miércoles, 3 de marzo de 2021

¿Quién habla cuando me miro al espejo?


 Las opiniones -verdaderas o falsas- son los hábitos que se contraen desde la más tierna edad y se identificaron tanto con quien laas ha recibido que es imposible desarraigarlas.
-- Baron Holbach

No hay cosa más engañosa que nuestro juicio.
-- Leonardo da Vinci

No tienes porqué pensar como yo, si no quieres tener razón, estás en tu derecho.
-- Argumento social


No cabe duda que las plataformas digitales que se usan para resolver los seminarios y encuentros que antes eran físicos han tomado el relevo a los mismos. Tienen un problema y es la facilidad de palabra y de intervención, que en las sesiones presenciales no se dan. Por ello el tema de la reunión del círculo trató esta vez el tema de quien habla por nosotros. El ponente supo darle la vuelta y presentó el tema de quien habla por nosotros... cuando nos miramos al espejo. He aquí lo que dijo:

Cuando hablamos solemos hacerlo sin pararnos a pensar antes. Parece lógico que lo que decimos sea algo que pensamos, que ya hemos evaluado anteriormente y que expresa nuestra opinión. Otras veces (pocas) es al revés, paramos, pensamos y hablamos; pero la verdad es que solemos usar palabras, expresiones, frases que no son del todo nuestras. Lo que hacemos es acomodarlas al momento. usamos frases leídas o de personas sabias a las que les concedemos el valor de saber más que nosotros... aunque a veces nos limitamos a hablar por boca de ganso.  La realidad es que quien no piensa o investiga por si mismo, el que se fía de las palabras de otros y se abstiene de investigar si lo que se ha enseñado o se le enseña es cierto o no, más que un ser humano es una máquina.    

Así que es lícito que me pregunte ¿quién habla cuando yo hablo con los demás? ¿Soy yo la fuente real de mis propios pensamientos y palabras? ¿Quién es el que habla cuando me miro al espejo?

Pues… debería ser yo, mi esencia, quien habla, ya que siento, pienso (o al menos creo que pienso) y actúo. Sin embargo, mis pensamientos y palabras están determinados por una serie de factores inconscientes que limitan un pensamiento libre de ataduras. Reza un proverbio árabe que “uno se parece más a su tiempo que a su abuelo” y la ciencia actual viene a confirmarlo cuando nos dice que somos un 30% genotipo solo y el resto es ambiente y educación.

Cuando hablo, hay factores, internos y externos que me condicionan.

Entre los internos:

.- hay necesidades fisiológicas: por ejemplo, si tengo hambre, esa idea estará en mi cerebro todo el rato y modificará mis acciones, impulsos y valoración del tiempo.

.- hay predisposiciones genéticas: si soy de naturaleza ansiosa mi modo de hablar reflejará ansiedad; mi instinto, mis pulsiones se verán afectadas. Si mi instinto me lleva a poseer, mis pensamientos serán de dominación y si físicamente soy débil, mis acciones serán de protección o incluso de eliminación de mi personalidad.

Entre los factores externos:

.- hay reglas morales internalizadas (el “superyó” de Freud): si he aprendido que uno no debe desear mal a los demás, este pensamiento surgirá espontáneamente dependiendo de las circunstancias, o incluso inclinaciones psicológicas (el “yo” de Freud.

.- hay influencias externas, como las condiciones de vida, experiencia e historia personal, la influencia cultural, hábitos de grupo, prohibiciones sociales, las relaciones con los demás y la influencia de quienes me rodean, etc.

.- de estas influencias externas hay una que está semiescondida y que tiene que ver con el modo en el que expresamos las emociones. Son las metaemociones. La metaemoción es "un conjunto organizado y estructurado de emociones y cogniciones sobre las emociones, tanto las propias como las emociones de los demás". ¿Está claro?  Supongo que no, así que -con la benevolencia de los expertos presentes que ya me corregirán luego- usemos una definición facilona de andar por casa: La metaemoción se refiere a la idea de que cada vez que provocamos una determinada emoción, también nos ocupamos de las emociones posteriores con respecto a cómo experimentamos la emoción primaria. O aún más sencillo, si se muere un ser querido, lloramos. A cada emoción le corresponde que la exprese de un modo determinado… socialmente. Aquí lloramos, en otros lugares se baila, aquí los velamos y los enterramos, en otros lugares se les sienta para comer juntos una última vez. Esa expresión del sentimiento es un condicionante social. Lo sabemos, pero nos condiciona. ¿Alguien vería bien que en el tanatorio se organizara una comida con el muerto sentado a la mesa y que hubiera música y baile? Pues eso, hay condicionantes externos que no son fáciles de identificar o saltarse. En el coloquio os hablaré de mi cara cuando en Camerún me invitaron a conocer al abuelo de la familia … que estaba ¡enterrado debajo de la mesa!

Pero sigamos, cuando expreso un sentimiento o una opinión de forma verbal, no soy yo al 100% quien habla, sino mi instinto, mis deseos, mis impulsos, mi educación, mi cultura o mis hábitos adquiridos. De hecho, las fuerzas que actúan, los determinantes que acabo de mencionar, son extremadamente poderosos. Es casi imposible domesticarlos. Resulta que en realidad soy un ser programado y condicionado y mis palabras son el resultado de una conjunción de factores que no controlo. Me hace vulnerable a las ilusiones y los prejuicios. ¿Significa esto que no hay forma de superar estos condicionamientos y poder pensar por mí mismo?  Os adelanto mi respuesta: no necesariamente. Pero antes de llegar a ello dejad que pare un momento en los prejuicios.

Cuando preguntamos algo puede pasar que de verdad desconozcamos la respuesta, o no, que ya tengamos una idea sobre la misma. En el primer caso aceptaremos lo que nos dicen tal cual, pues no tenemos con que compararlo, lo único que puede pasar es que no nos convenza del todo, pero lo aceptamos. En el segundo caso estamos contentos si la respuesta coincide con lo que creemos que pensamos y la juzgamos errónea si no aporta nada que no hubiéramos considerado antes y no coincide.  Pero a veces la respuesta contiene una parte de cada y aceptamos y descartamos lo que nos parece. En el momento que hacemos nuestra adaptación de la respuesta estamos actuando como Procusto.

Según la mitología griega, Procusto era propietario de un hostal en Ática. Loco y cruel, secuestraba a los viajeros, les invitaba a cenar y luego los llevaba a pasar la noche en un lecho muy especial.  Tenía una manía enfermiza: el viajero debía encajar a la perfección en una cama. Si el huésped era muy alto lo llevaba a una cama pequeña y entonces para que cupiera con exactitud le cortaba las piernas. Si por el contrario el desdichado era demasiado bajo, lo llevaba a una cama muy larga y estiraba sus extremidades hasta que alcanzara la altura adecuada. Procusto fue víctima de su propia manía y murió en las manos vengadoras de Teseo (el vencedor del Minotauro), que aplicando la Ley del Talión le hizo pagar con la misma moneda decapitándole.

Básicamente el mensaje es: cuidado con lo que queremos ver. Para ser objetivos hemos de ser conscientes de que tenemos sentidos que deforman la realidad y prejuicios que deforman el razonamiento.  No queramos adaptar lo que "vemos" a lo que ya de antemano creemos o buscamos confirmar. Somos como Procusto, solo que en lugar de personas invitamos ideas.

Para no alargar demasiado la charla -que ya es larga de por sí- os contaré luego como Procusto actuó para convertir a Napoleón en una alegoría al sol y negar su realidad.

El mito no es más que una alegoría filosófica a nuestro propio pensamiento. Cuando llegamos al límite de nuestros conocimientos, sea de manera individual o en nuestra relación con los demás, buscamos resolver la confrontación a nuestros problemas haciendo un traje a medida con ideas, vocabulario, acciones y pensamiento, de manera independiente a la lógica cierta de la realidad. Es decir, alteramos el traje de la vida para que quede a la perfección de nuestra propia conveniencia. Y ése es un poderoso enemigo muy oculto y que quiere hablar por nosotros cuando nos miramos al espejo.

¿Podemos vencer a esas fuerzas que parecen incontrolables? ¿Quién habla cuando yo hablo? Esta pregunta es inseparable de la pregunta ¿quién soy? El esfuerzo del autoconocimiento es la clave para responder a la pregunta inicial. El individuo autoengañado cree que habla libremente: toma sus propias palabras al pie de la letra, se adhiere a su propio discurso, conoce sus propias palabras, se funde con sus propios pensamientos y se apega a ellos. Es en particular el riesgo señalado por Platón en la alegoría de la cueva o la cama de Procusto.

¿Cómo consigo ser yo mismo cuando hablo? ¿Somos dos "yo" o incluso una multitud de yoes diferentes?

Bueno, tratemos de distinguir estas dos formas del "yo":

.- el "yo" en su dimensión determinada, condicionada,

es decir, el ser programado, la máquina viviente que, como la abeja obrera, realiza lo que debe realizar, teniendo en cuenta su propia naturaleza y las influencias externas,

.- el “yo” incondicionado, libre de pensar por sí mismo e indiferente a cualquier influencia.

Sería un “Yo Superior”, que puede definirse como el ser capaz de liberarse de su propia personalidad y de su propia individualidad y, por tanto, sería el ser universal, ilimitado, el superior y eterno.

Parece que este "yo" es inaccesible sin un proceso iniciático; es necesario morir y renacer en varias etapas para refinar / purificar el conocimiento. De hecho, un ser capaz de pensar por sí mismo, desde el principio despojado de toda atadura, sería por definición omnisciente pues tendría plena y completa conciencia del origen del Todo, de su propia naturaleza y del funcionamiento de todo, y por supuesto de sí mismo. Sin embargo, solo la divinidad tiene este poder.

¿Estamos entonces condenados a vivir prisioneros de nuestros pensamientos inducidos? ¿Hay una forma de ser libres? El individuo encadenado en la caverna de Platón es en realidad el que piensa que está pensando y hablando por sí mismo. El hombre despierto ve un camino de liberación y decide quitarse los grilletes y salir de esa caverna; solamente al saberse encadenado se da cuenta de la necesidad de ser libre, y está decidido soltar sus ataduras y escapar; pero quien no se sabe encadenado será incluso feliz dentro de la prisión en la que vive. Quizás de ahí la frase “la ignorancia hace feliz”.

El hombre despierto, el iniciado, es consciente de que al hablar, no es él quien habla. Sabe que es realmente él mismo cuando se mira a sí mismo, es decir, cuando da un paso atrás sobre su persona para conocerse y comprenderse mejor. No emite un juicio sobre sus pensamientos o palabras, porque este juicio estaría condicionado por definición. Así, el ser despierto acepta todo: sus propios pensamientos y palabras, positivas o negativas, como las de los demás. Sin embargo, no está apegado a ellas. Esta actitud benevolente (hacia uno mismo) y tolerante (hacia los demás) es el camino de la comprensión que lleva hacia la sabiduría.

Tenemos dos niveles de conciencia: el primer nivel es el de la conciencia individual "básica": nuestras percepciones son transformadas en pensamientos espontáneos por nuestro cerebro, el segundo nivel es el de una consciencia universal superior: nos paramos en lo alto, en retirada de nuestros propios pensamientos, nos vemos hablar y actuar sin asimilarnos por completo a este ser actuante. Esto nos recuerda, entre otras cosas, a los ejercicios de meditación. Salimos de la caja para vernos desde fuera, algo que no debemos dejar de hacer y que nos lleva a la humildad, una cualidad esencial para poder avanzar.

Tomando el camino del autoconocimiento, negándose a tomar sus pensamientos al pie de la letra, el iniciado (y le llamo iniciado porque ya ha muerto en su vía cómoda y ha renacido en la duda de la mejora) se coloca en una lógica de apertura y de progreso. Se le abre el camino del conocimiento. En algunas corrientes espirituales y tradicionales como en el sufismo, se  distingue entre el "yo falso " y el "yo verdadero": el "yo falso " es nuestro ego, el individuo que creemos que somos; el “yo verdadero” es lo más universal en nosotros: es nuestra parte profunda y enteramente consciente, la que puede encontrarse con el concepto de divinidad.

En muchas vías iniciáticas se ha de buscar infatigablemente al ser interior. ¿Qué es encontrar a ese ser? Representa algo que está en nosotros, pero que ha sido olvidado, perdido. Algo esencial, universal y auténtico, que se opondría al discurso cotidiano, condicionado e incontrolable. Para encontrarlo hay quien acude al silencio de la meditación, o incluso a este dejar ir que lleva al individuo a no apegarse más a sus propios pensamientos y a ese esfuerzo hercúleo por avanzar sin dejar de levantarnos tras cada caída. No se trata de rechazar de qué estamos hechos, negar la existencia de nuestro ego o rechazar nuestra personalidad. Solo de no dejarse engañar por la caverna y no dejarse tentar por Procusto, nuestro mayor enemigo, que quiere hablar por nosotros cuando nos miramos al espejo.

El debate fue largo, todos tenían algo que decir y justificar que lo hacían por si mismos y que Procusto murió hace muchos años... aunque no quedó claro si usaban palabras oídas o realmente eran palabras renacidas. 


2 comentarios:

  1. Totalmente de acuerdo. Pienso que es esencial que reflexionemos sobre si realmente estamos viviendo desde nuestra esencia verdadera o nos estamos creando otro yo , que en el fondo creemos que es mejor de que lo que somos.

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    1. Cuando Procusto actúa, lo hace por la puerta de atrás y creemos lo que nos conviene, generalmente que somos mejores.

      Gracias por el apunte :))

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