimo viene a jugar con nosotros, pero se va al poco tiempo. Si no hemos repuesto el destino, el desconcierto nos deja el vacío como recuerdo y si hemos determinado seguir, nos deja la paz y la alegría padres de la fuerza y padrinos de la voluntad.

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