martes, 2 de octubre de 2018

Medir la felicidad



La sociedad que lo mide todo se olvida de sentirlo todo.
(Ibrahim S. Lerak, Cuaderno de notas)

Prefiero querer a poder, palpar a pisar, ganar a perder, besar a reñir, bailar a desfilar y disfrutar a medir. Prefiero volar a correr, hacer a pensar, amar a querer, tomar a pedir. Antes que nada soy partidario de vivir.
(Joan Manuel Serrat, cantautor)

No es lo que tienes, o lo que eres, o dónde estás, o lo que estás haciendo lo que te hace feliz o infeliz. Es sobre lo que piensas.
(Dale Carnegie)



Me llamó S.M. con tono preocupado. Un revés en su día le hizo infeliz y eso le llevó a pensar, una vez más, en la felicidad de su amado pueblo. Nada más llegar me lanzó su pregunta directa: -¿Cómo puedo medir la felicidad de mi pueblo, albardán?

Tengo por norma decirle a S.M. lo que pienso –privilegio de albardán- sin edulcorante alguno, así que le contesté directamente: -Majestad, la felicidad del pueblo no se mide. No existe la felicidad del pueblo. La sociedad, en sí no es feliz. Hay bienestar y paz social o no, pero no felicidad. La felicidad es estrictamente individual.

La felicidad se ha vuelto un tema estrella en la sociedad actual, parece que lo único importante es ser feliz casi a cualquier precio. Mientras yo sea feliz… a los demás ¡que les den! Parece exagerado pero es el trasfondo de lo que está ocurriendo. Es cierto que se dice que la felicidad depende del entorno inmediato y en alguna manera del cercano, pero esto se diluye cuando se trata el medir esta felicidad. Precisamente éste es el quid, medir la felicidad ¿se puede? ¿Tiene sentido?  Los gobiernos han encontrado un sistema para alinear a pobres y ricos y eludir la diferencia económica y social. El dinero no da la felicidad se dice y con ello está todo resuelto: si no eres feliz es culpa tuya. ¿Es cierto? ¿Es medible? ¿Podemos medir la cantidad de felicidad que se siente en un momento o a lo largo de una vida?

La realidad es que por muchos índices de felicidad que se traten no hay que caer en trampas fáciles como confundir el bienestar y la felicidad. No son lo mismo ni equivalentes. La ONU publicó un índice de desarrollo humano que considera el PIB, el índice de alfabetización y la esperanza de vida. Medir el progreso social, la estabilidad, la comodidad, la ausencia de conflictos armados, la asistencia médica… es cuantificar el bienestar no la felicidad. En lo que sí interviene la sociedad es en la imposición de niveles de referencia que imbuyen al ciudadano que si tienes X serás feliz, si careces de Y serás infeliz. Estos baremos de medición se aceptan tácitamente pero se imponen por bombardeo y manipulación. Se nos machaca diciendo que si somos altruistas, saboreamos los buenos momentos por pequeños que sean (aunque sean escasos), tenemos empatía y nos cuidamos de los demás seremos felices. Piensa en todo lo que tienes, no desees más y serás feliz, es una de las grandes mentiras que nos trasladan los gobernantes y los medios de comunicación que enseñan, pero no informan.

La felicidad es algo personal, no social. Influye el medio pero no es determinante. La felicidad está relacionada con la percepción personal que tenemos de lo que hacemos para conseguir un objetivo y en su logro o no. Pero no depende solo de ello sino de la métrica que usamos cada uno de nosotros y esa métrica es exclusivamente individual, emocional y poco modificable.

Nuestra felicidad depende en parte de factores externos como la salud, familia, trabajo, integración social, reconocimiento... etc. No será el mismo estímulo el que hace igualmente feliz a un niño, a un adulto o a un anciano. Ni el mismo estímulo en una cultura social distinta logrará el mismo impacto en una persona similar. Se dice que lo que nos hace feliz cambia con los años y quizá no es el cambio sino la métrica lo que nos hace ver las cosas diferentes y por tanto sentirlas de modo distinto. La felicidad es una magnitud cualitativa y no cuantitativa. No la medimos, la sentimos. Pero sí tenemos una vara para medir lo que nos hace feliz o no: las expectativas de nuestros logros, lo que queremos hacer y hasta qué punto llegamos a ello. La felicidad no es tener buenos momentos, es ir logrando lo que hemos determinado que es lo que queremos y a donde queremos llegar. Saber lo que se quiere es clave para ser feliz y por ello la felicidad es una elección.

Hay un famoso caso que lo explicita bien. El de Dave Mustaine, guitarrista de Metallica. Fue apartado del grupo poco antes de que éste fuera famoso. Dave se resintió tanto que se juró crear un grupo que fuera mejor que Metálica. Creó Megadeth y este grupo fue un referente en la música, fue muy existoso y vendió 20 millones de discos… pero menos de los 100 que vendió Metallica, uno de los mejores grupos de Heavy Metal o quizá incluso el mejor. La métrica de la felicidad de Mustaine era ser mejor y más exitoso que Metallica. No lo consiguió a pesar de ser Megadeth uno de los grandes. Él se consideraba infeliz. Otro criterio personal (otro objetivo a lograr) le hubiera hecho feliz y es que la elección del objetivo, de lo que nos hará feliz, nos da una vara de medir y además puede tener consecuencias en nuestra vida cotidiana.

La elección de lo que nos hace feliz es desde luego personal y ha de ser meditada a fondo. Es como el pedir un deseo al demonio, se cumple pero hay siempre algo que lo fastidia. Si me hace feliz ver TV 12 horas al día… puedo hacerlo, pero posiblemente me volveré fofo, artrítico y perderé mi capacidad de relacionarme con los demás. Tendré éxito y seré feliz… hasta que las consecuencias me vuelvan infeliz. Muchos hombres consideran que el número de aventuras amorosas que tienen marcan su éxito y su felicidad, a cambio de una vida vacía y superficial. ¿No preferirán en realidad una sola pareja que les ponga e incite cada día a mil parejas de relaciones vacías? Hay muchos ejemplos y en muchos casos las consecuencias afectan muy seriamente a la salud. El resultado es que una mala elección nos volverá infelices seguro.

El objetivo es lo que marca la felicidad. Ser feliz nos vuelve exitosos y no al revés. Podemos tener un éxito apabullador (como Mustaine) y no ser felices porque nuestro objetivo no lo hemos logrado. No viene de fuera, viene de dentro y se elige. Cada uno decide cual es la escala para medir, pero la felicidad siempre estará en función de lo cerca que estemos de lograr nuestra meta.

Majestad, enseñad al pueblo a elegir bien, dentro de ellos, sin influencias externas del “debes hacer esto para tener poder”, “el poder da la felicidad” ni del “sé tú mismo, debes seguir tu pasión”. Eso, Majestad es pernicioso y os creará un estado de infelices y los infelices acaban siendo violentos. Nadie ha nacido con una pasión secreta que debe encontrar dentro de sí mismo y que al encontrarla le abre las puertas del éxito y por tanto la felicidad. Recordad que es al revés. La felicidad conduce al éxito. En la gran mayoría de los casos la pasión no es una causa sino una consecuencia.  Nos gusta lo que se nos da bien y por lo que nos alaban los demás. Es un círculo vicioso… a más placer mejor lo hacemos ya mejor factura más placer y más reconocimiento. A la sociedad le importa poco lo que es nuestra pasión. Hagamos lo que se nos da bien, tenga un impacto positivo en los demás, podamos controlar y medir dónde estamos en el camino a nuestro objetivo. Eso nos da la felicidad individual Majestad. Lo demás… son engañabobos de manipuladores sociales. Podemos medir la felicidad individual, pero debemos marcar la escala nosotros y no aceptar lo impuesto.

S.M. me dio permiso para retirarme, no sé si le gustó que le dijera que el gobernante engaña y que no es lo mismo bienestar que felicidad, pero en su interior debió verlo claro, él se sintió infeliz teniendo el máximo bienestar posible en nuestro reino. Sus expectativas, su objetivo, no está alineado con la realidad; intuyo que lo cambiará: es decisión personal.



2 comentarios:

  1. http://www.elmundo.es/espana/2014/03/20/5329d84ee2704e8a1b8b4581.html

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    1. Gracias por el apunte:))

      Somos más felices cuando tenemos protagonismo que cuando domos solo objeto de encuesta. Perdemos entidad..., al menos eso creo yo.

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