sábado, 10 de octubre de 2015

El viaje





Hay tres enfermedades terminales: ingratitud, soberbia y envidia. Cuando te infectan acaban contigo.
(Del Cuaderno de Notas de Ibrahim S. Lerak)


En la última reunión del club de los narizones se habló, una vez más, de las expresiones coloquiales que aluden al único órgano que sirve para el olfato. Como todos somos de nariz prominente una de las primeras expresiones que se comentó fue la de asomar las narices, algo que alude a cuando se fisga. Meterse en la vida de los demás, observarles y criticar es algo común a todos y parece que nosotros tenemos más números para ello. 

Nos contó el ponente una historia relacionada con esto, con asomar la nariz en la vida de los demás y lo instructivo que fue para él cuando solía ir en autobús en los desplazamientos por la ciudad:

Tuve la suerte de que desde mi casa hasta la oficina había una línea que me llevaba de puerta a puerta. Con un horario bastante regular los que íbamos a la misma hora en el mismo autobús nos conocíamos de vista y nos saludábamos con un reconocimiento de ojos o inclinación de cabeza. Algunos leían, otros arovechaban para dormir un poco más y otros mirábamos curiosos como cambiaba la ciudad o cómo despertaba; a mi me llamó la atención una pareja mayor, cada día sentada en la parada del autobús siempre con la misma maleta desvencijada y de largo recorrido. Verles esperar diariamente el autobús con la maleta me llamó la atención. No podían ir de viaje cada día y llevar una maleta en lugar de una bolsa... no dejaba de ser curioso. Así que les observé e incluso inventé una razón banal para llegar tarde al trabajo algunos días. Primero miré que línea de autobús cogían. Mayor misterio, cada vez era una diferente. Luego me fijé en como iban vestidos, siempre sencillos pero elegantes. Me fijé en sus caras sonrientes, en sus manos juntas y en la mirada valiente de quien sabe que lo que hace está bien y lo encara aunque no le guste. 

No resistí mucho tiempo, llegué a obsesionarme con una cosa tan estúpida como era querer saber a dónde iban y que secreto guardaban; así que un par de veces subí al mismo autobús que ellos, cada vez una línea diferente y hasta el final del recorrido. Creo que fue en la cuarta o quinta o incluso quizás la sexta coincidencia que hablé con ellos y les pregunté abiertamente a dónde iban, por qué cada día un destino diferente y siempre con la maleta. Me miraron complacidos, sin sorprenderse y suavemente, amablemente, me contaron su historia. Omitiré mis preguntas y mis caras, lo entenderéis sin que os lo cuente:

"Mira hijo -- dijo ella-- con frecuencia, algunos buscan la felicidad como se buscan los lentes cuando se tienen sobre la nariz. Nosotros la llevamos en la maleta, es la que nos da vida y esperanza. Vivimos en casa de nuestro yerno y nuestra hija; no tenemos ya nada más que años. El resto lo dejamos por el camino para que ellos viviesen mejor que nosotros. Los dos trabajan y necesitan su espacio. La casa es pequeña y muchas veces molestamos. Así que cada día nos vamos de viaje. Juntos, porque la soledad es tan terrible que hasta Dios tuvo que tener un pueblo escogido para que le hicieran caso y no estar solo. Nos hacemos mayores, los dos soñábamos con vivir mucho tiempo juntos y la realidad es que envejecer es el único medio que se ha descubierto para vivir mucho tiempo, pero no te hagas ilusiones. Se paga, como todo. Solo que ésto se paga con achaques y visitas al matasanos.

Cada día cogemos la maleta que nos acompañó toda la vida, en todos los viajes, que se mojó con lágrimas de alegría y de dolor. Nos vamos con ella, contiene las esperanzas y las ilusiones. No, no es pequeña para ello lo que pasa es que la vida es tan corta que las esperanzas no pueden ser a largo plazo y menos a nuestra edad. Son pequeñas, sencillas, incluso banales. Deseos de felicidad para los demás y en un bolsillo queda siempre el ansia de haberlo hecho bien, de haber sabido amar; con tal de sentirnos amados, necesitados, reconocidos somos capaces de todo, incluso de vivir. Más a nuestra edad. Con nuestra maleta recorremos el mundo, el real y el imaginario. ¿Que más da a donde nos lleve el autobús? Nosotros vamos juntos al final del trayecto. Allí paseamos y miramos todo. Seguimos queriendo saber, conocer, entender y usamos los ojos para comprender. Los ojos no sirven de nada a un cerebro ciego. Hay que reflexionar  sin caer en la tentación de mirar atrás, de desgranar recuerdos, de sacar la sangre de Caín que todos tenemos. Los dos deseamos paz y tranquilidad. El deseo es la mitad de la vida, la ingratitud y la recriminación son la mitad de la muerte y nosotros aún no queremos morir. Hemos aprendido a cambiar de acera cuando hay un socavón, a no querer saltarlo cada vez. La vida solo se puede entender mirando hacia atrás, sí, pero es más cierto que solo podemos vivirla mirando hacia delante. Y si hace falta algo... está en la maleta, entre las esperanzas e ilusiones que aún no hemos convertido en realidades. ¿Entiendes ahora porqué cada día lo pasamos fuera?"

Desde entonces busco la otra acera, no medito pero reflexiono y sobre todo llevo conmigo también una pequeña maleta ....




2 comentarios:

  1. Es curioso como en países como India predomina el respeto a los mayores, ya que reconocen que tienen más vida a sus espaldas y, por lo tanto, más experiencia y conocimientos. Las opiniones y la aprobación de éstos es indispensable, por eso a menudo los hindúes suelen arrodillarse ante los ellos y tocar sus pies en señal de respeto.
    A medida que nos hacemos mayores, vamos acumulando experiencias que nos ayudan a comprender cómo hay que encarar la vida, sin prisas, saboreándola, aprendiendo de errores, y a ser posible mirando hacia delante y sin regodearnos en nuestros errores y fracasos.

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  2. Las grandes empresas hacen grandes planes .... "a cachitos". Pequeños planes enmarcados en una idea o visión de la empresa. Pasa lo mismo con la vida, el gran plan también se hace "a cachitos" enmarcado en la visión general de lo que queremos conseguir.

    Ver donde no tuvimos en cuenta algo, si; regodearnos en ello como bien dices, Sombra, no. Como dijo la señora del autobús: ¡ la vida es tan corta que las esperanzas no pueden ser a largo plazo! Hay que aprender a cruzar la acera, no empeñarse en saltar el socavón y desde luego, no abandonar la maleta ni dejar que se vacíe. El secreto que no contó la dama es que por las noches en casa reponían fuerzas y metían en la maleta alguna de las ilusiones que habían recogido durante el viaje.

    Gracias por el comentario Sombra.

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