domingo, 26 de mayo de 2013

El chico de los periódicos



(del cuaderno de notas de Ibrahim S. Lerak)


Estaba haciendo tiempo, como siempre a esta hora. Esperaba impaciente la salida de Ninél.Todavía faltaban diez minutos. Hasta la media no saldría. Rutinariamente cogí un cigarrllo -al que de modo inevitable seguirían otros- confiando en que con ello el tiempo fluiría con mayor rapidez, evitando la molesta sensación de que los transeúntes observaban mi espera. ¡Que molesto es notar que te miran cuando no haces nada más que esperar! Cuando ya solo faltaban 5 minutos y 46 segundos (si, la espera de Ninel es un suplicio para mi y por ello cuento hasta los segundos mientras me consume la impaciencia) una voz chillona dijo detrás de mi:

- eh!  Pst, usted oiga!

Me volví. Delante el pequeño vendedor de periódicos me hacía señas para que me acercase

- si me compra un revista le digo algo que le interesará, me lo dijo sonriendo al tiempo que me guiñaba un ojo.
- ¿por qué he de comprar una revista?
La pregunta salió automáticamente, como si tuviese que ganar tiempo frente a algo que se me escapaba. A pesar de ello, al acabar la pregunta mi mano encontraba ya la cartera para comprar un diario o una revista.

- porque voy a contarle algo que le ahorrará dinero, tiempo y nerviosismo aparte de hacer que gane salud, me contestó el pequeño truhán. Luego volvió a guiñar el ojo a modo de complicidad.

Intrigado elegí un periódico al azar y la revista de portada más llamativa.
- ¿Qué me has de contar? ¿No sabes que el chantaje está penado por ley? ¡Irás a la cárcel!
Con cara divertida el muchacho de trece, quizá catorce años, al tiempo que me cobraba me dijo
- si, ya lo sé, pero de algún modo he de ganarme la vida ¿no?
Mientras lo decía reparé en que la sonrisa no había desaparecido de su cara, hasta me pareció notar un deje de leve tono burlón en sus ojos. Sin saber porqué, quizá por su modo de comportarse, quizá por el alivio que esto suponía en mi espera, sonreí también. Me había caido simpático.

- Está bien, le dije, ¿cual es el alto secreto que me vas a contar? Mi tono de conspiracón debió gustarle ya que me contestó a lo gángster
- Pierde el tiempo Juan. La chica hoy no sale.
Antes de que pudiera yo decir algo añadió ya en voz normal y con cara de preocupado
- quizá esté enferma, hoy no ha venido a trabajar

Mi cara debió mostrar un asombro extraordinario. No era para menos. ¿Cómo sabía este pilluelo que esperaba a Ninél? y lo que era más sorprendente ¿cómo sabia que me llamo Juan? ¿Casualidad? No. Así que se lo pregunté sin dejar mi tono de broma:
- ¿cómo sabes mi nombre? ¿acaso has tenido un soplo?¿quién es el chivato?
- Su casi novia o lo que sea, a mi eso no me importa. La chica morena de melena hasta los hombros a la que usted espera cada día mientras se fuma medio paquete de cigarrillos.

Por lo que oía, no eran los transeúntes quienes me observaban al pasar, sino este pequeño vendedor de periódicos, que más parecía ser agente de la CIA que lo que en realidad era. Indudablemente nos conocía, a Ninél y a mi; y por lo visto a ella especialmente. Si ella no había venido yo tenía tiempo, así que me puse a charlar un poco con él.

-Kim, porque por lo observador que eres debes llamarte así ¿cómo sabes que no ha venido? ¿estás seguro? ¿te dijo ella como me llamo?, además ¿de que la conoces?
Un sinfín de preguntas más o menos lógicas aterrizaron en su oído. Esta vez, a la sonrisa se le añadió una mirada radiante. A Kim, como yo había bautizado al chico de los periódicos, le gustaba hablar. ¡Vaya si le gustaba! Me explicó que conocía a Ninél  -señorita Primavera según él- desde hacía tiempo. Un día durante la hora del almuerzo ella había salido para comprar unas revistas y un diario. Desde entonces salía casi cada día y hablaba un rato con Kim, que obviamente no se llamaba así, pero a quien le gustó que yo le comparara con el de la novela de Kipling.
- Kim, ¿de que hablas con Ninél?, bueno con Primavera como la llamas tu y ¿el apodo este?

- Verá Juan y perdone la familiaridad pero es que yo le conozco más de lo que usted cree. No solo por lo que me haya podido contar Primavera, o Ninél como se llama de verdad sino por lo que yo mismo veo cada día mientras espera. Si no fuese usted así como Ninél me cuenta y yo veo, no le hubiera llamado y ahora estaría fumando colillas pensando en lo que podría haber pasado. Yo a Primevera la llamo así por eso, porque me recuerda a la primavera, respira juventud, tiene ilusiones ... que usted se encarga de destruir a veces pero que ella rehace, les da nuevas formas y no se abate por simplezas. Ella no es como sus compañeras, no es como la Collares o la señora Otoño. Ella es diferente, viene cada día o por lo menos cuando puede; me cuenta cosas de la oficina, de usted Juan y a veces me hace reir cuando comenta lo que hacen las demás.

Antes de perderme en el mar de nombres y motes especiales que Kimutilizada para definir a las compañeras de Ninel le pedí que me aclarase algunos:
- ¿Quiénes son la Collares y la señora Otoño?
Me miró, como un profesor mira al alumno que no capta las cosas al vuelo, me lo explicó con paciencia de profesor benevolente y amable.
- La Collares y Cara verde son compañeras de Primavera. Mire son ésas que salen ahora una tan llena de cadenas y la otra con la cara tan pintada de verde sobre los ojos. A veces vienen también a comprar algo, pero son antipáticas, mandonas. Piensan que todos los hombres has de caer de rodillas delante de ellas. Por eso se tiñen y se adornan así. Creen que son elegantes y cuanto más verde, ésa de ahí, más mueve las caderas.
- ¿Y la señora Otoño?
Ésa es una que vive por aqui. Va simpre de amarillo-ocre y ya se le caen las hojas de la vida, bueno quero decir que ya no está en su primera juventud. Envejece y no lo lleva bien, se pone de mal humor. No tiene mucha gracia al andar, pero debió ser muy guapa cuando era joven. Por eso me recuerda al otoño, no ha entrado en el crudo invierno, pero el verano ya cae lejos. Usted ya me entiende. También compra aqui los diarios y el Hola. Debe querer enterarse del progreso de sus amistades.

- Cuéntame algo más de Primavera
Me resultaban interesantes las observaciones de Kim, hubiera podido estar  mucho tiempo con él escuchando sus observaciones sus motes, sus comentarios a la vida que parecía haber vivido ya. Pero sobre todo me interesaba oír cosas de Ninél. Hacía poco que salía con ella y para mí era evidentemente un tema muy agradable; para Kim, por el modo en que la describía, debía serlo también.
-Pero si usted la conoce más que yo..., ella viene a la hora del almuerzo, me compra algo y cuando no tiene dinero yo le fío. Además algunas veces me ha encargado libros que son para usted: porque yo no creo que una "Economía comparada de los paises de Asia y del tercer mundo" se lo lea ella.
Yo sonreí asintiendo. El libro lo necesitaba yo y se lo comenté a Ninél; al poco tiempo -tres días tan solo- me lo regaló muy ufana de haberlo conseguido mientras yo todavía buscaba infructuosamente en las librerías de la ciudad.
- Algunas veces le busco números atrasados de revistas o fascículos. Incluso le conseguí un número de una revista que habían censurado. Ella me escucha, habla conmigo y me ayuda a pasar el rato. ¡Es tan aburrido tener que estar aqui toda la mañana!
De pronto, como asaltado por una repentina idea, me miró y me dijo
- Oiga Juan ¿por que no viene usted aqui cada día mientras espera a Primavera? Si está conmigo no fumará tanto ni se pondrá tan impaciente. Seguro que seremos amigos.
Variando el tono y mirándome de reojo añadió intencionadamente
- Además para usted no es nada comprarme a mí el diario o una revista cada día. Yo puedo encontrarle los libros que necesite. Y lo que me encargue, si no lo encuentro yo puede estar seguro de que nadie lo hará.

Me hizo gracia ver como mezclaba el negocio, la amistad y el compañerismo. Le dije que sí, claro, ¿qué podía hacer sinó? Quedamos en que a partir de entonces nos veríamos; yo ahorraría en tabaco, él ganaria algo con los periódicos y ambos tendríamos compañía mientras yo esperaba a Ninél. Después de esto me despedi de él. El tiempo había pasado de un modo vertiginoso y yo tenía que darme prisa si quería llegar puntual a la oficina. Me despedí contento, esperando volver a verle al día siguiente. Kim, mientras, cerraba el tenderete y silbaba una canción de moda.










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