domingo, 28 de enero de 2018

¿Y si Dios no existe?




La verdad, Lázaro, es acaso algo terrible, algo intolerable, algo mortal; la gente sencilla no podría vivir con ella, estoy aquí para hacer vivir a las almas de mis feligreses, para hacerles felices, para hacerles que se sueñen inmortales.
(Unamuno, San Manuel Bueno y Mártir)

Lo que hace la grandeza del hombre no es la verdad que posee o cree poseer, es el esfuerzo sincero que realiza para conseguirla. No es gracias a la posesión sino a través de la búsqueda de la verdad que el hombre acrecienta las propias fuerzas y se mejora a sí mismo.
(G.E. Lessing, Eine Duplik)


"Que Isaac me perdone."
(Ibrahim S. Lerak, Cuaderno de notas)


Hacía mucho que el padre Arnau, cura párroco de Los Castillos, fue ordenado sacerdote. Conocido como Monseñor por su piedad era muy querido por la feligresía que veía en él un modelo a seguir, aunque quizás exageraba al proponer el ayuno como método para luchar contra la tentación.

Un accidente cercano en el que murieron varios niños y entre ellos su sobrino al volcar el autobús escolar le hizo enfadarse con Dios. “Si eres todopoderoso, sabio y misericordioso ¿por qué juegas con nosotros y con las criaturas que has creado? ¿De qué sirve Tu grandeza al niño tarado, loco o muerto? ¿De qué sirve Tu misericordia a la gacela cuando es devorada por los depredadores? ¿Es necesario el sufrimiento de los inocentes?

Eran las dudas que le inquietaban; no entendía el mal por el mal o sin causa. Tenía respuestas para la parroquia pero no para su corazón. Pero cada vez ganaba más terreno la duda abierta y cada vez se veía más alejado del Señor. Cuantas veces creía haber ganado la batalla se veía luego en sueños preguntando a Dios el porqué de las guerras; varias veces le había interpelado: “Tú, Padre Celestial eres eterno, pero nosotros no. Cuando Tu permites una guerra la gente se queda sin casa, como el Calzones cuando se le quemó y tuvo que dormir en la iglesia durante tanto tiempo. Esto no es justo, Señor. Los dogmas y la Revelación sirven para explicar, pero el hombre necesita hechos y no teorías. ¿Por qué y sobre todo para qué tanto sufrimiento?"

Empezó a beber para consolarse y ahogar sus dudas. Se escandalizaba él mismo cuando se veía el juzgando a Dios y culpándole de todo: de las necesidades de su gente, de las muertes inútiles, de no infundir justicia en el alma del hombre. Le tildaba de caprichoso e incluso de ser el supremo asesino y por tanto un egoísta. Sobre la mesa yacía la colección de pipas que heredó de su padre y algunos paquetes de tabaco regalados por sus feligreses. Tomaba una pipa, la encendía y al poco la dejaba y la cambiaba por otra que volvía a dejar. Cogía un libro y lo cerraba sin haberse enterado de nada de lo que había leído. Ni siquiera a pesar de sus paseos tenía apetito. Probaba muy poco de lo que le preparaba Prudencia, su ama de llaves, y lo dejaba. Sorbía un trago de agua y se levantaba rápidamente para prepararse un café que no acabaría.

Tenía tiempo para sus cada vez más largos paseos, que justificaba con visitas a la ermita y el cuidado de sus fieles más alejados. Todos los problemas se unían en él formando una sola pregunta: ¿Para qué tanto sufrimiento? Muchas veces le habían dado la respuesta en el seminario, pero si entonces se conformó ahora no le bastaba. La Redención no justifica el dolor del mundo ni sus miserias. Si el Señor es omnipotente, no cabe duda de que no necesita a Satanás ni de las penas del infierno y si el Señor no es omnipotente... entonces no es Dios.

El reverendo padre solo concebía dos soluciones: la de los agnósticos y la de los ateos. La imposibilidad de saber si hay o no Dios y Juicio Final propugnada por Tomas Huxley, en cierto modo el creador del agnosticismo, no le solucionaba nada. Solo quedaba pues, la expuesta por los ateos: no hay Dios ni Juicio. La vida no es más que producto del azar, de la casualidad. Un desgraciado incidente cósmico, irrepetible en millones de siglos. Pero si era irreproducible en tan largo período de tiempo ¿a qué se debía?, ¿Cómo era posible que un mono escribiera el Quijote al darle pluma y papel? Si solo es debido al azar ¿ante quién quejarse?  ¿A quién rezar? Y por otra parte ¿quién dio pluma y papel al mono? ¿Y de dónde procedían la pluma, papel y mono? Claro que ¿de dónde procede Dios?

Si Aristóteles y Bondi tenían razón al suponer la estructura eterna y cíclica del universo, la cadena de las generaciones carecía de principio. No importa saber si fue antes el huevo o la gallina, ni tenían sentido las célebres vías de Santo Tomás. El cura párroco de Los Castillos dudaba y en su duda, furioso, apostrofó a Dios: “Escóndete, que también yo lo haré. No puedo servirte si no te conozco”. Se vio como un vendedor de humo, de falsedades, vendiendo ilusión; una ilusión falsa e inexistente.

En el espíritu de Pedro Arnau solo quedaba la ira. Renunció a oficiar misa. Decidió cometer un pecado cada día y ver como reaccionaba Dios si es que lo había; no dirigirle ni palabra ni pensamiento. No se debe dirigir la palabra a un verdugo silencioso y desconocido. No se puede orar a un opresor caprichoso. El cura tenía la secreta esperanza de que ocurriese un milagro. No esperaba la estera mojada en un tramo seco como en la Biblia, pero si algo extraño, un poder que refrenase sus impulsos. Sintió ganas de escupir sobre su crucifijo, dudó un instante y lo hizo. Tuvo un primer impulso de arrepentimiento que rápidamente contuvo. Nada había variado a su alrededor. Monseñor ya estaba descendiendo al abismo. 

Plenamente borracho le dijo a su ama de llaves que se iba, harto de Dios y de sus  estafas. Harto de la burla que significaba la Iglesia y que se le habían abierto los ojos por fin. Prudencia recordaba la frase de la despedida:

- Espera aquí, el obispo mandará a otro pastor que cuide de sus ovejas. Dios no se cuida de nosotros, pero los obispos nos vigilan por él.      

Pedro Arnau se fue del pueblo a la ciudad más próxima. En su huida pensó en el revuelo que causaría la noticia; pensó que quizá el obispo mandaría buscarle y se le ocurrió la posibilidad de salir, de huir del país. Durante el viaje lamentó haberse ido "¿acaso hay en el pueblo algo que me impida una nueva vida?, además ¿qué haré en la ciudad? también el laico necesita cama y comida. El dinero que llevo durará poco y no conozco a nadie." Pensamientos como este acompañaban su duermevela. Una vieja a su lado murmuraba "Padre nuestro que estás en los cielos..." en su fuero interno el ya ex párroco sentía ganas de gritarle que se callara, que todo era una descarada mentira, una burla despiadada.

En la oficina de información de la ciudad le dieron la dirección de una pensión económica. Anduvo hasta dar con ella. Al cruzar una calle casi lo atropellaron, una mujer le increpó reprendiéndole por imprudente. Un ciclista con un saco al hombro le dijo “ya puede dar gracias a S. Cristóbal” Pedro Arnau el nuevo ateo lo hizo, dijo "gracias" y se preguntó "qué lleva este desgraciado en el saco, su parte de gloria eterna?" 

Llegó a la pensión. La patrona le instaló amablemente pero con prisa. Monseñor se preguntó el porqué de la prisa ¿le daba miedo? ¿se le notaba en la cara que huía? Se sentó en la cama y miró en derredor. El cuarto estaba sobriamente decorado, apenas un cuadro y un crucifijo. Un espejo ovoide, varias veces retocado, completaba la decoración. Junto a la cama una mesita de noche con una lámpara y un libro sobre ella. Lo tomó y comenzó a hojearlo: era una edición rústica de la Biblia. ¿Qué era aquello, moralismo? ¿burla? ¿una señal?

Decidido a provocar a Dios robó dos panecillos. Le costó pues tuvo que luchar contra los principios que le habían inculcado y que él mismo había difundido. Era algo que le afectaba profundamente. Comió uno y guardó el otro aunque acabó dándoselo a un mendigo. ¿Mataba la buena acción la mala?  ¿Son iguales todas las buenas acciones? ¿Valen lo mismo? ¿Cuál es la tabla de valores? En una calle cruzó un entierro, Monseñor se dijo: "A ellos poco les importa, los muertos nada saben y tampoco reciben recompensa alguna". Sonrió esto está en el Eclesiastés (9:5). La memoria tiene sus juegos y las citas aparecen solas. Siguió deambulando, observando, escuchando, preguntándose sobre la necesidad de cumplir con los mandamientos divinos. Una frase captada al cruzarse con un grupo de jóvenes le llamó la atención. "Estamos condenados a vivir sin fe y sin saber" ¿de qué debían estar hablando? Pasó por delante de una iglesia y recordó las misas. Sintió fuertes impulsos de entrar, pero siguió adelante. Finalmente entró impulsivamente en un bar ya que no tenía clara la razón de hacerlo. En una mesa un hombre de edad gris bebía directamente de la botella. 

¿Qué le llevó a sentarse a la mesa de un desconocido? No había razón aparente, pero allí estaba, sentado a la mesa de un desconocido mirándole mientras bebía. Su acción fue acogida alegremente por el parroquiano:

- Siéntese padre, Porque usted es cura ¿no?, Venga que yo tengo algo en común con usted, soy carbonero. También voy de negro aunque no quiera.

Una corta risa, un trago largo y un eructo dieron paso a otra pregunta - ¿Que le trae a mi mesa?

El ex-párroco estaba incómodo, sin saber por qué estaba sentado a esa mesa ni que le delataba como sacerdote; pero estaba interesado en la persona que con la sonrisa en la boca y algún diente ennegrecido esperaba su respuesta.

- ¿Cómo sabe que soy, perdón, fui sacerdote?
- Se le ve padre, se le nota en todo, en el andar, en la mirada, en cómo va vestido, pero más en la mirada.

Pasaron horas y cayeron botellas. Al final habían convenido que Pedro Arnau viviera en la casa del carbonero unos días. Solo una puntualización por parte del carbonero: "Yo soy viudo y salvo algunas ocasiones estoy siempre solo, bueno, ya me entiende padre no voy a pudrirme ni a resignarme."

El ex cura, ex párroco Pedro Arnau aprendió mucho durante su vida con el carbonero. Escuchó, estudió sus motivaciones y las de quienes le rodeaban. Intentaba entender a través del carbonero, a través de su fe las razones de una creencia inútil. Aún seguía enfadado con Dios, le insultaba y luego le temía, para reafirmarse más tarde en sus nuevas convicciones. "Si Tú eres capaz de guardar silencio durante toda una eternidad yo no seré menos."

Con el tiempo se dio cuenta de que el mundo hablaba de un modo y obraba de otro. Nada era negro o blanco. Incluso los ateos tratados individualmente dejaban de serlo o por lo menos no eran tan radicales. El carbonero se esforzaba en convencerle de que debía regresar a su pueblo; al fin y al cabo nada aprendería en la ciudad que no existiese también en Los Castillos. Solo tenía que mirar bien y escuchar más.

A altas horas de la noche unos pasos despertaron a Prudencia, que se levantó sobresaltada. 
- ¡Ha vuelto!
- Sí, he vuelto
- Si supiera lo que le hemos buscado... todos temíamos por usted. Pero ¿a dónde ha ido? ¿Dónde ha estado? ¿Por qué se fue? El pueblo entero era un hervidero de rumores. El obispo mandó por usted, y vino la guardia civil a preguntar.
- Lo siento Prudencia, pero ahora déjame
- No le dejaré hasta que me diga porqué se fue.
- Quise saber lo que piensan los ateos
- ¿Y?
Monseñor cerró los ojos, esbozó una sonrisa. - No hay ateos. Todos sin excepción adoran ídolos o ideas; se inventan dioses y les rinden culto para justificar y sobrellevar su vida.

Monseñor Arnau, cura párroco de Los Castillos se echó vestido sobre la cama. Las fuerzas acababan de abandonarle. Durmió un rato. Cuando abrió los ojos el sol emergía con un  mensaje a través de las nubes. Monseñor miró la escena y pensó: realmente hay algo o alguien y si no lo hay los demás no han de saberlo. Ésa es mi misión en la vida.



6 comentarios:

  1. Tenía un profesor de religión (cura) que había perdido a su hermana a los tres años (de ella), a su madre a los doce años y a su padre a los dieciséis. Siempre decía que no le importaba que fuesemos ateos o creyentes, pero que fuesemos algo. Criaturas que ocupan un lugar en el mundo y son capaces de definirse y argumentar sus motivos.

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  2. "Desmontad la fe; no creáis por creer, mecánicamente. Dudad, mirad, leed, y convenceros. Solo esa fe es válida. Las demás son copias."

    Frase del joven cura en el púlpito durante la homilía hace ya unos años. La fe se tiene o no se tiene, pero también se construye.

    Y gracias por el comentario :))

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    1. Hay que tener fe en algo...llámalo "Dios" "vida" "karma" "destino" "te pasa por tonto"....pero creer en algo.

      Gracias a ti

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  3. No es necesario creer, que tampoco es malo, es simplemente una opción. Lo importante, quizás, es no dejar de buscar.

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  4. Si Dios no existiera y se pudiera demostrar... una gran parte del turismo a la porra (y los millones que genera) ... pero inventariamos algo para sustituirlo. También el fútbol podría pasar de totem a Dios.

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    1. Gracias por el apunte Herminio:))

      Necesitamos creer en algo. Algo que nos mantenga la esperanza de que vivir vale la pena. La certeza de un no hay nada después ys solo somos materia en movimiento crearía una sociedad caníbal en muchos aspectos y desde luego no organizada.

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