martes, 24 de noviembre de 2020

Lo siento, yo no quería...

 


Con la mejor intención alabé al hijo de la paciente en el hospital. La felicité por el aumento de categoría en la empresa. Con ella (sin saber yo quien era) estaba su ex nuera, que nada más llegar a su casa llamó al abogado para que solicitara un aumento de la pensión que la pasaba su exmarido.
-- De la realidad

Hay intenciones que matan.
-- Sabiduría popular

La verdadera sabiduría es saber cuando actuar impulsivamente y cuando no.
-- Ibrahim S. Lerak. (Cuaderno de notas)  

La covid-19, o si lo preferís el SARS-CoV-2 ha cambiado ya la manera de reunirnos y comentar las cosas. Ahora es en gran parte todo telemático. Le quita calor y naturalidad a los encuentros, pero en el círculo después de mucho pensarlo se optó por no dejar las reuniones para un futuro “cuando se pueda” y decidimos retomarlas vía telemática. La primera reunión se basó en el trasfondo de malentendidos o malas decisiones que se toman creyendo hacer algo bien; esas que acaban en un: lo siento, yo de verdad no quería … no imaginaba... Algo que podría llamarse las consecuencias inintencionales o impremeditadas de los actos o decisiones. El ponente nos habló de ellas y de como evitarlas en lo posible:

Son esas situaciones en la que el remedio es peor que la enfermedad como reza la expresión castellana. Se dan en todos los ámbitos, desde el político al personal en cualquiera de sus facetas. Un caso histórico se dio en Japón el 11 de marzo del 2011 con un terremoto de magnitud 9 (el cuarto en intensidad desde que se registran los terremotos) desplazó 2,4 m la mayor isla de Japón, movió el eje de la Tierra 10 cm, aceleró su rotación unos microsegundos y llevó olas hasta 10 km al interior. Se contabilizaron 15.000 muertos y produjo una gran conmoción en el país, pero lo más grave fue que afectó a los reactores nucleares de Fukushima, que tuvieron grandes fugas radiactivas.

El gobierno entonó un mea culpa y canceló el programa nuclear que se había implementado en los años 70. Lo que había sucedido fue una enorme tragedia y se decidió desmantelar las 34 centrales nucleares y volver a los combustibles fósiles. En el 2013 ya se habían cerrado las centrales nucleares. La energía sustitutiva aumentó los problemas de nieblas, de daños en el ecosistema y de salud en la población. Aumentó el precio de la electricidad, hubo cortes de suministro y al final, el resultado es que cerrar las centrales nucleares causó más muertes que el accidente por sí mismo. Aquí, al final, el remedio fue peor que la enfermedad. Hay estudios científicos que lo detallan y cuantifican. No es de extrañar que en Japón se haya retomado el programa nuclear en el 2018. 

Hay múltiples ejemplos de esta ley de las consecuencias imprevistas: la ley seca en los EEUU, las leyes antidrogas o la prevención de incendios desde 1905 en los EEUU, que provoca aún hoy en día grandes incendios incontrolables y otras muchas más. Las consecuencias no calculadas se dan cuando tomamos decisiones emocionales, impulsivas sin ponderar ni pararnos en calcular su alcance.

Lo mismo ocurre en nuestra vida personal. Son aquellas decisiones en las que, por ejemplo, en un atasco de tráfico cansados de esperar tomamos una ruta alternativa que resulta que nos demora mucho más. O aquellas acciones que hacemos para solucionarle a alguien un problema y la realidad es que se lo complicamos sin querer. Con nuestra mejor intención, sí, pero acabamos metiendo la pata miserablemente. Tanto en lo personal como en lo social. Nos ha pasado y nos pasa a todos. 

Nuestras peores decisiones nunca nos parecen malas en el momento en que las tomamos, por eso nos decidimos por ellas. Pero tienen algo en común: las tomamos en caliente, con poco tiempo de meditación. Son soluciones radicales a problemas emocionales y por ello actuamos reaccionando visceralmente, sin pensar lo suficiente. Creemos que lo que vemos y sentimos es la realidad y que la amenaza es inminente.  Funciona el sistema límbico y la reacción es más animal que racional. Vemos, consideramos lo material e inmediato y no lo abstracto y a medio plazo. 

No somos buenos a la hora de calcular el alcance de nuestros actos; no solemos pensar en más de un par de movimientos más allá de la primera acción. Cuando las emociones toman el mando solo vemos y atendemos a nuestra visión y excluimos lo que va en contra. Por eso nos vemos obligados muchas veces a entonar ese "lo siento, yo no quería" que no es más que un reconocimiento a nuestra incapacidad de detener al instinto animal que llevamos dentro; no hay puntos a favor ni en contra, solo cuenta la inmediatez de la decisión. Protegernos de lo que nos amenaza puede hacernos más vulnerables si no nos paramos a pensar. 

La pregunta es si podemos evitar caer en ello y la respuesta es que sí. No tendremos un 100% de aciertos, pero nos acercaremos bastante si antes de actuar paramos un momento y nos planteamos algunas preguntas como por ejemplo:

.- Si no hago nada ¿se solucionará todo por sí mismo?
Muchas de nuestras decisiones erróneas son efecto de nuestra impaciencia. Sentimos la necesidad de actuar impulsivamente, la impaciencia nos corroe por dentro, como cuando buscamos una ruta alternativa en un embotellamiento y el resultado es que acabamos en uno peor. Sobreestimamos nuestra capacidad de acción y subestimamos el valor de la paciencia y del análisis. A veces, esperar es la mejor opción, pero hay que analizar antes.

.- ¿Qué es lo peor que puede pasar?
Solemos ver lo positivo de lo que imaginamos, y solemos dejar de lado los inconvenientes que puede tener, al fin y al cabo: ¡son nuestras ideas!, intuitivamente son buenas, no vale la pena pensar mucho (esa impaciencia anterior). Por eso es importante hacer de abogado del diablo en todos los casos antes de tomar una decisión impulsiva. Y lo recomendable es pensar que ese abogado se ha quedado corto.

.- ¿Qué efectos adversos puede tener nuestra decisión? 
Si por ejemplo, por ley suprimimos los intereses bancarios … todos estarán contentos menos los bancos, que encontrarán otros modos de ganar dinero o no darán préstamos y la economía sufrirá un colapso. Hay que pensar antes de actuar de modo populista o intuitivo y emocional.

.- ¿La decisión es irrevocable?
Es una pregunta que solemos obviar. Hay decisiones que no se pueden cambiar o revocar o minimizar en sus efectos. Podemos comprar una casa y, si nos va mal, venderla y minimizar el problema; pero no podemos tener un hijo y devolverlo al origen o venderlo, por muy ilusionados que hayamos estado considerando e imaginado lo felices que nos haría. Muchas veces “nos dejamos llevar” por la emoción, por las ganas, por la inmediatez y lo lamentamos después. Si una decisión no es permanente es, mejor repensarla 100 veces. 

Por grande que sea la presión para actuar, hay que evitar hacerlo con demasiada prontitud. Para declarar a un santo como tal, se necesitan 50 años, no 5 (quizás algo menos también, pero nunca demasiado inmediato a la muerte del santificable). Mejor no hacer nada precipitado, leyes y acciones pueden no tener remedio y ser negativas por imprevisión. 

Tenemos que controlar los impulsos emocionales antes de actuar. En algunas sociedades es la prueba de fuego para ser considerado adulto. Se somete al joven ante pruebas -que pueden ser consideradas de carácter iniciático- con tentaciones que debe superar y mostrar el dominio de las pasiones para ser considerado miembro de pleno derecho de la tribu.

Los efectos indeseados de nuestras decisiones quizás no puedan ser eliminados totalmente, pero desde luego pueden ser minimizados en muchos casos simplemente reflexionando y no actuando precipitadamente. La historia del mundo y la personal lo muestran. Solo nos falta aprender para ser mejores.


Eta fue la reflexión del orador, la discusión fue corta en contenido, casi todos estaban de acuerdo en lo expuesto, pero fue larga en tiempo, ya que hubo muchas anécdotas e historias que contaron los contertulios. 


1 comentario:

  1. Está claro que no hay que iniciar ninguna nueva aventura con un brindis al sol, sino siempre pararnos a pensar cuál es su coste real y cómo mantendremos un balance equilibrado.
    Cualquier decisión tomada en caliente puede salir el tiro por la culata. Yo añadiría que además es positivo saber escuchar.
    El hecho de no pararse a pensar, si además va acompañado de desoír sabios consejos, puede ser un coctel explosivo. Enhorabuena por el post.

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