viernes, 9 de noviembre de 2018

Soy mi algoritmo



La libertad existe solo en la tierra de los sueños.
(Friedrich Schiller)

Nada es más difícil y por tanto más querido que la capacidad de decidir.
(Napoleón Bonaparte)

El mayor enemigo de la libertad es el hedonismo.
(Ibrahim S. Lerak, Cuaderno de notas)




En la última reunión del círculo se abordó el tema de la predestinación y de la libertad por consecuente. Un tema casi eterno el de la libertad, pero que tras la conferencia del ponente se vio de otro modo. Esto fue lo que nos contó:

-- Seguir el dictado de las emociones puede que sea producto de la necesidad de sobrevivir del hombre. Ya en el cerebro límbico aparece la supervivencia como primer fin y las emociones en cierto modo nos alertan para poder seguir con vida. Lo que no es antiguo y quizá tampoco natural es creer en la libertad humana. Durante miles de años se aceptaba que era el más fuerte quien decía lo que estaba bien o mal; posteriormente fue la religión la que marcó las reglas divinas de obligado cumplimiento, tanto si eran con recomendaciones de guerra (Deuteronomio 20) como si eran de paz (Lucas 6:29).  Solo en los últimos siglos el origen de la autoridad ha pasado de las deidades celestiales a los humanos de carne y hueso y ahora pasa de las personas a la Inteligencia Artificial (IA), o algoritmos como se llama a lo que parece que es la ley que rige nuestras acciones individuales analizadas por la tecnología informática asociada a los medios de comunicación.

El análisis de los macrodatos no deja en buen lugar a la impredecibilidad que se debería derivar de una libertad de pensamiento y acción. El libre albedrío se convierte en una idea romántica, una ilusión de un tiempo en el que no sabíamos nada de nosotros mismos. La ciencia va mostrando que en realidad emociones y sentimientos han pasado a ser simples reacciones químicas usadas para sobrevivir y reproducirnos. Las emociones no se basan en la intuición, en la inspiración ni en la libertad, son solo cálculos de supervivencia. No nos damos cuenta de ello porque el cálculo es tan rápido y realizado por el subconsciente, que creemos que nace de nosotros sin estar prefijado por vivencias y experiencias anteriores. Nuestras fobias y filias parecen resultado racional del libre albedrío. Pero solo lo parecen. El miedo aparece cuando el cálculo indica probabilidad de muerte; los sentimientos de atracción sexual cuando los algoritmos bioquímicos muestran un apareamiento o una vinculación deseada; la indignación o remordimiento e incluso el perdón son mecanismos de estabilidad de grupo. Las emociones no son lo opuesto a la racionalidad: encarnan la racionalidad evolutiva.

Antes era razonable creer en el libre albedrío, porque el razonamiento se creía que estaba formado por causas internas, invisibles e impredecibles desde fuera. Sin embargo, la información derivada del uso de los algoritmos informáticos que cruzan los datos de nuestros hábitos, acciones y opiniones públicas (en redes sociales o intervenciones en cualquier medio público o informático) sustituyen mejor a las emociones dando una mayor exactitud y precisión en lo que nos conviene. Donde mejor se ve es en medicina. Son las máquinas las que dictaminan nuestro estado, nuestra evolución y el tratamiento a seguir. No es ciencia ficción avanzada pensar en un chequeo diario en casa y un cambio automático en la alimentación o en la rutina semanal para mejorar nuestro estado.

Pero justo por esto es probable que estemos enfermos siempre, porque siempre hay algo que puede mejorar en algún lugar del cuerpo. Antes si no notábamos dolor o no padecíamos una discapacidad visible nos considerábamos sanos. En breve, los sensores biométricos (subcutáneos o no), con algoritmos de macrodatos podrán diagnosticar y tratar enfermedades mucho antes de que generen dolor o produzcan discapacidad. Como resultado, siempre estaremos en un pre-tratamiento de alguna enfermedad y siguiendo una recomendación algorítmica. Si nos negamos, quizá nuestro seguro sanitario quede invalidado, o nuestro jefe nos despida: ¿por qué habrían de pagar ellos el precio de nuestra testarudez?

Lo que ya ocurre en medicina sucede cada vez más en más ámbitos. Los factores clave son el sensor biométrico que convierte procesos biológicos en información electrónica que los ordenadores almacenan y analizan, y la información que generamos al usar un ordenador. Pensemos en los relojes modernos que miden incluso el ritmo cardíaco, que requieren una aplicación que almacena los datos en la red. La información está disponible voluntariamente e invita a que alguien la recopile y la use.

Con suficientes datos y capacidad de análisis, el procesamiento de datos puede acceder a todos nuestros deseos, decisiones, opiniones y extraer conclusiones y obligaciones. Estos algoritmos saben con exactitud quiénes somos. La mayoría de la gente no nos conocemos muy bien a nosotros mismos, pero los ordenadores pueden anticipar lo que nos interesa y corregir nuestros errores. No hace mucho escribí un correo electrónico en el que mencionaba un archivo adjunto. Al enviarlo no me olvidé de incluir el archivo porque Windows me abrió una ventana en la que me decía que no había adjuntado el archivo que mencionaba en el texto y me preguntaba si era queriendo o era un error. Sin respuesta no se podía enviar el correo.

Mientras navegamos por la web o leemos noticias o miramos las novedades en una red social los algoritmos lo supervisan y analizan; las cookies le dirán a la empresa anunciante que si quiere vendernos algún producto, será mejor que en los anuncios utilice al chico descamisado o a una chica sin blusa o a un elefante rosa en función de quien vea el anuncio, aunque sea de pasada. Ya hoy nos cuestionamos si esto no se debe hacer abiertamente y nos interesa compartir la información a fin de obtener productos y recomendaciones adaptados a nuestras necesidades y gustos personales y, al final, para hacer que el algoritmo decida por nosotros. Es más cómodo, estamos en la cultura de la facilidad, del no esfuerzo, en la sociedad gaseosa, un paso más allá de la liquida. Un grupo de amigos que chatea a menudo y se intercambia información sea desde el móvil o desde el ordenador recibe sugerencias que se acomodan a todos. Una especie de mínimo común múltiplo para el grupo. Cuando se propone una actividad alguien sugiere lo que ha visto anunciado y casi todos están de acuerdo pues les suena. Es una manipulación, sí, pero hasta cierto punto deseada ya que no es necesario pensar ni decidir ni discutir. Llega a ser tan inconsciente que parece que la decisión la haya hecho el grupo.

Pero el algoritmo va incluso mucho más allá. Ya hay programas capaces de detectar las emociones en base al movimiento de nuestros ojos y músculos faciales. Nuestra imagen no solo sirve de contraseña, da más información. Analizando los momentos de alegría y lo que la rodea el programa aprende lo que nos hace reír, lo que nos entristece y lo que nos aburre. Lo sabe todo… y lo predice todo. Sin que lo sepamos nos encamina a decidir lo que queremos cuando en realidad no decidimos, sino que optamos por lo fácil que nos da una satisfacción inmediata. Y lo peor es que no se equivoca o no se equivoca tanto como haríamos nosotros si actuáramos libres de influencias.

Nuestros sensores biométricos dan información de nuestro ritmo cardíaco, nuestra tensión sanguínea y nuestra actividad cerebral. Mientras vemos una película, por ejemplo, el algoritmo puede advertir qué escena nos causa una determinada emoción por mínima que sea su demostración. Incluso si la risa es falsa, pues cuando uno se obliga a reír emplea circuitos cerebrales y músculos distintos que cuando nos reímos porque algo nos parece realmente divertido. Las personas no suelen detectar la diferencia. Pero un sensor biométrico o una cámara sí. Recordemos que los micrófonos y las cámaras de los ordenadores tienen nuestro permiso para despertarse cuando quieran y usar nuestros datos.

Todo lo que hacemos deja rastro y quienquiera que posea la información adecuada conoce nuestro tipo de personalidad y cómo pulsar nuestros botones emocionales. Tampoco es ciencia ficción lejana imaginar la escena de alguien que consulta a Google las decisiones importantes que debe tomar como qué estudiar, dónde trabajar y con quién casarse. El algoritmo no tiene que ser perfecto. Solo necesita ser, mejor que nosotros. Y eso no es muy difícil, porque la mayoría de las personas cometemos terribles equivocaciones en las decisiones más importantes de nuestra vida. La memoria es siempre infiel pero el programa recuerda todo. Para vivir más fácilmente y sin esfuerzo fiarse del algoritmo es la mejor alternativa.

En las últimas décadas, millones de personas hemos confiado al algoritmo de Google la búsqueda de información relevante y fidedigna. Hoy en día, la «verdad» viene definida por los primeros resultados de la búsqueda de Google. Esto ha ido ocurriendo también con las capacidades físicas, como el espacio para orientarse y navegar. La gente pide a Google que la guíe y si el teléfono inteligente falla, se encuentra completamente perdida.

Cuando queramos saber que carrera estudiar se lo preguntaremos a Google y Google podrá decirnos que perderemos el tiempo en la Facultad de Física o en la academia de ballet, que lo nuestro es la psicología o la ebanistería. Si la IA decide mejor que nosotros las carreras e incluso las relaciones, nuestro concepto de la humanidad y de la vida tendrá que cambiar. Estamos acostumbrados a pensar en la existencia como una sucesión de toma de decisiones. En ello radica la grandeza del hombre. Vemos al individuo como un agente autónomo que no para de tomar decisiones sobre el mundo. Las obras de arte (ya sean las obras de teatro de Shakespeare, las novelas de Jane Austen o las comedias de Hollywood) suelen centrarse en que el o la protagonista ha de tomar alguna decisión particularmente crucial. ¿Ser o no ser? ¿Hacer caso a mi mujer y matar al rey Duncan, o hacer caso a mi conciencia y perdonarlo? ¿Casarme con el señor Collins o con el señor Darcy? Las teologías cristiana y musulmana se centran de manera parecida en el drama de la toma de decisiones y aducen que la salvación o la condena eterna depende de haber sabido tomar la decisión correcta.

¿Qué pasa con esta forma de entender la vida si cada vez confiamos más en la IA para que tome las decisiones por nosotros?  Una vez que empecemos a contar con la IA para decidir qué estudiar, dónde trabajar y con quién casarnos, la vida dejará de ser una sucesión de toma de decisiones. Imaginemos a Anna Karenina sacando su teléfono inteligente y preguntándole al algoritmo de Facebook si debe seguir casada con Karenin o fugarse con el conde Vronsky. O imaginemos a Hamlet o Macbeth con todas las decisiones cruciales tomadas por el algoritmo de Google.  Llevarían una vida mucho más confortable, pero ¿qué tipo de vida sería exactamente? ¿Tenemos modelos para dar sentido a una existencia de este tipo? ¿Es la que realmente queremos?

Cuando la autoridad se transfiera totalmente a los algoritmos, quizá ya no veamos el mundo como individuos autónomos que se esfuerzan para tomar las decisiones correctas. Seremos (ya lo somos) minúsculos chips dentro de un gigantesco sistema de procesamiento de datos que nadie entiende en realidad. A medida que gobiernos y empresas puedan acceder a nuestro sistema operativo y descifrarnos, en algunos países y en determinadas situaciones, quizá a la gente no se le dé ninguna opción y se vea obligada a obedecer las decisiones de los algoritmos de macrodatos.

¿Ciencia ficción? Ya sufrimos el bombardeo de publicidad y propaganda dirigidos con mucha precisión que nos lleva a gastar y actuar de un modo teledirigido (influencia en varios productos, pero también en elecciones como se ha visto en los EE.UU.) Nuestras opiniones y emociones resultan tan fáciles de identificar y manipular que ya nos fiamos de los algoritmos y pedimos directamente que elijan por nosotros la ruta a seguir en nuestra vida. La libertad, el libre albedrío, no es más que una entelequia.


Se alargó la tertulia tras escuchar que la libertad si alguna vez existió iba a ser cada vez más menguante. Separar religión y cultura heredada de la idea abstracta no es fácil, pero eso sí, todos pudimos opinar libremente... o al menos eso creímos con permiso del algoritmo.

viernes, 19 de octubre de 2018

Entre el líquido y la espuma (1)




Más que un mundo líquido, el proceso de globalización ha conducido a un 'mundo gaseoso'. Esta metáfora responde a la realidad de los actuales mercados financieros y al mundo de los medios que se caracterizan, como los volúmenes que se contraen y se expanden del estado gaseoso, por ciclos de expansión y contracción, que no tienen un volumen constante. Es una imagen apropiada también para describir la naturaleza de los procesos sociales, de todo el mundo financiero, mediático y comunicativo que se basa más sobre una información 'gaseosa' que sobre la comprobación de hechos.
Daniel Innerarity (El Correo Vasco, 2010)

En un mundo sin valores solo cuenta la agitación. Lo que cuenta son las burbujas, sin importar que estén vacías y solo lleven aire, incluso viciado.
(Ibrahim S. Lerak, Cuaderno de notas)


Se gobierna mejor una sociedad que vive en el instante, que una que piensa en el futuro.
(Principio político universal y siempre actual)


La última reunión del club de los narizones fue diferente. Empezó con una cata de cavas y espumosos (prohibido usar el término champagne, ya que es nombre registrado y protegido) y siguió con las burbujas de las bebidas gaseosas pues el ponente habló de la sociedad que se mueve como en una botella de cava y que nos sitúa entre el líquido y la espuma de las burbujas. Esto fue lo que nos contó:

- La sociedad actual ya no es como la definió Bauman una sociedad liquida. Ya no se escurren los valores entre las manos. Siguen sin ser sólidas las realidades de nuestros abuelos: el trabajo y el matrimonio para toda la vida. Incluso esa liquidez se ha desvanecido y lo que antes era, ahora es solo imagen y momento  y todo se ha vuelto más precario, instantáneo, se escapa si no es novedoso y se vuelve con frecuencia una agotadora persecución tras la nada.

Es como si tuviéramos la sociedad líquida contenida en una botella, pero también con un gas que al menor impulso crea las burbujas que suben, crecen, estallan... y mueren. De hecho hoy vivimos una modernidad gaseosa en la que lo que agrada, lo que se busca y lo que vende es lo fácil, lo que no sea consistente y no implique nada más allá que el momento preciso. Lejos quedan los tiempos del esfuerzo y de la búsqueda de algo que no sea el placer del instante. Todo lo que conlleva una dificultad interna o que alberga en su seno una gran paradoja suscita encono e incluso odio. La filosofía de la vida, la búsqueda del sentido existencial se ha transformado en un ¡¿Qué importa?! Vive el momento, disfruta del placer instantáneo, eso es lo que cuenta. El resto son pamplinas.

El individuo de la sociedad gaseosa responde al impulso que le viene de fuera, a la noticia, a la emoción, al trastorno de la facilidad. Solo reacciona a eso, ya no sabe defender los valores que ha leído que existieron o que incluso le han servido para formarse. Trabajo, esfuerzo, conocimiento, relación social, estabilidad, visión de futuro... todo son palabras vacías en la sociedad gaseosa en la que todo tiene el tiempo limitado. Las burbujas suben, se mueven, parecen correr... hasta que se paran y desaparecen. Solo viven el momento. No es de extrañar que las relaciones sean solo puntuales, que todo lo que se usa cambie a cada momento y en ciclos más rápidos. 

Ya no se lucha, se deja uno llevar por el impulso, por el movimiento de las demás burbujas. Aquello de la libertad, de la fraternidad (por no hablar de la igualdad que nunca ha existido) ya no tiene sentido. Es el todos a una, por el impulso recibido y juntos es más fácil ser uno más. Es como una sociedad de pasivos que solo se mueven cuando se agita la botella. Entonces hay desbarajuste, movimiento, caos, parece que hay algo... pero se muere pronto, cuando cesa el impulso. Todo es efímero como una cachipolla.

Además de relativamente fácil todo ha de ser bonito, agradable. No se permiten las expresiones que indican algo negativo. Todo ha de ser alegre, no hay paros, frenazos en la economía, hay desaceleración; no hay gente inválida o impedida, ni se debe decir que sufren o padecen, son gente con una discapacidad. Todo ha de ser dulce y sonriente como las burbujas del espumoso. Convertir el momento en una fiesta y no querer ver lo sórdido del entorno. No negamos la muerte, la ignoramos, la hemos enviado al ostracismo y a la negrura de la noche donde ni se ve ni molesta. Cuando solo cuenta el momento y se ensalza la individualidad extrema se atomiza tanto que solo se ven pequeñas burbujas que lucen en conjunto, pero que muestran la debilidad individual.

No ha desaparecido el deseo de algún tipo de solidez, pero al caer la burbuja se encuentra con el líquido que la absorbe y la deshace, como las redes sociales  que fagocitan al individuo y lo convierten en un dato que luego se lanza arriba como nueva burbuja o bien se disuelve y se convierte en un elemento de los macrodatos. Lo fugaz se convierte en única norma, las relaciones son meros encuentros fortuitos, la inestabilidad emocional aumenta y el futuro genera miedo. Cualquier agitación que prometa salir del liquido y ser burbuja es bienvenida. Caldo de cultivo para visionarios populistas y gobiernos en la sombra.

Pocos tienen narices de oponerse y denunciarlo y quienes lo hacen quedan como meros cronistas sin que Bilderberg se inmute, ellos mismos son solo un peón. Muy bien vestido pero solo un peón en la partida.


Larga fue la discusión, pero el cava seguía estando ahí y todo quedó en burbujas de voces y opiniones... que se deshicieron y volvieron a disolverse en el líquido. Hasta que de nuevo se agite de la botella.




martes, 2 de octubre de 2018

Medir la felicidad



La sociedad que lo mide todo se olvida de sentirlo todo.
(Ibrahim S. Lerak, Cuaderno de notas)

Prefiero querer a poder, palpar a pisar, ganar a perder, besar a reñir, bailar a desfilar y disfrutar a medir. Prefiero volar a correr, hacer a pensar, amar a querer, tomar a pedir. Antes que nada soy partidario de vivir.
(Joan Manuel Serrat, cantautor)

No es lo que tienes, o lo que eres, o dónde estás, o lo que estás haciendo lo que te hace feliz o infeliz. Es sobre lo que piensas.
(Dale Carnegie)



Me llamó S.M. con tono preocupado. Un revés en su día le hizo infeliz y eso le llevó a pensar, una vez más, en la felicidad de su amado pueblo. Nada más llegar me lanzó su pregunta directa: -¿Cómo puedo medir la felicidad de mi pueblo, albardán?

Tengo por norma decirle a S.M. lo que pienso –privilegio de albardán- sin edulcorante alguno, así que le contesté directamente: -Majestad, la felicidad del pueblo no se mide. No existe la felicidad del pueblo. La sociedad, en sí no es feliz. Hay bienestar y paz social o no, pero no felicidad. La felicidad es estrictamente individual.

La felicidad se ha vuelto un tema estrella en la sociedad actual, parece que lo único importante es ser feliz casi a cualquier precio. Mientras yo sea feliz… a los demás ¡que les den! Parece exagerado pero es el trasfondo de lo que está ocurriendo. Es cierto que se dice que la felicidad depende del entorno inmediato y en alguna manera del cercano, pero esto se diluye cuando se trata el medir esta felicidad. Precisamente éste es el quid, medir la felicidad ¿se puede? ¿Tiene sentido?  Los gobiernos han encontrado un sistema para alinear a pobres y ricos y eludir la diferencia económica y social. El dinero no da la felicidad se dice y con ello está todo resuelto: si no eres feliz es culpa tuya. ¿Es cierto? ¿Es medible? ¿Podemos medir la cantidad de felicidad que se siente en un momento o a lo largo de una vida?

La realidad es que por muchos índices de felicidad que se traten no hay que caer en trampas fáciles como confundir el bienestar y la felicidad. No son lo mismo ni equivalentes. La ONU publicó un índice de desarrollo humano que considera el PIB, el índice de alfabetización y la esperanza de vida. Medir el progreso social, la estabilidad, la comodidad, la ausencia de conflictos armados, la asistencia médica… es cuantificar el bienestar no la felicidad. En lo que sí interviene la sociedad es en la imposición de niveles de referencia que imbuyen al ciudadano que si tienes X serás feliz, si careces de Y serás infeliz. Estos baremos de medición se aceptan tácitamente pero se imponen por bombardeo y manipulación. Se nos machaca diciendo que si somos altruistas, saboreamos los buenos momentos por pequeños que sean (aunque sean escasos), tenemos empatía y nos cuidamos de los demás seremos felices. Piensa en todo lo que tienes, no desees más y serás feliz, es una de las grandes mentiras que nos trasladan los gobernantes y los medios de comunicación que enseñan, pero no informan.

La felicidad es algo personal, no social. Influye el medio pero no es determinante. La felicidad está relacionada con la percepción personal que tenemos de lo que hacemos para conseguir un objetivo y en su logro o no. Pero no depende solo de ello sino de la métrica que usamos cada uno de nosotros y esa métrica es exclusivamente individual, emocional y poco modificable.

Nuestra felicidad depende en parte de factores externos como la salud, familia, trabajo, integración social, reconocimiento... etc. No será el mismo estímulo el que hace igualmente feliz a un niño, a un adulto o a un anciano. Ni el mismo estímulo en una cultura social distinta logrará el mismo impacto en una persona similar. Se dice que lo que nos hace feliz cambia con los años y quizá no es el cambio sino la métrica lo que nos hace ver las cosas diferentes y por tanto sentirlas de modo distinto. La felicidad es una magnitud cualitativa y no cuantitativa. No la medimos, la sentimos. Pero sí tenemos una vara para medir lo que nos hace feliz o no: las expectativas de nuestros logros, lo que queremos hacer y hasta qué punto llegamos a ello. La felicidad no es tener buenos momentos, es ir logrando lo que hemos determinado que es lo que queremos y a donde queremos llegar. Saber lo que se quiere es clave para ser feliz y por ello la felicidad es una elección.

Hay un famoso caso que lo explicita bien. El de Dave Mustaine, guitarrista de Metallica. Fue apartado del grupo poco antes de que éste fuera famoso. Dave se resintió tanto que se juró crear un grupo que fuera mejor que Metálica. Creó Megadeth y este grupo fue un referente en la música, fue muy existoso y vendió 20 millones de discos… pero menos de los 100 que vendió Metallica, uno de los mejores grupos de Heavy Metal o quizá incluso el mejor. La métrica de la felicidad de Mustaine era ser mejor y más exitoso que Metallica. No lo consiguió a pesar de ser Megadeth uno de los grandes. Él se consideraba infeliz. Otro criterio personal (otro objetivo a lograr) le hubiera hecho feliz y es que la elección del objetivo, de lo que nos hará feliz, nos da una vara de medir y además puede tener consecuencias en nuestra vida cotidiana.

La elección de lo que nos hace feliz es desde luego personal y ha de ser meditada a fondo. Es como el pedir un deseo al demonio, se cumple pero hay siempre algo que lo fastidia. Si me hace feliz ver TV 12 horas al día… puedo hacerlo, pero posiblemente me volveré fofo, artrítico y perderé mi capacidad de relacionarme con los demás. Tendré éxito y seré feliz… hasta que las consecuencias me vuelvan infeliz. Muchos hombres consideran que el número de aventuras amorosas que tienen marcan su éxito y su felicidad, a cambio de una vida vacía y superficial. ¿No preferirán en realidad una sola pareja que les ponga e incite cada día a mil parejas de relaciones vacías? Hay muchos ejemplos y en muchos casos las consecuencias afectan muy seriamente a la salud. El resultado es que una mala elección nos volverá infelices seguro.

El objetivo es lo que marca la felicidad. Ser feliz nos vuelve exitosos y no al revés. Podemos tener un éxito apabullador (como Mustaine) y no ser felices porque nuestro objetivo no lo hemos logrado. No viene de fuera, viene de dentro y se elige. Cada uno decide cual es la escala para medir, pero la felicidad siempre estará en función de lo cerca que estemos de lograr nuestra meta.

Majestad, enseñad al pueblo a elegir bien, dentro de ellos, sin influencias externas del “debes hacer esto para tener poder”, “el poder da la felicidad” ni del “sé tú mismo, debes seguir tu pasión”. Eso, Majestad es pernicioso y os creará un estado de infelices y los infelices acaban siendo violentos. Nadie ha nacido con una pasión secreta que debe encontrar dentro de sí mismo y que al encontrarla le abre las puertas del éxito y por tanto la felicidad. Recordad que es al revés. La felicidad conduce al éxito. En la gran mayoría de los casos la pasión no es una causa sino una consecuencia.  Nos gusta lo que se nos da bien y por lo que nos alaban los demás. Es un círculo vicioso… a más placer mejor lo hacemos ya mejor factura más placer y más reconocimiento. A la sociedad le importa poco lo que es nuestra pasión. Hagamos lo que se nos da bien, tenga un impacto positivo en los demás, podamos controlar y medir dónde estamos en el camino a nuestro objetivo. Eso nos da la felicidad individual Majestad. Lo demás… son engañabobos de manipuladores sociales. Podemos medir la felicidad individual, pero debemos marcar la escala nosotros y no aceptar lo impuesto.

S.M. me dio permiso para retirarme, no sé si le gustó que le dijera que el gobernante engaña y que no es lo mismo bienestar que felicidad, pero en su interior debió verlo claro, él se sintió infeliz teniendo el máximo bienestar posible en nuestro reino. Sus expectativas, su objetivo, no está alineado con la realidad; intuyo que lo cambiará: es decisión personal.



martes, 11 de septiembre de 2018

Guía del buen manipulador




Los hombres, en general, son marionetas maltratadas por un titiritero. 
(Giovani Papini)

La pregunta es, ¿quién está promoviendo la ignorancia? Bueno, esas organizaciones
que tratan de mantener las cosas en secreto, y esas organizaciones que distorsionan información verdadera para hacerla falsa o desvirtuada. En esta última categoría, está la mala prensa.”
(Julian Assange)

Bombardear al pueblo con información inútil le ahoga, pero le hace sentir inteligente; cree que piensa y que avanza, aunque en realidad no se mueve del sitio.
(Ibrahim S. Lerak, Cuaderno de notas)




La reunión del círculo tras las vacaciones fue, como todos los años, momento de reencuentro entre amigos y conocidos. Casi todos contentos por el tiempo de distracción pasado. Precisamente porque las vacaciones son una especie de premio de consolación al trabajador el tema de la reunión era Pan y Circo. El ponente utilizó la ocasión para hablar de la manipulación mediática de la que precisamente “pan y circo” es la primera y quizás la más antigua.

--Hay una manipulación inmediata que es la educación, la introducción al recién nacido al mundo social. Se escenifica con la ceremonia del bautismo, sea en la forma que sea y sigue con los años: pero esta manipulación no cuenta ya que es fundamental para la creación y mantenimiento de la sociedad. Sin embargo hay otras manipulaciones que si bien es cierto que facilitan el status quo de la sociedad, para lo que sirven en realidad es para la comodidad de quien manda y detenta el poder más que al individuo social.

La más antigua es la que los romanos llamaron panem et circenses el actual pan y circo que es la práctica del gobierno de turno para mantener a la población tranquila, ocultar hechos importantes y distraer la atención de las masas. Distraer la atención de lo que es importante, de las decisiones de quienes detentan el poder, empleando para ello un bombardeo constante de información irrelevante y mantener un mínimo de alimento y mucha distracción ha resultado ser lo más positivo para que la gente no se interese por los temas importantes. La relevancia del fútbol en nuestra sociedad o la importancia de los llamados canales basura en la TV son una buena muestra de la eficacia de este método.

Pero no es el único. Crear problemas y después ofrecer soluciones es otro de los métodos efectivos para manipular. Es especialmente eficaz en gobiernos dictatoriales, pero también en las llamadas democracias. Es una especie de cadena de crear un problema que inquiete a la población para que ésta reaccione pidiendo medidas… que aparecen luego como solución; medidas que casualmente son las que los dirigentes querían imponer y no se atrevían por temor a la reacción social. Lo que podía estar mal visto ahora lo pide la sociedad. Suele usarse la violencia urbana o la injerencia política aunque no son los únicos métodos. En cierto modo es una estrategia del caos constructivo, ya que se genera artificialmente miedo y violencia tras lo cual la solución impuesta se acepta sin oposición ya que parece una vuelta a la normalidad que aplaude todo el mundo. ¡Viva la firmeza del gobierno!

Hay medidas que no se pueden aplicar porque generan rechazo social. En este caso la manera de manipular es sencilla: se introducen poco a poco. El famoso piano piano si va lontano. La gradualidad. La aplicación lenta y constante de lo que se anuncia primero en su totalidad y luego se reduce a una pequeña parte. Y con el tiempo se tendrá la totalidad, aceptada con resignación mayor o menor, pero aceptada sin gran resistencia. Esta técnica de manipulación va ligada con otra que es la de diferir en el tiempo la aplicación de una medida impopular. Se presenta una decisión como dolorosa y necesaria pero se suaviza al aplicarlo más adelante. La sociedad ha aceptado algo previamente, a lo que se ha opuesto menos radicalmente de lo que hubiera pasado de haberse aplicado la medida inmediatamente.

No hay que olvidar la banalización de las medidas tomadas. Hay que explicarlas muy superficialmente y muy básicamente. Como si se explicara a párvulos. Con ello se consigue que lo entiendan todos y se evita que se discutan las posibles implicaciones. ¿Cómo discutir algo tan evidente? No es desmitificar, es quitar valor… y lo que no tiene valor no se discute.

Precisamente es lo que hay que conseguir, mantener al pueblo en la ignorancia y la mediocridad con una baja cultura y conocimiento. Cambiar los planes de estudio rebajando contenidos y exigencia consigue que el pueblo tenga más títulos y sea crea más culto, aunque la realidad sea otra. Tiene consecuencias en empleo y paro, pero eso es justificable ante las masas por la situación cíclica de crisis que siempre afecta al país. Se requieren luego más estudios de postgrado, caros, que reducen quien llega a la élite.

Precisamente por este efecto de baja cultura hay que estimular al pueblo a ser complaciente con la mediocridad. Hay que usar la distracción, el panem et circenses de antes para promover que esté de moda ser estúpido, irreflexivo, incluso antisocial, vulgar e inculto. Todo menos fomentar la curiosidad. Empoderar a las masas que son ignorantes y solo siguen a un líder. Para ello la fórmula es sencilla: se fomenta la reacción emocional y no la reflexión. La eterna lucha entre la emoción y la reflexión. Si se estimula, si se premia la reacción visceral, emocional (que se dirige a través del bombardeo de información en medios de comunicación fundamentalmente), se interrumpe el análisis racional con lo que se elimina el sentido crítico y la capacidad de análisis. Caldo de cultivo para implantar ideas, deseos, miedos y comportamientos.

Y si alguien se sale del camino marcado basta con reforzar el sentimiento de auto-culpabilidad. Hacer creer al individuo que es el único culpable de no progresar, de su propia desgracia por no esforzarse, ser menos que los que triunfan desarrolla una depresión crónica que hace más difícil una rebelión y más fácil que se siga a un líder manipulable.

Gracias a la técnica informática hoy en día hay dos métodos más de manipulación que en épocas anteriores parecían una utopía. El Gran Hermano de Orwell existe. Hoy en día se puede conocer a los individuos mejor de lo que ellos mismos creen conocerse. Los big data (gran volumen de datos reunidos y  analizables informáticamente) proporcionan una muy importante cantidad de datos individuales y por grupos que permiten un mayor control de las masas y de las personas. El modo de modificar opiniones o crearlas aparte de bombardear información es crear información falsa. Las fake news  son un producto periodístico difundido por los medios de comunicación, especialmente redes sociales, cuyo objetivo es la desinformación deliberada o el engaño. Todo ello con la intención de crear desconocimiento, duda, manipular decisiones personales a base de desprestigiar (o enaltecer) instituciones o personas para ganar un rédito económico o político. Presentar hechos falsos como reales manipula directamente la opinión pública ya que influye directamente en la opinión de las masas. Lo nuevo no es la idea sino la repercusión que alcanzan gracias a la difusión que permiten las redes sociales.


Hubo muchos ejemplos de manipulación, no solo de gobiernos o instituciones, sino en las relaciones personales ya que en sí las técnicas son aplicables a las masas y a los individuos. Todos salieron contentos, solo el secretario se preguntó si la ponencia no era en si misma una manipulación por la forma en la que se presentó. 

jueves, 30 de agosto de 2018

If what I see is not true, how can be true what I feel?




Homomensura
a doctrine first propounded by Protagoras holding that humankind is the measure of all things, that everything is relative to human apprehension and evaluation, and that there is no objective truth

Sentado en el tren en marcha es el andén el que se mueve. Si lo que veo no es cierto ¿como puedo creer en lo que siento?
(Ibrahim S. Lerak, Cuaderno de notas)


To the last meeting of the "Circle of the square table" one lecturer was invited to speak about perception of reality and emotions. His conference, he admitted, was taken mainly from the points of view of an other lecturer but as he said, it was so clear and interesting besides matching to the point to be treated that he wanted to debate about it. This is the excerpt of his conference:

We all feel sometimes upset, angry, happy or whatsoever. This perception of our state is very important to us, but the truth is that our feelings are just reactions to “things” that happen. How we perceive what happens giving to it importance or not and if yes how important it is, affects what we do after.

Basically we do things because what we do makes us feel good or because doing it we believe to do the right thing. Sometimes we do things that don’t make us feel well or that we know are not right. When it makes us feel good and we believe the action is the right one to do, than we are very happy.  Quite often a misalignment exists. We can do things by obligation (social, moral, health) that we don’t feel as good but is right and has to be done. Or might be that we like it and is the wrong thing to do (as for instance drink too much alcohol).

Follow emotions and act based on feelings is easy, no need to think, just we let us go and don't stop to analyse our perception. The way that we perceive something, the emotion it creates in us is expressed differently depending on the cultural influence (just think different ways to react in front of death). But in any case when acting and believe go hand by hand we have a sense of relief and satisfaction. In a certain way we “discharge and feel well”.  But that satisfaction is not long lasting and disappears just as quickly as it came. To act based of what’s good/right is not easy. Mostly due to the fact that we have to stop and think, add to it that on top we not always know what is right and you have the full picture. The point is that when we act following what we consider right, the positive effects last much longer and in a certain way we feel proud of it because doing what is good/right builds self-esteem and adds unconsciously meaning to our life.   

Seems obvious then that the logical thing to do is to suppress the reaction to emotions, stop, consider the rationale behind it and do what is right. Simple? Yes, is simple. What it is not, is easy. We tend to act as if our perception would be the only possibility and on top the right one. We dislike ambiguities and the easiest is to convince ourselves that we act well. Typically, we may see one nice small cake that is directly telling us “eat me”, our brain tells that is not convenient but also that the hard day we had makes it worth … and we end with it in our hands.  If we do this sort of thing long enough–if we convince ourselves that what feels good is the same as what is good–then the brain will actually start to mix the two up. Our brain will start to think that the whole point of life is to just feel really awesome, as often as possible. And once this happens, we will start deluding ourselves into believing that our feelings actually matter and that perception alone is the only thing that has value because feelings make us believe we are the center of the universe.

Feelings are experienced only by us, they can’t tell what’s best for othersfor our mother or our career or our neighbor's dog. All they can do is tell what’s best for us… and even that is debatable. Feelings are temporary; they only exist in the moment they arise. Feelings cannot tell what will be good for us in the future. All they can do is tell you what is best now… and even that is not sure because feelings are inaccurate. Ever got really jealous or upset with somebody close to you for a completely imagined reason? Like their phone dies and you start thinking they hate you and never liked you and were just using you? Feelings are not objective, mask the truth and that’s a real problem.

It is not easy to jump over feelings because when we start trying to control our own emotions, they multiply. This is because we don’t just have feelings about our experiences; we also have feelings about our feelings. We may: (1)feel bad about feeling bad (self-loathing), (2)feel bad about feeling good (guilt), (3)feel good about feeling bad (self-righteousness), and (4)feel good about feeling good (ego/narcissism). Each one of these feelings ends in making us act and be in a certain way:

Feel Bad About Feeling Bad ends in hating ourselves and we show it with an excessive self-criticism; behaving anxiously/neurotically; suppressing the  emotions; hiding behind a lot of fake niceness/politeness and feeling as though something is in us.

Feel Bad About Feeling Good ends in a complex of being guilty that we show with a constant comparison to others; chronic guilt and feeling as though we don’t deserve happiness; feeling as though something should be wrong, even if everything is great; unnecessary criticism and negativity.

Feel Good About Feeling Bad ends in a judge complex (Self-Righteousness) that we show  with moral indignation; condescension towards others; feeling as though we deserve something others don’t; seeking out a constant sense of powerlessness and victimization.

Feel Good About Feeling Good ends in narcissism that we show with self-congratulations, chronically overestimating ourselves; a delusional-positive self-perception; inability to handle failure or rejection; avoiding confrontation or discomfort; constant state of self-absorption.

This feelings are part of the stories we tell ourselves about our feelings. They make us feel justified in our jealousy. They applaud us for our pride. They are basically the sense of what is justified/not justified. They’re our own acceptance of how we should respond emotionally and how we shouldn’t. But emotions don’t respond to shoulds. And so instead, these feelings have the tendency to rip us apart inside, even further. If we always feel good about feeling good, we will become self-absorbed and feel entitled to those around us. If feeling good makes we feel bad about ourselves we will become a pile of guilt and shame, feeling as though we deserve nothing, have earned nothing, and have nothing of value to offer to the people or the world around us. If we feel bad about feeling bad, we will live in fear that any amount of suffering indicates that something must be sorely wrong with us. This is the feedback loop that many of us are thrust into by our culture, our family and the self-help industry.

Perhaps the worst feeling is increasingly the most common: feeling good about feeling bad. People who feel good about feeling bad get to enjoy a certain righteous indignation. They feel morally superior in their suffering, that they are somehow martyrs in a cruel world. 

Feelings don’t necessarily mean anything. They merely mean whatever we allow them to mean. I can be upset today. Maybe there are 100 different reasons I can be upset today. But I get to decide how important those reasons are–whether those reasons state something about my character or whether it’s just one of those too sensible days. We decide.

This is the skill that’s perilously missing: the ability to de-couple meaning from feeling, to decide that just because we feel something, it doesn’t mean life is that something. We have to control our feelings. Sometimes, good things will make us feel bad. Sometimes, bad things will make us feel good. That doesn’t change the fact that they are good/bad. Sometimes, we will feel bad about feeling good about a bad thing and we will feel good about feeling bad about a good thing, so… stop, we need to fight and think. Perception is only perception. This doesn’t mean we should ignore feelings. Feelings are important. But they’re important not for the reasons we think they are. We think they’re important because they say something about us, about the world, and about our relationship with it. But they say none of these things. There’s no meaning attached to feelings. Sometimes we hurt for a good reason. Sometimes for a bad reason; sometimes for no reason at all. The hurt itself is neutral. The reason is separate.

The point is that we get to decide. And many of us have either forgotten or never realized that fact. We decide what our pain means as we decide what our successes expose. And more often than not, any answer except one will tear you apart inside. And that answer is: nothing.


It was long discussion after as everybody understood the conference in one way and wanted to show that their perception of what was implicit in what was said was the good one and this created some opposed feelings that had to be analysed. 



miércoles, 15 de agosto de 2018

Diferencia entre querer y amar: amar no es poseer

Las tumbas de una mujer católica y su marido protestante, separados por una pared, Holanda 1882


Querer es fácil, amar requiere generosidad y es más difícil.
(Ibrahim S. Lerak, Cuaderno de notas)

No ser amado es una simple desventura. La verdadera desgracia es no saber amar.
(Albert Camus)


He aprendido a no intentar convencer a nadie. El trabajo de convencer es una falta de respeto, es un intento de colonización del otro.
(José Saramago)


En la reunión del Club de Narizones muchas veces se tratan temas que no están relacionados con las narices como era al principio. Esta vez el tema del amor y los celos salió a relucir a raíz de una discusión sobre pipas, pero el ponente aprovechó para tratarlo de una manera más general. Ésta fue su exposición (aunque algo abreviada J):

El amor es uno de los grandes temas de la vida y uno de los más importantes. Hay varios tipos de amor y a él suele aparecer ligado el concepto de los celos. Si es el caso, es muy probable que no sea amar el verbo a usar, sino querer. Dos verbos que se suelen intercambiar pero que no siempre son lo mismo. En general, nuestra educación y cultura en la que nos formamos nos enseña a amar desde la posesión, a creer que amar también es poseer, hasta el punto del famoso “la maté porque era mía”. Sin darnos cuenta cómo ni por qué, al amar a otra persona tendemos también lazos de dependencia, imponemos obligaciones al otro, le exigimos que sea de tal o cual forma; partimos de ciertas expectativas y no de la realidad.

No todas los dificultades del amor tienen su origen en la dependencia / posesión pero cierto es que cuando podemos enfrentarnos a ello, encararlo y resolverlo de alguna manera para poder amar sin la angustia de poseer, muchas de esas dificultades se disuelven en la libertad soberana y propia del amor.

Como hay muchos pensadores y literatos que han tratado el tema antes que yo, voy a usar dos ejemplos conocidos que ilustran esta diferencia. Una relatada por Erich Fromm y la otra por Saint Exupéry en El Principito.

Fromm compara dos experiencias poéticas con un tema común: encontrar una flor en el camino. Pone a Matsuo Basho, poeta japonés frente a Alfred Tennyson, uno de los poetas más importantes de la época victoriana inglesa.

El verso de Tennyson dice así:
Flor en el muro agrietado, te saqué  de las grietas. Te tomo, con raíces y todo, en la mano. Flor bella... si yo pudiera comprender lo que eres, con raíces y todo lo demás, sabría qué es dios y qué es el hombre.

El Haiku de Basho dice así:
Cuando miro atentamente veo florecer la nazuna en la cerca.

La diferencia es notable: Tennyson reacciona ante la flor con el deseo de tenerla. La arranca con "raíces y todo".  Basho  no desea arrancarla, ni aun tocarla. Sólo la mira atentamente para verla. Tennyson se lleva la flor y Basho deja quieta la nazuna.

En El Principito se describe la conversación entre la rosa y el principito:
—Te amo —le dijo el Principito.
—Yo también te quiero —respondió la rosa.
—Pero no es lo mismo —respondió él y luego continuó— Querer es tomar posesión de algo, de alguien. Es buscar en los demás eso que llena las expectativas personales de afecto, de compañía. Querer es hacer nuestro lo que no nos pertenece, es adueñarnos o desear algo para completarnos, porque en algún punto nos reconocemos carentes.  Querer es esperar, es apegarse a las cosas y a las personas desde nuestras necesidades. Entonces, cuando no tenemos reciprocidad hay sufrimiento, nos sentimos frustrados y decepcionados. Si quiero a alguien, tengo expectativas, espero algo. Si la otra persona no me da lo que espero, sufro.

Amar es desear lo mejor para el otro, aun cuando tenga motivaciones muy distintas. Amar es permitir que seas feliz, aun cuando tu camino sea diferente al mío.  Es un sentimiento desinteresado que nace en un donarse, es darse por completo desde el corazón. Por esto, el amor nunca será causa de sufrimiento. Cuando una persona dice que ha sufrido por amor, en realidad ha sufrido por querer, no por amar. Se sufre por posesión. Si realmente se ama, no puede sufrir, pues nada se le pide al otro. Cuando amamos nos entregamos sin pedir nada a cambio, por el simple y puro placer de dar.

Solo podemos amar lo que conocemos, porque amar implica tirarse al vacío, confiar la vida y el alma. Y conocerse es justamente saber de ti, de tus alegrías, de tu paz, pero también de tus enojos, de tus luchas, de tu error. Porque el amor trasciende el enojo, la lucha, el error y no es solo para momentos de alegría. Amar es la confianza plena de que pase lo que pase vas a estar, no porque me debas nada, no con posesión egoísta, sino estar, en silenciosa compañía. Amar es saber que no te cambia el tiempo, ni las tempestades, ni mis inviernos o manías. Amar es darte un lugar en mi corazón para que te quedes. 

—Ahora lo entiendo —contestó la rosa después de una larga pausa.
—Es mejor vivirlo —le aconsejó el Principito

Por eso el amor trasciende a la muerte o a la enfermedad. Y por eso se rompen parejas que solo se quieren cuando alguna dificultad las separa.



La discusión fue más larga de lo habitual. Los conceptos del amor, la posesión y los celos son siempre más viscerales que racionales y cuando se habla de emociones las reacciones suelen ser vehementes. 

jueves, 9 de agosto de 2018

Sí, se puede ser positivo




Aceptar que somos responsables de nuestros fracasos duele pero sana, no aceptarlo mata.
(Ibrahim S. Lerak, Cuaderno de notas)


En las reuniones del círculo se oye muchas veces que hay que tener una visión positiva de las cosas y que no hay que ser ni pesimista ni dejarse llevar por los demonios. Por eso encargamos al orador una ponencia sobre como conseguir ser positivo ... si es que se puede. Ésto es lo que nos contó:

-- Dejad que empiece con un ejemplo para ilustrar lo que es la actitud positiva. Dos hombres en un bar hablan de Dios, uno le dice al otro: “Dios no existe. Lo sé de primera mano. El año pasado hubo un incendio en la zona en la que estaba de veraneo. Fue pavoroso, las llamas nos rodeaban, rogué a Dios que me salvara y prometí ir a misa cada semana si lo hacía.” El otro hombre le dice: “Bueno está claro que Dios existe, estás aquí y te salvó”. El ateo contestó: “NO, no fue Dios, fue el equipo de la brigada de rescate”.

Esta historia muestra claramente como un mismo hecho se puede interpretar de diversas maneras. Lo que cuenta siempre es la actitud, positiva o la negativa, de la visión vital. Algo que depende de lo que decidimos creer y no creer. Va más allá del vaso medio vacío o medio lleno. Todo es debatible y para todo hay argumentos, como sabían los sofistas hace 2400 años cuando defendían un argumento y a continuación su contrario. Cuando se habla de felicidad, éxito, motivación, crecimiento… lo que hay son datos y los datos son debatibles. Quien gana es el convencimiento propio que escogemos nosotros. Llegamos a donde creemos que podemos llegar, vemos lo que queremos ver y oímos lo que queremos oír. Somos nosotros quienes decidimos lo que tomamos de todo los datos que nos rodean. Luego todo es actitud.

A veces lo que decidimos creer lo hacemos totalmente conscientes y por motivos específicos; sin embargo la mayoría de las veces las creencias vienen dadas del exterior o porque simplemente satisfacen una necesidad inconsciente nuestra. Pero todas las creencias las hemos aceptado por voluntad propia. Ninguno de nosotros ha visto cruzar los Alpes a los elefantes de Aníbal y lo aceptamos porque quienes dicen haberlo visto lo cuentan en libros que sobreviven. También hemos podido ver el aterrizaje en la Luna y hay quien cree que todo es un montaje. Sin duda es decisión personal lo que se cree y lo que no se cree. Ambos hechos son historia en la que no hemos estado presentes directamente.

Curiosamente, el recuerdo de las propias vivencias no es totalmente confiable. Un psicólogo que se ha entretenido en estudiar este tema (Daniel Kahneman) ha demostrado que la mente solo recuerda unos pocos momentos específicos y que el resto lo rellena con nuestras suposiciones y creencias. ¿Y qué nos importa esto? Podemos creer lo que queramos sea exacto o no, podemos recordar con o sin exactitudes. ¿Y? ¿En que nos afecta? Es nuestra potestad ¿no? La verdad es que si importa. Hay creencias que ayudan y otras que hieren. Existe lo que se llama en psicología el sesgo de confirmación: la tendencia a interpretar las cosas (lo que se ve, se oye y se lee) como confirmación de creencias o teorías propias ya preexistentes y que nos lleva a observar especialmente lo que cuadra con ellas y difuminar lo contrario. Por ejemplo un xenófobo verá solo la intimidación llevada a cabo por “los invasores” y no verá los posibles casos de ayuda por parte de los mismos. No será consciente de ello, es el sesgo que es inconsciente. Quien se cree feo notará la reacción negativa de la gente, quien se cree no amado verá solo las reacciones en su contra, sean de actos o en cada palabra que se pueda interpretar en más de un sentido en un escrito, sin ver lo bueno. Si no creo en mi capacidad, sea la que sea, poco lograré.

En muchísimas ocasiones nuestros problemas no son realmente problemas sino el resultado de nuestras falsas creencias inconscientes o no. O mejor dicho, de creencias inútiles. No importa si una creencia es cierta o es falsa lo que cuenta es que sea útil. Creer que soy feo, poco atractivo, un trasto… dependerá de la situación y las circunstancias. Así que ¿por qué no cambiar la actitud, tomar la positiva y cambiar el concepto? No tenemos nada que perder. La pregunta siguiente es ¿cómo lo hacemos? y la respuesta es fácil: usando las dos mentes que tenemos. Proceso que requiere voluntad y análisis. Pero para eso están las dos mentes.

Que tenemos dos mentes está claro podemos notarlo fácilmente con un ejercicio simple: Cerremos los ojos e intentemos no pensar en nada durante 30 segundos. No es fácil no pensar en nada. Aparecen imágenes, recuerdos, cosas. La mente no queda en blanco. Hagamos el experimento contrario y fijémonos en qué pensamientos o imágenes aparecen. Los anotamos mentalmente y los dejamos libres. Hagámoslo durante un minuto. Lo más seguro es que los hayamos percibido un momento y que nos hayamos sumido en ellos sin querer. Cuando cerramos los ojos y queremos dejar la mente en blanco la mente trabaja, intenta eliminar lo que aparece. Pero si la mente trabaja eliminando ¿quién es el que crea los pensamientos o las imágenes? Cuando nos fijábamos en un pensamiento ¿quién se metía en él y mantenía a los otros a la espera? La mente “habla” con la mente, le da indicaciones; hay una mente que vigila y una que trabaja. Nuestros pensamientos se contrastan como si alguien nos dijera algo dentro de nosotros mismos. Cuando escribimos, hay una mente que obedece y coordina y otra que dicta y somos conscientes de ello. Es lo que podemos llamar las dos mentes. La pensante y la que actúa.

El problema es que no controlamos totalmente a la mente pensante. Si os digo no penséis, no imaginéis un elefante rosa con un parasol azul yendo en bicicleta amarilla. Imposible lo habéis visto y os habéis visto mirándolo mentalmente. La mente observadora miraba a la actuante a pesar de que las instrucciones eran no pensar ni ver un elefante rosa con paraguas azul yendo en bicicleta amarilla. La mente pensante siempre está activa. Lo notamos cuando estamos y no estamos en una conversación, cuando leemos y el pensamiento se va en paralelo a otros sitios. La verdad es que solemos fundir las dos mentes y no separarlas, por ello la emociones negativas son difíciles de controlar. Las emociones negativas no son terribles en si mismas, ni los pensamientos negativos. Lo es el que no sepamos verlas y solo sentirlas. Entonces ¿cómo lo hacemos? ¿Cómo dejar de sentir celos, nervios, enojo? El truco está en parar un momento y hablar entre las dos mentes: Estoy nervioso, celoso, enojado. Estoy, no me siento. ¿Una tontería? No, porque funciona. Las emociones no son una opción, el comportamiento si lo es. La emoción existe, el comportamiento se fabrica, se crea la actitud frente a la emoción. Estaba enfadado, celoso, preocupado… actitudes.

Sentimos y diferenciamos el sentir con el estar, las dos mentes, pero que no domine la pensante. La actuante ha de dominar en emociones y pensamientos negativos o nos sumiremos en una espiral sin fin autolimentada y muy peligrosa. Imaginemos que tenemos que hacer algo que no nos apetece. Inmediatamente aparece el no lo hago por cansancio, hambre, lo que sea y lo aplazo. En realidad son nervios y el resto excusas. Lo sabemos, pero nos basta mezclar las dos mentes y lo aplazamos. La solución es reconocer la emoción sin sumergirse en ella "tengo el pensamiento de que debo comer antes" reconocerlo como pensamiento y dejar que la mente actuante mate al pensamiento negativo. Hay que aceptar el pensamiento y luchar contra él, aceptándolo. La lucha lo fortalece. Aceptarlo lo desarma.

Cuando tenemos una desagradable emoción fuerte (o pensamiento negativo) hay que aceptarlo y separarlo. Un ejemplo: me enfado con el jefe y mi mente pensante me impone: mi jefe es un idiota. Si me dejo llevar, reacciono a la emoción, al pensamiento. Stop. La idea es convertir ese pensamiento: Mi jefe no es un idiota, YO tengo el pensamiento de que es un idiota. No estoy solo y deprimido, YO me siento así. Contra ésto podemos luchar si no dejamos que la mente pensante nos arrastre y la actuante se sumerja en el problema. De hecho hemos convertido un estado en algo temporal y sobre lo temporal ... podemos luchar

De hecho nos basta con resumir en una frase lo que nos pasa, basta con reconocer que nos afecta algo fuertemente y convertirlo en una caricatura. Si acabo de pelearme con la novia y el enfado lo convierto en dibujos animados en lugar de dejarme arrastrar por ello... mi actitud cambia y soy capaz de ver la situación de otro modo. Mi actitud cambia aunque el hecho permanezca. Separar la mente actuante de la pensante nos permite cambiar la actitud ante casi todo, por no decir en todo y en todo momento.

Requiere voluntad y autodisciplina, pero es efectivo. Con ello dejamos de ser esclavos de los pensamientos y de las emociones ... y acabamos viviendo mejor. En realidad lo que cuenta es creer en lo que nos es útil, no en lo que es o no cierto. Todos los cambios se basan en ideas, voluntad y constancia. En este caso hay que añadir análisis. Las ideas nos dan una nueva perspectiva y con ellas cambiamos el comportamiento. Si aceptamos que podemos decidir lo que creemos, que podemos tener siempre una actitud positiva, acabaremos teniéndola y nuestra visión de los problemas cambiará.


El debate posterior fue largo y lleno de actitudes positivas y análisis, pero muy enriquecedor para todos.

jueves, 28 de junio de 2018

Madurez



madurez
Estado de una cosa que ha alcanzado su pleno desarrollo, o de una persona que ha alcanzado su mejor momento en algún aspecto.
(Diccionario de la lengua española)

Madurez: etapa en la que termina la época de las locuras y empieza la de las tonterías
(Jacinto Benavente)

Con las personas pasa lo mismo que con los frutos: verdes son ácidos, maduros dulces y si se pasan...incomibles
(Ibrahim S. Lerak, Cuaderno de notas)


La reunión del círculo de este mes trató sobre la madurez. El ponente era un joven de 80 años con sonrisa pilla en los ojos y voz fuerte que al final de la charla acabó con un “visto lo expuesto mejor no ser maduro y continuar adolescente toda la vida”, que contrastó con lo mesurado de su intervención, y dio pie a la provocación de considerar lo anterior como “temas de viejos que se autojustifican”.


-- Madurar no tiene mucho que ver con la edad: se pueden tener 40 años y tener mentalidad de 20 o se pueden tener 20 y la madurez de alguien mayor. Muchos creen que madurar quiere decir que se ha alcanzado una especie de perfección, que uno ya no se equivoca y que las cosas siempre se hacen correctamente, pero no es así. Madurar es tener paz espiritual, es reconocer las equivocaciones y aprender de los errores propios y ajenos; pero esto solo se consigue separando paja de trigo y dejando todo lo que no nos gusta de la vida. Hay un momento que nos cansamos de soportar tanta hipocresía social, de soportar personas que nos hacen daño, de mentir piadosamente demasiado a menudo, de guardarnos nuestras opiniones, de esperar de los demás, de vivir lo que los demás digan. Hay un momento en que uno se cansa de estar más sobreviviendo que no viviendo como se debe. Sabemos que hemos madurado cuando notamos que hemos cambiado las esperanzas ajenas por las propias y que somos capaces de decir “lo siento” sin que se nos caigan los anillos.

Cuando somos jóvenes y vivimos con nuestros padres, ellos nos imbuyen sus expectativas en nosotros. Desde el trabajo que debemos tener hasta las parejas que nos convienen. Maduras cuando cumples tus propias expectativas, persigues tus sueños y haces lo que te hace feliz, no lo que los demás esperan de ti y todo ello sin perder el respeto a los demás ni ser antisocial. En la adolescencia se dramatizan las relaciones, en la madurez se valora  la relación y se prefiere ser generoso con las opiniones de la familia y allegados.

La gente siempre habla de uno, pero llega un momento en que la propia autoestima y la propia convicción nos lleva a que ya no importe lo que los demás opinen, sólo importa hacer lo que creemos que debemos hacer y disfrutar de la vida, no momento a momento sino en su conjunto. Los momentos son para los adolescentes y para los conformistas que no han acabado de madurar. La vida en conjunto es para quienes valoran el total, no el instante y saben ponderar el valor de cada suceso en positivo o en negativo. Se toman decisiones propias pero sin herir susceptibilidades. Se es independiente en los actos y se escucha a la gente que nos importa, pero, ojo, eso no significa hacer lo que ellos quieren. Al final las personas que realmente importan nunca hablan mal de nosotros: nos entienden y aceptan. A quienes nos intoxican la vida se les identifica y se les elimina de las relaciones sin más y sin sentirse culpables por ello.

Dicen que de la moda, lo que te acomoda, tal vez la última tendencia de la moda no va con el tipo de cuerpo que se tiene o simplemente no gusta. Madurar significa dejar de preocuparse por eso, seguir un estilo propio y vestirse con lo que nos hace sentir bien sin dar la nota ni llamar la atención para ser el centro de las miradas. También cuidarse aunque sin exagerar; gimnasio y deporte, vida saludable dentro de un orden y nunca por imposición social. No existe un cuerpo perfecto por mucho que nos quieran convencer en prensa, radio y televisión. Cuando se aceptan las propias limitaciones sin abandonarnos o justificarnos en ellas se está muy cerca de la madurez.

Muchos creen que madurar es ser prudente y aburrido, pero no; madurar es darse cuenta que no hay ningún problema si se hace el ridículo mientras nos proporcione alegría y nos permita disfrutar de la vida. El pasado sólo tiene un lugar: atrás. Lo hecho, hecho está; ya no puede cambiar. Lección aprendida, nada más. Madurar es controlar las ansias de hablar con la ex pareja cada vez que se la extraña o algo nos va mal. No es necesario estar en contacto constante bajo la excusa de mantener una falsa amistad. Se entiende que si la relación acabó y no dio más de si es porque fue lo mejor para ambos. Hay que saber decir no al chantaje y a la dependencia emocional y hay que saber distinguir entre vivir solo y estar solo, tanto como saber que amar no es querer. Amar es generoso, querer es egoísta.

No es cierto que el físico de la pareja no importe, pero en la madurez tiene menor valor; tampoco se busca lo mismo ni en el mismo sitio. Se escucha y se crea ilusión fundada, no sueños etéreos y hasta los celos y la envidia desaparecen. Se aprende a ser feliz, que no resignado. Quien quiera estar a nuestro lado lo estará por gusto y no porque se lo pidamos. Maduras cuando te das cuenta de que equivocarte no es lo mismo que fracasar. Actúas más con reflexión y menos por impulsos, con emoción racional; los errores son necesarios para aprender y no son una tragedia personal. Tampoco se corta uno para decir lo que se siente, sea bueno o malo y las consecuencias se afrontan con entereza si nos resultan negativas. 

El trabajo ya no es ni oportunidad ni maldición, solo el medio para adquirir más experiencia y disfrutar aportando personalidad a la labor. Es más importante hacer lo que gusta que no lo que se paga bien. Se evoluciona y mejora cada día gracias al trabajo y no a pesar del trabajo aunque nos cause enojo a veces. Tanto en el trabajo como fuera de él lo que molesta se expresa de forma correcta sin esperar a que los demás adivinen la razón de nuestro enfado. No se espera la empatía de los demás porque es nuestro derecho.

En la madurez se sabe clasificar a la gente. Son tres grupos: la gente buena, que nos da felicidad y sonrisas; la gente mala, que nos da lecciones y oportunidades; la gente maravillosa, que nos da recuerdos y esperanza.

Hay mucho que decir de la madurez y como en el mercado cada uno la ve según le haya ido en la vida hasta el momento. Los cambios no se notan en el día a día, solo cuando se mira atrás y se compara. 


Fue sesuda y madura la discusión... pero con la fuerza de la juventud pues como dijo el ponente, madurez y juventud no son excluyentes.