sábado, 22 de marzo de 2014

Miedo al miedo



El miedo es un agorero que se alimenta de confianza.
(del cuaderno de notas de Ibrahim S. Lerak)


El temor a que algo suceda, el miedo en general, es algo casi consustancial al hombre cuando no domina el entorno. El miedo a no poder dominar el futuro es el que nos lleva a crear la casta (a veces ralea) de sacerdotes y adivinos. No queremos que el futuro nos desestabilice o nos pille desprevenidos. Ni el futuro material ni el espiritual. En todo el mundo los insatisfechos con la experiencia revisten el presente con signos adivinatorios que encuentran en los movimientos de los planetas, en las entrañas de animales sacrificados, en el vuelo de los pájaros o en sus propios sueños. Una larga cáfila de profetas y videntes se esfuerzan en descifrar las intenciones de los dioses y liberarse de sus designios, como si fuera posible engañarles prevaleciendo el libre albedrío a la determinante ley divina. Este temor al futuro incierto es normal y más común en las sociedades menos favorecidas o desarrolladas.

Hay otro miedo, también muy común, pero es un miedo de situación. El que tenemos al vivir un peligro. Se puede tener miedo al hacer funambulismo, cuando se lucha en una guerra o simplemente cuando vivimos una escena de terror. Los modernos parques de atracciones y las películas de terror juegan precisamente a producir este miedo a lo inmediato  que incluso disfrutamos. Es un miedo que se siente cuando estamos metidos en la situación, en el momento y quizá es la versión básica del miedo existencial.

Pero hay otro tipo de miedo que nos atenaza y nos impide efectuar algunas acciones. Nos paraliza la mente y nos crea un pánico irracional. Es el miedo a que algo suceda; que una acción nuestra provoque un efecto negativo. El miedo a fallar en un concurso y por tanto hacer el ridículo, el miedo a no poder disparar y por tanto morir, o simplemente el miedo a no poder conducir un coche por el temor a tener un accidente. Estos miedos no son innatos, requieren una experiencia previa en la que el fallo ya se haya dado. Un resultado calificado como negativo anteriormente. De hecho se basan en un sentimiento de culpa aunque ésta sea irreal. Curiosamente estos temores a "no estar a la altura" son los más comunes, los más fuertes y -en realidad- los más fáciles de combatir.

Un fallo previo, una mala experiencia por desastrosa que haya sido, tiene un porqué, una razón de haber sido. Cuando nos aferramos a recordar el pasado sin analizar la causa somos más propensos a este miedo. Miedo injustificado a todas luces. Cuando suspendemos un examen por no haber estudiado, basta con tener el convencimiento de que esta vez sí lo hemos hecho para aligerar significativamente la carga de miedo que conlleva el nuevo examen. Por tanto si analizamos cada componente de la causa de nuestro temor, podemos encontrar una acción que la corrija y matar el miedo al miedo porque éste es irreal, es solo una duda que nos corroe el ánimo basado en algo del pasado frente a algo del futuro. ¿No está el presente para aprender y corregir?

El miedo al miedo nos hunde, nos quita confianza en nosotros mismos y nos lleva al fracaso. Conocida es la anécdota de Napoleón  que destituyó a un Mariscal por haber opinado que una batalla no se iba a ganar. Dijo Napoleón que no se puede ganar algo si ya de entrada en nuestra mente lo damos por perdido. Hemos de ser conscientes, una vez más, que si no deseamos algo de verdad no lo conseguiremos y que seguiremos siendo unos peleles de nosotros mismos. Para matar al miedo al miedo solo necesitamos voluntad y curiosamente el miedo más débil nos impide ser quienes somos minándonos la voluntad. Un círculo vicioso que solo rompe el análisis racional, el tomar partido ante la vida y no dejarse llevar .... ni por nosotros mismos. Y si no lo logramos, o nos empujan o sucumbimos. El deber de los amigos es empujar si ven que solos no podemos.

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